La palabra poética como regreso al origen, a una luz inalcanzable
En las aguas de octubre es un poemario que dialoga con la tradición, que trata de escuchar los silencios.
Por Ricardo Maruandy
Confiesa la autora que concibe la escritura como un viaje, un tránsito que nunca llega a decir lo que se pretende, un viaje, pues, de frustración, donde se pierde la referencialidad y solo queda la construcción de unas ruinas. Toda poesía es una ruina que nos maravilla, pues entre los escombros podemos imaginar, reconstruir lo que falta, completar desde el texto para comprendernos a pesar de las palabras/gracias a las palabras/entre las palabras. Y desde ahí, cuestionar y construir una memoria plural.
Nos adentramos En las aguas de octubre a través de un rito que ya nos avisa de la muerte de la memoria, del baño en las aguas del olvido que no deja pena alguna, igual que aquellos lotófagos de la Odisea a los que referencia, los cuales olvidan su hogar y ya no tienen pena por regresar, pues ya no llueve en su memoria. La palabra se convierte así en luz, en origen, el poeta como regreso, como viaje frustrado en búsqueda órfica de la luz que se esfuma y nos deja huérfanos, vagando en una búsqueda insatisfactoria, incapaces de emprender el regreso a nuestra propia Ítaca, que ha quedado convertida en piedra, un conjunto de estatuas, un manantial helado «que nos muestra su rostro, pero no regresa». Ese origen que el poemario relaciona con la tradición grecolatina aparece muerto, desterrado con Ovidio al imposible regreso, pero a la vez, paradójicamente, presente. Sin embargo, no es la herencia lo que nos resta, sino «presencias de que algo ha terminado» y jamás regresará. Ese origen se vuelve Perséfone, arrastrada al Hades, pero asomando periódicamente al mundo de los vivos sin pertenecer a él; se vuelve Níobe, convertida en viva piedra, revelándonos que esta es más cruel que la muerte; se vuelve una memoria blanca, una «flor de mármol» que deslumbra por su belleza congelada en viva muerte. En definitiva, nos convertimos en Calipso, aprendiendo por vez primera a doblegar nuestro deífico orgullo ante la pérdida en el horizonte, acostumbrados como estábamos a que el tiempo fuese solo un juego. Ahora, ya nada es eterno.
Ante esto, la voz poética abole el tiempo presente para hacer de las huellas, de las ruinas, algo contemporáneo, dialogando con una tradición que ya no entiende de siglos, donde la poesía catalana y portuguesa de su tiempo conversa con Homero y con Virgilio, donde Wislawa dialoga con María Poliduri. Atravesamos personajes en su propia voz, personajes a su vez atravesados por el regreso o la nostalgia, que ahora hablan para nosotros, que comparten nuestro sueño: una Ítaca en el horizonte. Como Orfeo, descenderemos a la oscuridad del Hades con tal de llevar a nuestros labios la luz anhelada, pero esta luz nos traicionará, pues huye de nuestros labios, por lo que el objeto de nuestro anhelo, el regreso al origen, queda sepultado en sombras bajo las aguas del olvido, mientras, nos dice la voz poética: «es lo que queda de un dios / a lo que sabe mi boca»; un mero eco, unas ruinas de haber sido.
Lea la nota completa en nuestra versión impresa o en nuestra versión digital, AQUÍ.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.