Día del Maestro: ser maestro es una forma de sentir y de vivir
La finalidad de la educación, su sentido, es la construcción permanente del ser humano y, por eso, ser maestro es una forma hermosa de sentir la vida, porque significa el compromiso de trabajar con niños, adolescentes, jóvenes y adultos en su proceso de realización e inserción al mundo social y laboral; en la toma de conciencia en el ejercicio de sus derechos con responsabilidad, hoy denominada ciudadanía plena, la cual encuentra su mejor expresión en la construcción democrática de nuestra sociedad.
En un primer momento, antes de la escritura, el maestro era el depositario del saber, poseía la información en su cerebro y la divulgaba a través de la palabra. Sus recursos eran la oratoria y su ejemplo de vida. De allí la denominación de la escuela como “templo del saber”, ya que se requería silencio absoluto para escuchar la palabra del maestro y así su sabiduría pudiera llegar a todos.
En un segundo momento, con la invención de la escritura, los libros y los impresos pasan a ser recursos fundamentales del maestro y se convierten en las fuentes del saber. Se genera un culto por los libros como si en ellos encontráramos la verdad. Hasta ese momento, la función sustancial del maestro era transmitir datos e informaciones a las nuevas generaciones para así preservar los saberes y, con la escritura, la alfabetización como el recurso que permitía recordar definiciones y clasificaciones como evidencias del aprendizaje.
En aquel entonces se pensó que el libro podría reemplazar al maestro y, por lo tanto, cualquiera que tuviera un libro, cual varita mágica, podía enseñar en las escuelas simplemente repitiendo lo que estaba escrito en los libros, como si fueran “las palabras mágicas”. Craso error, pues la educación es un proceso de interacción humana y el sentido de la educación es la construcción permanente e integral de los seres humanos y no limitarse unilateralmente a trasladar datos e informaciones.
Ya en esos tiempos, antes de conocer científicamente sobre el cognitivismo, las competencias y las nuevas tecnologías de la información, los maestros hindúes sostenían que el niño no es una tabula rasa, sino que ya posee experiencias y, por lo tanto, hay que ayudarlos a sistematizarlas y darles la posibilidad de ganar más experiencias. Sócrates consideraba que lo fundamental era hacer hombres de bien y la clave para ello era buscar la verdad a través de su método heurístico (ironía y mayéutica).
Séneca cuestionaba el para qué saber dividir un campo en partes si luego no se sabía compartirlo con sus hermanos y Miguel de Montaigne proclamaba que lo importante era desarrollar la capacidad de juzgar, puesto que más valía una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena. En el transcurso del tiempo, el maestro Comenio, en Didáctica Magna (1657), sostuvo que en la educación intervienen la familia, la escuela, la sociedad y la realidad natural y, por ello, cuestionaba ¿por qué en lugar de libros muertos no abrimos el libro vivo de la naturaleza?
Maestros como Paulo Freyre, en Pedagogía del Oprimido (1970), sostenía que conocimiento y desarrollo de las habilidades cognitivas tenía sentido si permitía al ser humano transformar su realidad, su entorno y su sociedad hacia formas superiores de vida material y espiritual; José Antonio Encinas, en Un ensayo de Escuela Nueva en el Perú (1932), afirmaba que el más alto cargo que un ciudadano podía desempeñar en una democracia era el ser maestro de escuela; Augusto Salazar Bondy, en La educación del hombre nuevo: la reforma educativa peruana (1975), postulaba la vocación humanista en la educación y que su expresión más genuina era la originalidad del ser humano; y Emilio Barrantes, en Escuela Humana (1963), nos llamaba a amar aquello a lo que uno se dedica y aquello de lo que uno forma parte (en el caso del educador, la obra educativa y la humanidad).
Por consiguiente, si la finalidad de la educación es el desarrollo integral del ser humano, lo que debemos hacer es potenciar sus dimensiones cognitivas, sociales, comunicativas, emocionales, psicomotoras, entre otras. Eso supone formación humanística, científica y profesional que responda a las preguntas: ¿para qué educamos?, ¿qué aprendizajes requieren nuestros estudiantes?, ¿cómo enseñamos?, ¿cómo evaluamos los aprendizajes?, ¿con qué recursos enseñamos? Actualmente, con las nuevas tecnologías de información y su avance vertiginoso (internet, aplicativos, Chat GPT, entre otros), el perfil del maestro cambia sustancialmente: de erudito a estratega. Hoy las fuentes de información están en todos lados, en todas las redes, en el momento y con nuevas informaciones todo el tiempo y de todas partes del mundo. Hoy lo importante es qué hacemos con esas informaciones; por lo tanto, tenemos claro que información no es conocimiento.
El conocimiento es la información procesada y, para ello, se requiere un maestro que no solo sea un buen orador, un buen comunicador; no solo redacte con claridad y sea un buen lector de libros y artículos; no solo debe estar alfabetizado digitalmente; sino principalmente debe ser un humanista y un investigador científico que desarrolle sus competencias digitales y sea un estratega para generar en sus estudiantes conflictos cognitivos contextualizados y de la realidad (problematizador) que les permitan buscar soluciones trabajando en equipo y colaborativamente.
Ser maestro, en consecuencia, es buscar que los estudiantes descubran sus potencialidades, sus talentos, y generar diversos procedimientos que les permitan poder desarrollarlas con criticidad y autonomía para tomar decisiones y resolver problemas de su realidad y con dimensión ética. Por ello, el maestro promueve la cultura de la evaluación como aspecto fundamental que permite valorar fortalezas y reconocer aspectos a superar para alcanzar aprendizajes en concordancia con nuestras inteligencias múltiples y estilos de aprendizaje. Asimismo, ejercita la metacognición, el ser conscientes de nuestros procesos de aprendizaje para autorregularnos y así ganar autonomía y seguridad para enfrentar retos del mundo cambiante.
Igualmente, desarrolla las habilidades blandas que, por su carácter interpersonal, son soportes fundamentales para las habilidades duras. Esta es la garantía de una interacción humana trascendental que forje ciudadanos con autoestima, seguridad en sí mismos, dialogantes y comprometidos con la construcción democrática de nuestro país.
Finalmente, ser maestro es asumir la responsabilidad de hacer docencia todo el tiempo, de asumir que ser maestro es nuestra mejor forma de vivir y de sentir nuestra humanidad en donde estemos, pues somos agentes de aprendizajes significativos con nuestras palabras y nuestras acciones ya sea en las aulas, en nuestra vecindad, en nuestros centros laborales, en la localidad, siempre ejerciendo ciudadanía. Por todo ello, un gran saludo a todos los maestros del Perú, a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional, en el Día del Maestro.
Por Miguel Gerardo Inga Arias
*Decano de la Facultad de Educación de la UNMSM
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