¡Despierten peruanos! ¡Despierten pronto!
El buen gobernante es el que gestiona el Estado para bienestar del ciudadano. Todo lo opuesto a Pedro Castillo, quien manipula al Estado en beneficio propio y de la organización criminal que presuntamente dirige, integrada por su familia y cercanos colaboradores en los poderes Ejecutivo y Legislativo. En quince meses de desgobierno Castillo ha destrozado, ex profesamente, gran parte del Estado. Ya logró capturarlo infiltrando los puestos altos, medios y bajos de las diferentes reparticiones públicas, poniéndolos en manos de incondicionales del régimen. ¡No para mejorar la administración pública, sino para reconvertirla en parte de la organización criminal que él presuntamente lideraría como denuncia la Fiscalía de la Nación! Este es el modelo de gobierno del Foro de Sao Paulo, para conseguir los recursos necesarios que le permitan al presidente arrodillar al pueblo, mediatizándolo con ofertas de bonos por doquier que, al final del día, sólo recibirán los áulicos del oficialismo que blindan a su organización criminal. Si esa realidad no la comparten los representantes de la OEA -que estuvieron en Lima hace unas semanas- querrá decir que son una cofradía de incapaces. Porque es evidente que el Perú de hoy no es ni la más pálida semblanza de lo que fue año y medio atrás. Inclusive pese a la pandemia Covid. El Perú de hoy es una maquinaria de podredumbre. El infame ejemplo del presidente Castillo –quien sostiene que no renunciará a la presidencia “mientras no exista sentencia a firme en mi contra”, pese al universo de sospechas de corrupción en las que está envuelto; como precisa la sustanciosa denuncia en su contra (más de 200 páginas) presentada al Congreso por la Fiscalía de la Nación- ha percolado en todos los estratos de la sociedad peruana. Pobres y ricos justifican su violación a la ley alegando “Si Castillo roba y nada le pasa, ¿por qué nosotros no?” Esta peligrosísima realidad acabará por transformarnos prontamente en país fallido. Si la OEA soslaya este drama, cargará sobre su espalda la infamia de haber contribuido, en forma cobarde e interesada, a la desaparición de la democracia en el Perú, y a su inmediata incorporación en el tóxico espacio de las tiranías sometidas al socialismo del tercer milenio. Infierno inventado por los déspotas Castro y Maduro y prohijado por Lula, un cómplice de ambos que se apresta a regresar al poder en Brasil y, consecuentemente, a mandar en Latinoamérica.
Si sumamos a ello la escalofriante amenaza del caos económico mundial que, con incontrovertibles evidencias ya estaría manifestándose en Estados Unidos, China y Europa, el contexto peruano se presenta tétrico. No sólo por su efecto en cadena. También porque nos pillará regentados por un incompetente como estadista –hablamos de Pedro Castillo- que solamente reconoce el robo como metodología de gobierno, acostumbrado como está a actuar como jefe de una organización criminal dedicada a robarle al Perú. ¡El tiempo se acorta! Aunque esto parece importarle poco o nada a la mayoría de peruanos, abocados las 24 horas del día a cualquier frivolidad. ¡Menos a entender el riesgo que enfrentan!
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