El Estado no es lo suyo
Fui uno de los cien concurrentes al almuerzo ofrecido a Luis Bedoya Reyes por su arribo al siglo de vida. El acontecimiento sugería una dimensión privilegiada para quienes admiramos al líder fundador del PPC y habíamos recibido la convocatoria mediante una linda tarjeta. Pero el privilegio fue del país porque, gracias a la prensa televisiva, millones de compatriotas escucharon su palabra en esta hora jubilar de su existencia.
Bedoya no solo emocionó en los párrafos iniciales del discurso aludiendo a la búsqueda de los rostros cercanos que transitaron junto a él la plenitud de su vida y que al pasar la lista ya no responden “presente”. También caló la atención de todos al desarrollar los fundamentos por los cuales la clase media fue y siempre debía ser el motor del progreso del país.
No alcanzaría en esta columna a reseñar con éxito los diversos ángulos de su reflexión sobre este último punto pero confieso que me deleitó la fortaleza conceptual de Bedoya para abordarlo. Tanto así que compartí este sentimiento con mi colega Federico Salazar, sentado en la misma mesa, y a la espera de que el presidente Martín Vizcarra –quien era el último orador de la tarde– tomara la posta con una brillante disertación sobre las líneas trazadas por el joven centenario.
Penosamente, no fue así. Como suele ocurrirme en las ocasiones que escucho a Vizcarra, me desalienta el abuso que hace de los lugares comunes y la reiteración de ideas fijas desnudas de contenido. Bedoya, quien jamás llegó a la primera magistratura, nos planteaba la visión de un estadista. Vizcarra, quien llegó a la presidencia como Claudio a dirigir el imperio romano, demostraba que la perspectiva de Estado no es lo suyo.
Quizás el último estudio de 2M Analytics sobre las palabras que más repite Vizcarra nos explica bien el sinsabor de oírlo. Las expresiones de categoría confrontacional abarcan el 72.42 % del lenguaje presidencial (referéndum, Congreso, corrupción, fiscalía), mientras que las convocantes o de tarea pública apenas llegan al 23.58 % (población, anemia, unidad).
No debemos reclamarle al mandatario una retórica exaltada. Los tiempos de valorar más los giros demagógicos y populacheros ya pasaron hace tiempo. Pero es innegable que Vizcarra esconde en un récord de galimatías la ausencia de objetivos claros para el país, una noción de futuro que –por ejemplo– nos indique la inmediatez de su preocupación por la reforma laboral, el plan contra la creciente inseguridad ciudadana, los rieles de la formalización, el polo de las grandes inversiones. Y más.
Muchos –según las encuestas– creen que Vizcarra calza la imagen del estadista ideal. Pocos (hasta ahora) creemos que no ha dado el salto cualitativo a tan elevado nivel.