La lucha contra la depresión
Mientras escriba esta nota, tres personas se intentarán quitar la vida en el Perú. En un colegio, me dicen, hay salones con seis niños o adolescentes diagnosticados clínicamente con depresión. Cuadros patéticos, entre la covid, sus consecuencias y las precariedades latentes de la vida. Mañana, 13 de enero, que se recuerda el Día Mundial de Lucha contra la Depresión, debemos detenernos, aunque sea solo un momento, a preguntarnos qué podemos hacer para que este trastorno emocional que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y que sigue siendo considerada como la primera causa mundial de discapacidad, pueda enfrentarse y/ o atenuarse en nuestro país.
Debemos tener en cuenta que la información es clave al respecto, porque se habla y se escribe mucho sin conocimiento de causa y exagerando o minimizando sus síntomas y sus consecuencias. Hay, felizmente, muy buena e ilustrada literatura sobre el tema. Por ella sabemos que la depresión incide notablemente en las tasas de mortalidad y morbilidad y afecta a hombres y mujeres de todas las edades, pero de manera muy significativa a los adolescentes y personas de la tercera edad.
También debemos considerar los consensos médicos: la depresión es una enfermedad que requiere atención médica especializada. Y entre sus causas, hay dos principales: la composición genética y el funcionamiento de los neurotransmisores cerebrales. Estos últimos son aquellas sustancias químicas que ayudan a la transmisión de mensajes entre las células nerviosas del cerebro. Por cierto, los especialistas remarcan que los factores sociales, además de los personales, disparan los principales síntomas.
Adolescentes y viejos la padecen en mayores índices. Dos edades, aparentemente opuestas, pero en las cuales, la desorientación vital cunde. En un caso, por la falta de respuestas y de nortes y la angustia de querer encontrarlos. En el otro porque las respuestas y los nortes parecen haberse agotado y la muerte acecha. El ciclo de la vida se cumple sin demora. Ni el tiempo ni la marea saben esperar, como dice un proverbio judío.
Hagamos que la lucha por la vida sea una lucha contra la depresión. Altas y bajas habrá siempre, así como hay amaneceres y crepúsculos y ambos tienen un colorido especial. Hay, efectivamente, un mar muerto pero también un mar rojo y los dos están llenos de borrascas y de quietudes y a pesar de eso y de todo siguen siendo “una cifra de cosas que no sabemos”. Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar, dice el poeta andaluz. Nada dura pero al mismo tiempo todo dura, aunque no sea ya de nosotros.
En el día de la lucha contra la depresión, fortalezcamos nuestra diaria esperanza. Pequeña o grande nos ayuda a vivir y nos da un sentido de realización pero al mismo tiempo de conformidad que es indispensable ante las tempestades y los nubarrones de toda vida. Como en la hermosa chacarera. “Si alguna guagüita pudiera tener/ uy qué feliz, uy qué feliz/ pero como dicen que Dios proveerá/ ya ha de venir, ya ha de venir…”
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