Acción Popular
Comparto una pequeña historia: En 1990 mi padre se abstuvo de postular a la presidencia y prefirió la concertación del FREDEMO porque pretendía un consenso suficientemente amplio que, en la eventualidad del triunfo, permitiera emprender sin obstrucciones los grandes cambios que el final de la bipolaridad haría posibles.
Contrarrestaba así el riesgo derivado de la escasa convicción de su propia gente respecto a la modernización, tal como se había evidenciado en 1980. Hubiera sido imperdonable que en el momento unipolar que se presagiaba inexorable, sus tozudos correligionarios persistieran nuevamente en remolonear en torno a la modernización liberalizadora.
Desafortunadamente, con Vargas Llosa de candidato, la victoria nos fue esquiva.
Fallecido FBT, para los desviacionistas había llegado el momento de caviarizar el partido y para los pragmáticos usufructuarios, la oportunidad de abrazar sin decoro “la curul como doctrina” y el “chambismo” desembozado.
Apelar a la memoria de Fernando Belaunde pasó entonces a ser una estratagema para camuflar la promoción de la socialdemocracia por un lado o las aspiraciones subalternas, por el otro.
A su muerte, comenté en un homenaje que nos legaba la fortuna de su ejemplo, herencia compartida entre quienes fueramos fieles y leales a su memoria. Eso alertó a acaviarados y a prebendarios. ¿Quién me había creído yo para entorpecer sus apetitos con mis afanes revisionistas?
Desengañado e incómodo por la intolerancia de la “élite” partidaria, solicité ser excluido del padrón de afiliados para esfumarme sigilosamente, pero la cúpula exigía una renuncia formal para evitar que pudiera eventualmente seguir siendo una piedra en el zapato.
El descalabro actual, pues, era previsible y es el resultado de la inconsecuencia: De la negativa a cultivar ideales siguiendo las enseñanzas de FBT y optar más bien, en una involución metafórica, por la caza y la recolección… Por eso me parece incongruente que luego de dos décadas de manipular a la militancia o de promover el servilismo, como si los afiliados fueran rebaño en un caso y súbditos en el otro, los responsables de la ruina se lamenten de su propia creatura.
Que yo no congeniaba con Paniagua es conocido. Él era un ex demócrata cristiano a carta cabal que sobresalía entre la medianía intelectual de los mandones tradicionales y sobre quien, por razones circunstanciales, había recaído el liderazgo partidario.
Valentín era un abogado competente, pero padecía los afanes dirigistas de quienes se creen pastores de rebaño, tan común entre los criollos serranos. Era, en realidad, muy representativo de nuestra clase política tradicional, decimonónica y anti liberal.
Es innegable también que dentro de AP la influencia dirigista y estatizante de la Democracia Cristiana a partir de la alianza con ellos en 1963 había ganado terreno, situación que se acentuó con el engolosinamiento con el sector empresarial del Estado durante el segundo gobierno. Tal fenómeno aburguesó a muchos excorreligionarios que devinieron recelosos de la participación ciudadana y adversos al cambio antiestatista. Los belaundistas originarios que combatieron a la añeja oligarquía fueron avasallados por aspirantes a conformar una nueva, en este caso estatal y burocrática.
Luego de Paniagua vino la desbordante esterilidad de los últimos años, interrumpida sólo por efímeros, vaporosos e insuficientes esfuerzos reconstructivos.
La desfiguración partidaria culminó en una metamorfosis: de un halagüeño sueño marchitado por dirigentes ineptos, en una lóbrega pesadilla.
Compadezco a los leales y sufridos admiradores de Fernando Belaunde que hace ya mucho fueron segregados de la conducción del que fuera su partido.
¿Recobrará la nueva dirigencia la dignidad y la decencia? ¿Volverá AP a ser belaundista?
Por Rafael Belaunde Aubry
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