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El silencio de Irma del Águila

Fecha Publicación: 05/07/2019 - 20:30
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Irma del Águila, en «Mínima señal» (Fondo de Cultura Económica, 2017), con calma, elabora el escenario de cada historia. Estas pueden desarrollarse en espacios públicos, como una piscina; rurales, como en una comunidad nativa; privados, como una habitación o una casa de familia en construcción. Sea el caso que sea, maniobra entre colores, texturas y pensamientos con la palabra exacta. Con oraciones, breves o ligeramente largas, manipula el ritmo de la lectura, somete al lector apurado, al impaciente por la acción y lo dirige al disfrute de la imagen, de la meditación del personaje, del contraste entre la inocencia de un niña y las manos sucias y el alma contaminada del hombre encargado del aseo. La descripción, en Del Águila, es placer. Sometido el lector, se interroga por qué elige un término en vez de otro, por qué su lenguaje pierde pudor en algunos pasajes y, en otros, es riguroso.

El silencio, también, es una herramienta que Del Águila utiliza con eficiencia. No es ocultar información a modo de un policial, es omitir una acción, sugerir un camino. Y ese camino es la perversión. Las historias de «Mínima señal» exigen al lector intuir la fragilidad moral del ser humano o, si lo queremos entender de otro modo, la tentación del mal. Así, en el cuento “Pared medianera” descubrimos la preocupación de una familia por dividir la casa de un solo ambiente para que, así, se construya el dormitorio de su hija adolescente. ¿Aislarla?, ¿privacidad?, ¿protección?, ¿de qué?, ¿de su propio padre? Del mismo modo, Carmen Ollé —qué lujo—, en el adagio que incluye este libro, anuncia las virtudes del cuento “La piscina”. Los detalles en el escenario, en los personajes, en sus pensamientos son exquisitos. Y el silencio en los últimos párrafos es demoledor. Dos relatos que son solo una muestra de la destreza sobresaliente de Irma del Águila, escritora que nos deja con la inquietud de conocer más.