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Aníbal Torres: Instigador de la muerte
El ataque a la democracia del que somos víctimas fue una amenaza de Aníbal Torres siendo primer ministro del golpista, cleptómano, mitómano Castillo. Torres exhibió una marcada trayectoria violentista, como “asesor” del corrompido Castillo. Mientras este chotano estuvo contra las cuerdas -abrumado por denuncias cada cual más certera sobre sus andanzas criminales- Torres decía: “Si están intentando un golpe y lo llevan a cabo , no lo van a celebrar. Correrá mucha sangre en el país (…) Están conduciendo a la sociedad a una guerra civil. ¿Qué creen que corre en la guerra civil? ¡Sangre! Pero fracasarán. ¡No lo lograrán!”
Durante el año y medio de desgobierno de Castilllo hemos sido testigos de excepción del articulado, incendiario, agresivo, sanguinario proyecto que venían ensamblando sus mentores políticos de Perú Libre, liderados por Vladimir Cerron, perseguido por la ley por crímenes de corrupción. Desde un lenguaje soliviantador, coronado por aquello de “los ricos explotan a los pobres”, pasando por “los pobres hemos tomado el poder y no lo vamos a soltar”, hasta lo de “estas son pelotudeces de la democracia”, marcan una pauta de la consigna por crispar los ánimos entre la pobreza. Es más Castillo y Torres interpretaron un rol instigador directamente orientado a fomentar el odio y la revancha, encaminado a condenar a muerte a los “blanquitos explotadores”. Calcaron iniciativas venezolanas engañándonos con una presunta “iniciativa a favor del pueblo” llamada los “consejos de ministros descentralizados”. Eventos que, en rigor, constituyeron una campaña política disociadora, impulsora de fobias, azuzadora de resentimientos y alentadora de enfrentamientos “contra los millonarios blancos” extendida a todo ámbito nacional. Días, semanas, meses enteros desperdiciados en estos eventos convertidos en escuelas de violencia; en espacios de venganza; en centros impulsores de rencor. Pedro Castillo participaba en su papel de príncipe incaico.
Pero el rol protagónico, el verdadero líder de esos eventos, era el primer ministro Aníbal Torres Vásquez. Vimos desde entonces su vena diabólica; su verbo exacerbador; su dialéctica odiosa. Estos ritos del odio y focos del soliviantamiento social marcaron una primera, profunda alerta de que el régimen Castillo preparaba una revolución sanguinaria tras estos eventos.
Paralelamente, en secreto designaba a decenas de miles de prefectos en todo el país, previstos de millonarios presupuestos para organizar a las comunidades campesinas, armar a los ronderos, a los reservistas, etc. ¡Ese año y medio, el Estado sencillamente se paralizó! ¡Nunca funcionó! Tres miserables ministros (Félix Chero, Alejando Salas y Roberto Sánchez) fingían de voceros callejeros del jefe Castillo, inventando sandeces y fabulando falsedades. La única misión de Castillo -y su primer ministro Torres- era ensamblar un ejército popular paralelo, para desatar una guerra civil como arma de defensa ante la denuncia fiscal que avanzaba cada minuto. Por ello Torres insistía a diario en aquello de “correrán ríos de sangre” si la oposición se atreve a vacar a Pedro Castillo.
Llama por ello la atención que el juez Checkley no encarcelase a Aníbal Torres. ¡Este sujeto debe ser ejemplarmente castigado, como instigador de la muerte de decenas de inocentes peruanos!