La palabra y la verdad
Por Edistio Cámere
Susanita, dormida, sueña: “Oh, Felipe, ¿No sería maravilloso que entretejiéramos nuestras vidas?” - “Depende, ¿con qué punto?”, responde Felipe. Al día siguiente, Felipe lee absorto una revista. Susanita se acerca y por detrás le grita ¡TONTO! Da media vuelta y se retira. Felipe cae sentado al piso por el susto y queda confundido sin atinar a comprender el por qué de dicho comportamiento.
Quino recoge situaciones de la vida ordinaria a las que ilumina con la vena humorística que lo caracteriza, tanto para el deleite como para la reflexión del lector. A la presente, bien puede sacársele punta desde la óptica de las diferencias entre hombre y mujer, pero dejaré ese intento para otra ocasión. Más bien, me gustaría centrarme en una cierta tendencia actual que, sin atender y sin abrirse a la realidad o a la misma naturaleza de las cosas, se juzga, se opina y hasta se actúa sobre la base de lo que uno siente o supone. Susanita actuó proactivamente basándose en un sueño sin asidero en la realidad. ¡Cuántas opiniones, incluso temerarias, se profieren sin detenerse a considerar si lo que se escucha o lee es cierto!
La emoción otorga frescura y calidad al diario vivir, pero cuando el juicio se alimenta exclusivamente de ella es mala consejera. Cuando la emoción o el sentir gobiernan, se pierde perspectiva y no se atiende la realidad tal y como es. Más bien, se le añade elementos que no tiene o se la parcela, de manera que solo se ilumina la parte que más se acomoda con los propios intereses. El respeto a la realidad convoca al pensamiento a conformarse con ella, esta adecuación facilita la emisión de juicios objetivos y serenos, así como a actuar con coherencia. Por el contrario, cuando uno tiene la convicción de que la realidad se dibuja a partir de las ‘vibraciones’ que revolotean en el mundo interior se cae en las fauces del relativismo. Cuando el subjetivismo – hermano gemelo del relativismo – reina, los cauces de la convivencia y de la comunicación se resienten, por no decir que se obturan. Si cada quien va a lo suyo porque es lo más importante, “el otro” no tiene cabida puesto que no interesa; y si interesa, es por sernos útil o por ser un escollo que hay que sortear.
La palabra expresada sin una referencia objetiva o externa suena más a monólogo que a diálogo. Las interferencias no provienen del entorno, sino de ella misma que, al estar vaciada de su significado real, asume connotaciones subjetivas. La misma palabra tiene diferentes acepciones para quienes interactúan. Más aún, al no existir relación con un referente objetivo, el compromiso dado a través de la palabra pierde consistencia y, al extremo, con facilidad se incumple.
La verdad, que es la adecuación del pensamiento a la realidad, debe presidir tanto en la cotidiana convivencia como en el diálogo interpersonal, primero para que fluyan sin cortapisas y segundo para que el respeto a la dignidad de la persona sea una máxima en las relaciones sociales.
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