El peruano ha perdido la fe
La degradación de la sociedad peruana va alcanzando cotas de vértigo. Basta dar una mirada alrededor para entender la gravedad del momento. Del puesto más influyente, hasta al pinche asistente de ambulante, toda actividad tiende a la informalización, marginándose del Estado de Derecho. Daría la impresión de que no existe manera de dar vuelta atrás. Todo gira alrededor de acabar con la escrupulosidad para bajar costos y competir en ese mercado negro donde todo vale. Al final del día, el Estado es el más afectado. Los peruanos del momento consideran a los tributos como sobrecostos incoherentes, dentro de su lucha por subsistir en una cada vez más hostigada actividad privada. Su prosperidad depende, como siempre, del equilibrio económico/financiero del negocio. Todos los peruanos exitosos son conscientes de que, contra el pago de impuestos, el Estado ya no les proporciona lo que esperan como contribuyentes: reciprocidad por su desembolso forzoso para con ello armonizar la coexistencia y paz social.
Ahora, esta cohabitación en el Perú equivale a una gran utopía. Porque sin paz social no existe seguridad ni consecuentemente progreso. Dos razones básicas para que el peruano pague impuestos. La inseguridad cotidiana y asimismo las manifestaciones violentas de las que la ciudadanía ha sido testigo durante los meses de diciembre hasta febrero. quiebra la confianza del emprendedor. Juan Pueblo considera que hoy el Estado es una entelequia que sólo sirve al político para que viva cómodamente de él. Al contribuyente, el Estado ya no le significa garantía de paz social ni tampoco confianza para la armonía económica. Hoy el Estado peruano no es el árbitro y regulador que fue hasta, probablemente, una década atrás. Posiblemente, amable lector, esta realidad a muchos le parecerá exageración. ¡Pero es lo que está viviendo el peruano en su país! Tanto que la mayoría de peruanos viene empobreciéndose poco a poco; aunque demasiado rápido. Porque además, la corrupción de los últimos gobernantes los ha llevado el país al caos moral.
Hablamos también de la falta de manejo del Estado y del arte de gobernar. Imputados por corruptos como Toledo, Humala y académicos acusados de lo mismo como Kuczynski; o canallas cleptómanos como Vizcarra; fuera de legos, golpistas y prostituidos como Castillo, cada de ellos le falló al Perú, violando el principio de confianza que debió existir entre gobernados y gobernantes.
Hoy en la sociedad peruana ahora campea el escepticismo, tara que será muy difícil, sino imposible, de erradicar en las siguientes décadas. Sobre todo porque no avistamos en el horizonte alguna figura política con las hormonas y, fundamentalmente, con la materia gris necesaria para revertir esta espantosa miseria humana -inculta, falsaria, corrupta- que se ha apoderado del Estado peruano. ¡Y con ello, volado en pedazos la confianza de la población!
Hasta que surja la figura de algún líder político inteligente, coherente, valiente, empático y, fundamentalmente, incorruptible, es probable que permanezcamos sobreviviendo entre la anomia, medianía, crisis y el atraso a que nos dirigimos aceleradamente, gracias a esos últimos cinco canallas/infames ex mandatarios que han gobernado viciosamente nuestro país.
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