Entre Washington y Beijing
Sin proponérnoslo, el Perú se perfila como el primer campo de batalla en la Guerra Fría 2.0 entre los Estados Unidos de Norteamérica y la República Popular China. El epicentro de la confrontación se encuentra a 30 kilómetros al norte de la ciudad de Lima, en el ya famoso nuevo puerto de Chancay, todavía en construcción.
Se trata de una inversión “privada” de 3,500 millones de dólares –de propiedad del consorcio chino Cosco Shipping Port (60%) y la minera Volcan (40%)–, inversión que la Sra. Dina Boluarte y sus ministros celebran como si fuera la obra cumbre de su malhadado gobierno.
La magnitud de la obra y su localización estratégica en el Mar del Pacífico, entre otros factores, ha despertado los temores de los Estados Unidos que ve cómo la China de Xi Jinping le arrebata lenta, pero inexorablemente la influencia que antaño ejercía sobre América Latina.
Hoy –en prácticamente toda la región latinoamericana– China se ha convertido en el mayor socio comercial, el más importante inversionista y el lugar de visita obligada de todo mandatario latinoamericano. Ni siquiera el presidente argentino Javier Milei ha podido resistirse al encanto. Luego de declarar infinidad de veces que “no hace negocios con comunistas”, ahora los visita y expresa su gratitud por la “colaboración China”.
La “inteligencia norteamericana”, comenzando por los analistas del Departamento de Estado, han declarado en el propio Congreso de los Estados Unidos que el Puerto de Chancay constituye “a clear and present danger”–esto es, un riesgo inminente para los intereses norteamericanos.
La respuesta geopolítica norteamericana no se ha hecho esperar, aunque sin hacer referencia a Chancay y poniéndolo más bien en el marco de una respuesta de carácter continental. Le llaman “nearshoring” o “friendshoring” y consiste en promover la localización de empresas norteamericanas en los países amigos de la región con el fin de profundizar la manufactura, maquila o provisión de servicios en el marco de cadenas de valor que acerquen a la región al gran mercado de los Estados Unidos.
Un estudio recién publicado por el BID señala que el potencial beneficio para la región es de unos 78 mil millones de dólares anuales en exportación adicional de alto contenido tecnológico. Según el mismo estudio, en el caso del Perú el impacto podría llegar a ser de unos 1,400 millones de dólares anuales, aunque si seguimos el ejemplo mexicano y ponemos en marcha un régimen especial de manufactura, maquila y almacenamiento (REMA), como el que propongo en un proyecto de ley que cuenta ya con un dictamen positivo de la comisión de economía, el beneficio podría llegar a ser de ¡¡¡más de 5 mil millones de dólares anuales!!!
Puede parece un enfoque muy básico esto de andar contando el beneficio monetario de una relación u otra. Por eso más vale recordar un viejo adagio de la política internacional: los países no tienen amigos; tienen intereses. Y el interés nacional del Perú en esta Guerra Fría 2.0 es permanecer a igual distancia de Washington y de Beijing.
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