La milonga de la ley
El país tiene un montón de leyes. Son más de 32 mil publicadas en el diario oficial hasta días atrás. Eso, claro está, sin considerar decretos legislativos, decretos de urgencia, decretos ley, reglamentos, normas y más “otro sí digo” que hacen un legajo de semejante magnitud y grosor que, cada tanto, esforzados o inútiles “padres de la patria” han tratado de incrementar su número sabiendo que hay un cúmulo que no corre, no se toma en cuenta, no se respeta; es decir, existen por las puras. Hace pocos días se ha dado a conocer en el mismo Congreso de la República que existen nuevas iniciativas para hacer una renovada, otra más, Ley del Deporte, como si las leyes en el país fueran la solución a nuestros imprevistos y esporádicos resultados o que, por añadidura, no estuviéramos hartos de que algunos políticos elucubren que son las leyes el antídoto idóneo para salir de esta inercia en la que, a la “muerte de un obispo”, despertamos del letargo.
Han sido décadas desde que la dictadura de Velasco impuso la 20555, un decreto ley que creó el INRED, hoy IPD, que obligaba a los clubes, para calificar con ese término, a tener al menos cuatro disciplinas activadas, imaginando estúpidamente que a fuerza de las botas el deporte iba a tener mayor relevancia, sin percatarse de que algunos avivatos le sacarían la vuelta a la norma, por cuanto más de uno, luciendo más habilidades que el mejor gambeteador, sumó palito chino, canicas, tiro al sapo y otras ridiculeces, dejando atrás el espíritu de la ley de marras.
Más tarde, con el retorno de los gobiernos democráticos, se inundaron los archivos con más y más disposiciones que fueron documentos de utilería y, quizás, inservibles, hasta que llegamos a nuestros días, pensando que otra más va a ser lo que necesita el deporte. Ahora que se hacen exigencias para que tengamos profesionales a carta cabal, advirtiendo que si no estás en el registro de Sunedu eres hombre tachado, no tienes derecho a trabajar en ningún lugar del sector público, y más bien te degradan para convertirte en vendedor ambulante o taxista informal, hoy queremos mirar omnipotentemente el deporte diciendo que “si no tiene gestión no saldremos de este estancamiento”.
Se habla con frecuencia de la “gestión pública” en el Estado, y nos gustaría saber si nuestros dirigentes del IPD y entes federativos, designados a dedo los primeros, y elegidos y reelegidos por décadas los segundos, son gente preparada profesionalmente o se tratarían de elementos marginales que llegan a esos cargos sin tener oficio ni beneficio. Cuando el deporte, décadas atrás, estuvo en manos de gente de experiencia y de buena reputación, dirigentes que servían al país sin compensación económica, teníamos educación física en los colegios, federaciones comprometidas con sus deportistas, profesores y técnicos capacitados en el país y en el exterior, claro está, triunfos y fracasos porque no éramos nada del otro mundo; es decir, como hoy. Pero la diferencia era que no le echábamos la culpa a la falta de leyes y se debía trabajar con cuatro reales, con planillas de burócratas en número exiguo, con el auspicio de la empresa privada amén del apoyo familiar para cada atleta. Para ser más claros, había que ser muy imaginativo, tal como hoy es la tabla de salvación de un Estado inerte y pacienzudo, de gentes que están a la espera del salario de fin de mes, aunque en muchos casos sin mostrar ningún resultado.
Por tanto, por favor, terminemos con esta milonga de la ley que nos falta.
Por Bruno Espósito Marsán
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