Hoy es el último día del año y es necesario repasar, aunque sea de manera sucinta, pero reflexiva, lo que nos deja este 2024 y lo que nos plantea como retos que debemos superar en el corto plazo. A nivel internacional, dos conflictos armados de alta intensidad siguen marcando la agenda global y, lo que es peor, ensombrecen las esperanzas de un futuro inmediato más estable.
Raúl Diez Canseco
El nacimiento de Cristo es una oportunidad para reflexionar sobre el significado del regalo más lindo que nos ha dado el Creador: su hijo. Su llegada al mundo nos llena de esperanza, de fe y de regocijo frente a las adversidades que la vida presenta. La Navidad nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, es posible la luz.
Hace una semana fui invitado por el gobierno del presidente Nayib Bukele a exponer en la Primera Conferencia Internacional sobre Estado y Desarrollo (CIED 2024), que reunió a gestores y ex gestores de diversos gobiernos de América Latina; y pude comprobar que lo que viene sucediendo en El Salvador es más que la lucha exitosa contra el crimen organizado.
Estados Unidos sigue ofreciendo lecciones de democracia al mundo. Contra todo pronóstico de encuestadoras y medios de comunicación que anticipaban una contienda reñida entre demócratas y republicanos, un nuevo gobierno se ha instalado en el país más influyente del planeta, y se espera una transición pacífica y ordenada.
A escasas tres semanas de celebrar en el Perú la reunión de líderes de APEC, la embajada de los Estados Unidos de América, uno de sus principales miembros, alerta a sus ciudadanos sobre el clima de inseguridad ciudadana que se vive en Lima y, en general, en el país.
En el mundo actual, la economía global ha experimentado un cambio de paradigma, y la cuenca del Pacífico ha emergido como un actor crucial en este nuevo escenario. Dentro de este marco, Perú se posiciona estratégicamente, no solo por su ubicación geográfica, sino también por la infraestructura que ha desarrollado en los últimos años.
El Perú está en una encrucijada más grave de lo que muchos se pueden imaginar. Estamos a menos de dos años de las elecciones presidenciales y congresales, que no son una más, sino las que definirán el futuro del país, donde hemos visto que la pobreza, lejos de disminuir, ha vuelto a aumentar.
Hace unas semanas, fuimos testigos de una noticia extraordinaria: nuestro país alcanzó 27 años y siete meses consecutivos con una inflación de un solo dígito. Este hito no solo representa un logro técnico en términos económicos, sino también una verdadera hazaña en la historia de América Latina.
Los recientes resultados de dos encuestas (Datum e IEP, agosto 2024) presentan un panorama en el que las preferencias ideológicas de los peruanos se van decantando y asentando. Los números no engañan: la mayoría de la población no es de izquierda.
En agosto de 2021 salimos públicamente a advertir que eliminar el Mincetur sería un atentado económico contra el futuro del país, pues se truncaría el dinamismo exportador y turístico regional logrado en estas últimas décadas.
En la reciente sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Perú ha demostrado una vez más su compromiso con la democracia y los derechos humanos al respaldar con valentía el triunfo en las ánforas de Edmundo González el pasado 28 de julio en Venezuela.
En un momento crucial para nuestro país, el mensaje a la nación que ofrecerá la presidenta Dina Boluarte es una oportunidad inmejorable para pensar en el legado que quiere dejar para el Perú, y pasar a la historia alejando el fantasma de la decepción, la desconfianza y la inestabilidad de quienes no creen en el sistema democrático.
Unos días en Alemania, estrechando lazos con la Fundación Konrad Adenauer, me permiten entender que no solo este país, sino toda Europa, está preocupada por la polarización de las ideas; en su caso se aprecia el resurgimiento de una derecha extrema, ultranacionalista, que desentierra fantasmas del pasado, enturbiando la reflexión serena y arrinconando las posiciones de centro.
Esta semana aproveché para volver unos días a Cusco en medio de sus fiestas jubilares. Todo un mes de celebraciones que las fuerzas vivas de la economía aprovechan para repuntar y equilibrar el resto del año. Conversando con la gente, el panorama no puede ser más desolador. Hay movimiento, pero nada que se le parezca a lo que tuvimos antes de la pandemia... y de los estallidos sociales.
En todos los lugares por donde voy, escucho un solo pedido: “¿Por qué no se unen? ¿Por qué van a ir separados en las próximas elecciones, si ya sabemos a quién le están allanando el camino?”. Y es verdad. El sistema político peruano enfrenta una crisis de fragmentación y representatividad política que amenaza la precaria estabilidad democrática que hoy tenemos.
El Perú se encuentra en un momento crucial. La profunda crisis política que nos aqueja, sumada a la fragmentación social y la debilidad económica, nos sitúa en una encrucijada que exige un compromiso genuino de todas las fuerzas políticas y la sociedad civil.
Las cifras de pobreza del INEI son de espanto. Más de 9 millones y medio viven en esa condición. En el área urbana la pobreza llega a 26.4%, y en el área rural a 39.8%. No hay tiempo que perder. Debemos ayudar a la gente a salir de la pobreza. Hacerlo con la gente del campo implica impulsar el binomio gastronomía-agroexportación. Más agua, mejores tierras y más capitales frescos.
La tecnología está cambiando el mundo. La adopción tecnológica de las empresas transformará las tareas, los trabajos y las habilidades humanas. La toma de decisiones en las organizaciones económicas, sociales y políticas tienen hoy un componente tecnológico basado en algoritmos, big data e inteligencia artificial.