La cultura por los suelos
En el Perú, un Ministerio de Cultura no funciona como debiera operar. La razón es sencilla. La gente realmente culta, que podría aportar mucho, no está dispuesta a permitir las malacrianzas, prepotencias, ofensivas y jaloneos de las izquierdas. Sobre todo, la zurda caviar que se cree dueña exclusiva de todo lo bueno; aunque fundamentalmente de todo lo malo y lo feo que conviva alrededor de la cultura en este país. Desde su errada creación, durante la segunda gestión de Alan García, hasta hoy el ministerio de Cultura solo ha aportado hechos nefastos para el propósito por el que fuera creado.
El imperdonable e incalculable daño sufrido por las Líneas de Nasca –durante la gestión de la ministra Diana Álvarez Calderón– por la sobrecogedora falta de vigilancia que permitió en aquel santuario, donde construyeron nuestros antepasados un todavía indescifrado enjambre de imponentes diseños plasmados en piedras alineadas con diferentes formas geométricas, admirado por el mundo entero gracias a la difusión y el cuidado de la científica María Reiche.
Como consecuencia, buena parte fue severamente dañada por flotas de camiones que las cruzaban para extraer arena que luego impunemente se comercializaban. ¡Y no pasó nada! La misma ministra promovió la construcción del Museo Arqueológico en Pachacamac, una fantástica obra diseñada por los arquitectos Llosa y Cortegana erigida a un costo cercano a los quinientos millones de soles, que hoy no puede visitarla el público porque sus trabajadores están en paro, reclamando nueve meses el pago de sus remuneraciones, gratificaciones CTS, etc.
Asimismo, notables peruanos vinculados a la Cultura, como el recordado artista plástico Fernando de Szyszlo y la historiadora Mariana Mould de Pease, protestaron por la construcción del museo sobre terrenos donde, debajo, subyace restos de la cultura Pachacamac que habrían sido destruidos –o cuando menos dañados– tras el colosal movimiento de tierras que realizaron los constructores para erigir semejante edificación: siete pisos, incluyendo sótanos.
Asimismo, denunciaron que los museos no se construyen en zonas alejadas, pues limitan que el público pueda visitarlos por el tiempo y costo del transporte que exige un viaje desde la capital hasta Pachacamac, lo que resulta agobiante; unas cuatro horas entre ida y vuelta.
Entonces, si el Estado invirtió quinientos millones de soles en construir semejante museo, la población espera que funcione dándole todas las facilidades. Bueno. La primera –distancia y tiempo para llegar y regresar a su lugar habitual– sencillamente no funciona. Pero ocurre que si hoy, amable lector, usted quisiera visitar el Museo Arqueológico de Pachacamac, no podría hacerlo porque sus trabajadores están en huelga por falta de pago.
Según la actual ministra, no alcanza el presupuesto. Pero, eso sí, la ministra Leslie Urteaga tiene de donde farrearse centenares de miles de soles, por ejemplo, para la producción de películas revolucionarias que exacerban el morbo malévolo del público, típico entre los regímenes promarxistas. Como con razón denuncia Aldo Mariátegui, “son films que ponen en un pedestal a exguerrilleros comunistas, homicidas de policías, dictadoras, falsos ídolos anti mineros, y políticos cuya agenda principal fue el odio”.
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