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Cámere: el arte de formar sin gritar

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Fecha Publicación: 30/05/2025 - 20:40
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La educación peruana ha perdido su norte formativo. Entre tecnócratas sin alma e ideólogos con agenda, el sistema escolar ha sido empujado hacia una lógica que mide aprendizajes en gráficos que, aunque cuantificables, omiten el verdadero valor de la enseñanza: la formación del carácter. Esta transición impulsada por el Estado ha sustituido la orientación formativa por la instrucción mecánica, privilegiando la ideología sobre la pedagogía y los textos sobre los docentes. Edistio Cámere demostró que la educación es un acto espiritual y no meramente un procedimiento técnico. Su fallecimiento nos convoca a reflexionar sobre quién está formando a nuestros hijos.
Lo descubrí compartiendo página con él en Expreso, en las columnas de los sábados. No buscaba protagonismo. Su estilo era como su pedagogía: sobrio, profundo y coherente. Leías sus textos y sentías que alguien te hablaba al oído sin imponerte nada, pero dejándote pensando en todo. En una época donde la autoridad se confunde con grito y el aula se convierte en trinchera ideológica, Cámere recordaba que el maestro es un artesano del alma. Más allá de impartir conocimientos, él promovía un cuestionamiento crítico, fomentaba la introspección y cultivaba valores sin recurrir a imposiciones.
La crisis educativa tiene historia antigua, pero se agudizó mientras él escribía. Las políticas públicas recientes han favorecido la homogeneización curricular, el debilitamiento de la familia en la educación y la imposición de visiones únicas bajo el pretexto de neutralidad. Este panorama ha restado autonomía a los docentes, le quitó significado al aprendizaje y transformó a los estudiantes en cifras para el Ministerio de Educación. Cámere veía con claridad esta distorsión. Cuando el Estado reemplaza a los padres, se desfigura la esencia de la escuela. Cuando se educa sin identidad cultural ni formación moral, se siembra vacío.
Proponía una salida diferente. Reivindicaba la tradición, no como nostalgia, sino como raíz viva que orienta. Defendía la pluralidad de escuelas, no por capricho liberal, sino por justicia democrática. Apostaba por una pedagogía que conjugue autoridad con libertad y donde el testimonio del maestro valga más que cualquier currículo obligatorio. Su legado invita a repensar la relación entre Estado, escuela y familia. El primero debe garantizar condiciones, no imponer ideologías. La segunda, formar desde el ejemplo. La tercera, enseñar desde la pertenencia. Esa tríada, de forma articulada, puede devolverle alma a la educación.
¿Qué podemos hacer desde lo comunicacional y estratégico? Primero, cambiar el relato, dejar de hablar de “productividad educativa” y comenzar a hablar de formación humana. Segundo, reposicionar al maestro como líder moral, no como operador de políticas. Tercero, exigir que las reformas partan del respeto a la diversidad cultural y moral del país. Y recordar, tal como lo hacía Cámere, que formar es un acto lento, callado y profundamente transformador. Desde los medios, las universidades, los gremios y la sociedad civil, debemos promover una nueva narrativa educativa: una que valore el carácter, la sabiduría, el arraigo y la vocación.
Cámere nos enseña que se puede resistir a la banalización sin gritar, con humildad y firmeza. Nos invita a adoptar una pedagogía reflexiva que, lejos de las estridencias, sea un reflejo de nuestros valores más profundos. La educación no es neutra: forma en virtud o en vacío. Como decía San Agustín, “el que ha perdido sus raíces ha perdido todo”. El Perú no puede darse el lujo de educar sin alma. No se trata de más normas ni más contenidos, sino de volver a confiar en quienes forman con profundidad, sin alzar la voz y sin pedir aplausos. Porque en la educación, como en la vida, el verdadero maestro es aquel que deja huella… incluso cuando ya no está.

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