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Luis García Miró Elguera

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Luis García Miró Elguera

Pinocho Vizcarra inauguró una zaga presidencial marcada por el engaño, la estafa y la desinformación al ciudadano, presentándose como el adalid de la lucha anticorrupción y la antítesis de su predecesor, Kuczynski, cuando en rigor este sujeto arrastra viejos antecedentes de corrupto desde su desempeño como gobernador moqueguano.

Difícil empezar estas líneas deseándole Feliz Año a nuestros amables lectores. Son tiempos difíciles lo que nos esperan. Tendremos que superar una gigantesca borrasca navegando en una nave cuyas cuadernas crujen en medio de la tempestad desatada por gente que se dice ser ciudadana de nuestro país.

Como no podía ser de otra manera, el inexperto, políticamente correcto y menguante presidente Sagasti continúa en nada. Deja transcurrir problemas vertebrales del país, cuya falta de atención continuará generando una estremecedora espiral de amenazas para la sociedad. Por ineptitud, temor, connivencia con su predecesor, o por lo que fuere, Sagasti es la escolta de Vizcarra.

Es momento de analizar –con la perspectiva del tiempo y las consecuencias sufridas- la desgracia que significó para el Perú la llegada a la presidencia de la República de Pedro Pablo Kuczynski. Este exitoso hombre de negocios y negociaciones jamás tuvo pasta de político. Menos aún de estadista. Su error fue creer que hacer política implica acumular poder.

Quien revela esta información es una fuente reconocida y muy acreditada. Hablamos de Michael Reid, experimentado reportero de la revista The Economist, quien publica una de las informaciones más devastadoras para el pinocho Vizcarra. ¿La razón?

“Esta semana he tenido quince pacientes de covid que son de nivel económico alto. Todos son jóvenes asintomáticos, pero se preocupan porque pueden contagiar a los vulnerables en sus familias (…) La primera semana de diciembre la incidencia de contagios venía muy fuerte. Calculábamos que a finales de diciembre iba a ser muy alta, lo cual se ha comprobado.

Dentro de siete meses conmemoraremos el bicentenario de la República. Ocurrirá en pleno coletazo post electoral, sumidos en una clara agitación social, inmersos en una crisis sanitaria muy peligrosa y aderezado todo ello por un gravísimo caos económico.

¿Acaso existe en algún país del universo un Parlamento supuestamente democrático, dentro de un Estado de Derecho, donde la presidenta del Congreso conmine a todos sus legisladores a aprobar una norma bajo la presión de la calle?

La Navidad es el símbolo de la Paz en todo el mundo. Es el momento en que los 7,300 millones de terrícolas hacen un alto en sus jornadas, evalúan el pasado, examinan el presente y piensan en un futuro mejor. Son tiempos de alegría, paz, concordia y unión.

Este zafarrancho que estamos viviendo es por culpa de un régimen típicamente caviar.

No cabe la menor duda de que, en noviembre pasado, la izquierda pactó repartirse los poderes Legislativo y Ejecutivo. Lo hizo incendiando las calles limeñas para forzar la renuncia de Manuel Merino, entonces presidente de la República, a quien acababa de designar el Congreso tras aprobar la moción de vacancia para cesar al incalificable ex presidente Vizcarra.

Presidente Sagasti, cuando ocurren hechos que ponen en riesgo la salud y/o la vida del ciudadano, como ha sucedido con una nueva cepa del virus covid, los ajustes del caso no necesariamente exigen ser anunciados por el presidente de la República en un mensaje a la Nación.

El Pleno del Congreso devolvió a la comisión de Economía el proyecto de ley que se aprestaba a destruir la Agroindustria. Proyecto que en la práctica liquidaba la moderna agricultura, nacida de las cenizas de una reforma agraria estalinista que pauperizó el campo y llevó al campesinado a la miseria.

Un mes y cuatro días atrás -y después de una oscura maniobra- la izquierda logró que el Congreso colocase en la jefatura del Estado a Francisco Sagasti. Este tiene como ministra de Salud a Pilar Mazzetti. Ocupa la misma cartera que tuvo en la gestión del impresentable Vizcarra.

Insistimos en el tema de las vacunas. Porque la ineptitud de Vizcarra y sus lacayos –Zamora, alias el “Mengele criollo; el hablantín Zevallos; y aquella nada sincera ministra Zolezzi– al no comprar prontamente las vacunas contra la covid-19, los hace culpables de la muerte de decenas de miles de peruanos víctimas de tamaña irresponsabilidad.

Vizcarra es un sicópata. Durante un acto proselitista como postulante a parlamentario manifestó con cinismo y desparpajo: “justo el día en que iba a firmar la compra de las vacunas me botó el Congreso”. Analicemos esta tragicomedia que tiene cola.

Cada día, la sociedad peruana se acomoda más a este estado de vulgaridad, abuso y mediocridad instituido por Vizcarra y continuado por Sagasti. Hoy la gente no mueve un dedo para salir de su oprobioso letargo. Los peruanos viven siendo manipulados por mensajes desinformativos de carácter sicosocial, lanzados por torvos operadores mediáticos comprados por el Ejecutivo.

Estamos cercados por una izquierda envalentonada, tras el resultado de su avance en Chile dirigido por el Foro de Sao Paulo; hoy Grupo de Puebla desde que Lula, creador del Foro, ingresara por corrupto a un penal y Bolsonaro impidiese que el apparatchik comunista siga operando impunemente desde Brasil.

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