El estado de nuestro Estado
Los seres humanos hemos creado organizaciones resultantes de la preocupación por preservar la vida y la salud. Temas -agreguemos hoy, derechos humanos- que surgen del instinto básico de supervivencia, al que le debemos mucho de los avances de la ciencia y la tecnología, del conocimiento en general.
En este camino, llegamos a la concepción de Estado, que Platón y Aristóteles consideraban era anterior al hombre, en el sentido que existe por sí en la naturaleza.
Avanzando en el tiempo, recordemos que Luis XIV, rey de Francia, acuñó la frase: “el Estado soy yo”. Lo dijo en esa época conocida como la del absolutismo, en la medida que una sola persona ejercía el poder con carácter absoluto, sin límite alguno y sin rendir cuentas de sus acciones, argumentando que el poder le fue concedido por Dios.
Este ejercicio abusivo y unilateral del poder generó frustraciones y resentimientos que gestaron una rebelión que marcó un hito histórico mundial el 14 de julio de 1789, la Revolución francesa. Con ella se dio origen al Estado moderno que hoy conocemos.
En dicho año se aprobó, un 26 de agosto, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por parte de la Asamblea Nacional Constituyente Francesa. Este es uno de muchos de los documentos fundamentales de la Revolución francesa en cuanto a los derechos de las personas y de la comunidad, expuestos por Rousseau en “El Contrato Social”.
Muchos se preguntarán a dónde nos lleva este repaso histórico. La respuesta la encontramos al tener en cuenta que como resultado de esta gesta existe la división de poderes del Estado, tal como la plasmó Montesquieu en “El espíritu de las Leyes”. Ahí se identificó a los tres poderes con atribuciones, competencias y objetivos propios: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Ninguno de ellos es absoluto ni prima sobre los demás, conviven en armonía y juntos pueden lograr el desarrollo de un país.
Hoy en día, se constata en nuestra sociedad una pugna entre las instituciones representativas de nuestro Estado, enfrascadas en discrepancias dogmáticas y, en muchas oportunidades, intentos absurdos como si la intención fuera retroceder en el tiempo para volver al absolutismo que fue guillotinado hace varios siglos.
Es cierto que a lo largo de nuestra historia hemos tenido momentos accidentados en la búsqueda del sano equilibrio de poderes. Ahora, pareciera que la tentación es muy fuerte en aquellos que están convencidos de que se pueden cometer impunemente cualquier fechoría, olvidándose que el Rey Sol hace siglos fue enterrado.
(*) Abogado, docente universitario, consultor legal
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