Chale único, infalsificable
Cimbreante, intuitivo, atrevido, desenfadado, que otros adjetivos podría mencionar para rendirnos ante Roberto Chale que a sus 16 años ya era una promesa de kilates con la camiseta de Centro Iqueño.
Inigualable con su picardía innata fuera y dentro de la cancha, inteligente para acomodarse en un grupo humano pese a su corta edad, no le daba asco si había que echarse una más porque sabía que su físico soportaba los estragos de la noche. Y que sazonado como otros grandes, caso “Toto” Terry no arrugaba para defender los colores que tanto amó por igual: la selección nacional y Universitario de Deportes.
Chale es una leyenda en el fútbol peruano. No está en el recuento de los grandes goleadores porque él los fabricaba con su singular talento, sabio para el pase a placer, o hacer la gambeta o la guacha y dejar en ridículo al más pintado de sus rivales.
Los jueces tampoco se libraron de sus travesuras. Alguna vez Lucho Gonzales, árbitro de primera división, contó que debió expulsar al “Niño Terrible” en un partido que se disputaba en provincias. Chale se le acercó para recriminar su decisión y como no entendía de buenas maneras, le aplicó un puntapié, por lo bajo, al querido “Tres Patines”.
Volviendo a Lima el referí de marras haciendo uso de su proverbial buen humor, se remangó el blue jean para mostrar el moretón estampado en su canilla, aquellas extremidades endebles que parecían unos carrilitos.
Ese era Chale cuando los vaivenes del fútbol lo llevaron a cambiar de club y adquirir la condición de talismán en el millonario Defensor Lima de Luis Banchero Rossi, enfundado en esa divisa transparente junto a los cracks de la época: Pancho Gonzales, José Fernández, Miguel Ángel Converti, entre otros, gozando de la magia granate de Roque Gastón Máspoli y un nuevo grande que apuntaba cosas.
O cuando en el epílogo de su carrera llegara para beneplácito del Sport Boys del Callao, que en aquel entonces se jugaba la permanencia de la categoría.
Si hoy el genio de Roberto estuviera acampando en el fútbol peruano, enseñando y luciendo su calidad, podríamos apostar que no habría como pagarle porque las chequeras y las cuentas corrientes no tendrían suficientes saldos. Vivió en una época donde los salarios no eran voluminosos.
Cuando comenzó Chale a ser figura pudo adquirir un departamento bien puesto en San Isidro y circulaba en un Fiat blanco, 4 puertas, siendo en aquel entonces el referente de una generación que nos hizo vibrar en el Mundial de Méjico 70 luego de aquella clasificación histórica en la Bombonera.
Quizás se le pasó o perdió adrede el tren de la época que lo llevara a Europa, donde debió ser su destino, para un jugador que tenía todos los pergaminos, comenzando por temperamento y carácter, además de las propias virtudes del futbolista diferente. O tal vez pensó estar distante de su familia y sus amigos lo hizo evaluar mil veces antes de tomar una decisión así, pese a que alguna vez pasó a jugar en las ligas venezolanas.
No supo guardar “pan para mayo” y es probable que más de uno le dejara alguna arruga en el camino, viviendo horas ingratas, alejado de la afición que lo reconoció siempre y que hizo de él un ídolo a plenitud.
Una leyenda infalsificable, marca registrada, único en su serie, imposible de copiar y pegar en los cromos de las editoras, figura repetida en manos de los coleccionistas a precios siderales, Chale fue eso, el estandarte de una generación de predestinados.
* Por Bruno Esposito Marsan
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