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Madeleine Osterling

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El Perú es un país permanentemente enfermo, que tiene la desgracia de caer siempre en manos de auxiliares de medicina y no doctores de primer nivel. Una vez más, estamos a merced de advenedizos e improvisados, con el agravante de que no tienen la capacidad para reconocer sus carencias.

Tuvo mucha suerte ese ciudadano en el Callao que resultó ileso ante una trampa mortal. El video de su caída en el buzón sin tapa se volvió viral, parecía casi de humor negro. ¿Y si hubiera muerto, quién responde? ¿La familia podría haber demandado a Sedapal? ¿Estar distraído con el celular es un atenuante?

Hasta hace pocos días, la paralización de Las Bambas era una noticia eventual, marginada por los azarosos y cuestionables cambios ministeriales. Hoy, es una bomba de tiempo de muy difícil solución. Han dejado que se convierta en un suceso de impacto nacional, con lo cual solo se debilita el diálogo como mecanismo de solución de conflictos.

¿En el Perú se apoya a la inversión privada, o no? Pareciera que solo de la boca para fuera. ¿El La La Land que vendemos internacionalmente, empieza y finaliza en las presentaciones power points y la folleteria multicolor? ¿Hemos aprendido a dorar la píldora, a decir mentiritas blancas sin cargo de conciencia? ¡Pues por supuesto! Si de vender al Perú se trata, todo se disculpa.

¿Qué le pasó a Martín Vizcarra? ¿Está absolutamente desfasado? Supuestamente, el Acuerdo con Odebrecht es una herramienta ejemplificadora de la lucha contra la corrupción, campaña que es la columna vertebral de su popularidad. ¿Y se atreve a hacer este comentario tardío? ¿Recién se pronuncia sobre el monto de la reparación pactada?

La política peruana es lo más parecido que existe a un “culebrón”; el problema es que no se trata de tramas ficticias que apasionan a la gente, sino de una gran tragedia que nadie se atreve a dimensionar.

No nos resistimos a la tentación de censurar lo mal representados que pudimos haber estado en la gira presidencial a Lisboa y Madrid, esa inmensa y costosa delegación, la frivolidad de los eventos, las arduas jornadas de nuestras congresistas Montenegro y García en el “Mall”, o en los besamanos en ARCO y en El Pardo. Fascinados todos, mientras el país convulsionaba.

¿Habrá caído sobre nuestro país la maldición de la informalidad eterna?

En reciente entrevista al diario Correo, César Villanueva declara, enfáticamente, que PONE SUS MANOS AL FUEGO por el Presidente: “porque conozco a Martín Vizcarra desde que éramos gobernadores y sé de su transparencia y eficiencia como técnico y gobernador”.

Resulta agobiante ver cómo hay peruanos que sucumben ante la demagogia del Presidente. Un día en Cajamarca, el siguiente en Puno: viaja, estrecha manos, promete, y sonríe, pero es incapaz de enfrentarse a la complejidad de lo que significa gobernar. ¿Quería ser presidente? Pues ya lo es –hombre ambicioso– pero parece que no sabía en lo que se metía.

¡Vamos a elevarnos como la espuma! Según Capeco,  la minería impulsará el sector construcción con una inversión de US$ 10,000 M. El BCR está más optimista que nunca, tiene previsiones de crecimiento del 6.9 % y, los analistas de la bola de cristal, que siempre le hacen el coro, ratifican estos dígitos mágicos.

¿Por qué el Congreso tiene tan poca capacidad para enfocarse en lo que realmente importa? ¿Será por falta de talento y preparación? ¿Alimentarán la perversa consigna de que todas sus decisiones requieren de gratificación instantánea? ¿Guiados por la mezquindad, priorizarán su agenda personal a la del país?

Sangre (derramada), sudor, lágrimas y millones de horas en negociaciones y, a bordo de aviones, costó la firma del TLC  con los Estados Unidos. En su momento, fue una vedette del comercio internacional, posibilitando la inclusión de obligaciones en materia laboral y ambiental muy específicas (posiblemente y para variar, nos comprometimos más allá de lo posible). EE.UU.

Doble contra sencillo que uno de los desvelos de Martin Vizcarra es idear la manera de perpetuarse en el poder.

Contra todo pronóstico, Vizcarra se ha convertido en una figura carismática, querida y admirada por el soberano pueblo. Cuando se inició este gobierno, allá por el 2016, era una suerte de patito feo, el pariente pobre de la familia, que tenía que arreglárselas para generar cariño e intentar ocupar algún lugar visible y preferencial.

¡Feliz Año Nuevo, esperemos que el 2019 nos vaya mejor! Se trata de la frase que todos repetimos, es un cliché inalterable, que pronunciamos con gran sonrisa y un resquicio de esperanza. Quienes controlan el poder, se deleitan que nos aferremos a ese falso optimismo, les da una tregua.

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