La discípula de Judas
No resulta tan difícil de entender el estreñimiento mental de la cojudigna y mediocre Dina Boluarte. Es indudable que sus arterias cerebrales continúan completamente obstruidas o taponadas por esa materia residual que explicaría cada embarrada repugnante en la que incurre desde que llegó al poder y empezó a tomar decisiones en nombre de millones de peruanos.
El balance de este gobierno es desastroso e impopular, con un gabinete repleto de ineptos, incapaces e incompetentes. Los ministros felpudos de la mandataria trucha han sido designados para escudarla de sus enjuagues ordinarios y desbordes chuscos, bufonescos y corruptos.
Sin embargo, el ADN inoculado de estos ganapanes ha continuado con los clásicos relevos ministeriales. Esta mandadera del poder, entrenada por su mentor y guía, el infelizmente recordado golpista y corrupto Pedro Castillo, le ha inculcado la tradición de cambiar mocos por babas y simular que está corrigiendo todo para que nada cambie. Esta farsa politiquera les permite dar puntadas con hilo y lograr sus fines arteros y traicioneros.
Entre todos los integrantes de este gabinete, hubo un ministro diferente: calificado, preparado y valiente, que supo desmarcarse de la recua de ministros indignos, fracasados y chupamedias de Dina Boluarte. Desde ayer, es el excanciller González Olaechea, un político que marcó la diferencia en este gobierno inútil e incapaz. Fue el mejor ministro de este régimen y uno de los pocos que ha mostrado resultados reales y tangibles durante su gestión. Reconocido públicamente tanto en el Perú como en el extranjero, gracias a su ejemplar desempeño ante la OEA, despertó el golpeado orgullo peruano. Fue valorado y respetado como un distinguido representante del Perú. Admiramos y aplaudimos su defensa valiente y digna de la democracia, vulgarmente simulada y mancillada en Venezuela. Ejerció una posición firme ante la OEA, plagada de caviares y fariseos adheridos al fraudulento y asesino proceso eleccionario venezolano. No dudó, ni le tembló la voz, para encarar a los esbirros y galifardos putativos de Nicolás Maduro, camuflados y rentados por ese bribón genocida. Así fueron históricamente confrontados por el entonces canciller del Perú.
¿Qué hizo esta “mandataria cojudigna”? Dio el peor ejemplo como presidenta. Tomó una decisión miserable, mezquina y despreciable. Sabiendo del magnífico papel ante la OEA de su canciller González Olaechea en nombre del Estado peruano, esta “marioneta corrupta, rastrera y traicionera” le clavó el puñal por la espalda a su mejor ministro y envió un mensaje clarísimo al Perú: “Así les pago a los peruanos que triunfan o que ayudan a mi gobierno, pero no les perdono que cometan el pecado mortal de brillar más que yo”. Esta “presidenta trucha” se irrita con los peruanos exitosos que dejan en alto el nombre del Perú ante el mundo, que enorgullecen a millones de peruanos. El caso de González Olaechea, un verdadero demócrata que defendió la democracia y la legalidad, es claro. Su mayor pecado fue darle un inmerecido y extraordinario logro a un gobierno de mediocres que nació para fracasar.
Este patético colofón huele a lo que Dina huele. Su traición repugnante es recurrente y se lo sigue haciendo al Perú. Es imperdonable. Esta corrupta debería saber que su blindaje de impunidad ya prescribió. Las variables de la justicia divina ya están operando. ¡JAMÁS nadie ha podido escapar de ella!
He dicho.
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