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¡Llegó la encomienda!

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Fecha Publicación: 26/06/2020 - 20:40
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La copiosa lluvia oscurecía el día volviendo aún más lúgubre esta incierta ciudad. Por la carretera Panamericana llegaba, a velocidad lenta, un camión que normalmente transportaba ganado vacuno. El chofer, a pesar de estar agobiado por el cansancio, exhibía un semblante alegre. En sus ojos se reflejaban: el rostro de una mujer sonriente, niños saltando y ancianos cuyas arrugas desaparecían. El pesado vehículo había cruzado el complicado camino de la incertidumbre, para llegar a una ciudad azotada con más severidad por esta pandemia, cargando desordenados bultos, enviados por las familias del interior del país quienes, preocupadas por la situación de sus familias en las ciudades, organizan para apoyar resueltamente y compartir lo poco que tienen para hacer llevadera esta grave situación.

Esa mañana, a un costado de la Panamericana, esperaban mujeres y hombres cuyos rostros, curtidos por el olvido y la indiferencia, expresaban mucha ansiedad. De pronto, al abrirse la puerta, con sus miradas despejaban el cielo, llenando de esperanza y haciendo palpitar con emoción sus corazones. Qué importaba si en ese momento se derramaban lágrimas, estas también eran parte de la encomienda. Quienes la recibían sabían que dentro de las pesadas cajas y bultos venía mucho más que víveres, sabían que traían el abrazo de la familia y que ahora mitigarían el hambre y curarían la nostalgia. Era la escena que hubiera esperado como respuesta nuestro poeta César Vallejo, “Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos!”.

Lo especial de este cargamento es el mensaje de la verdadera solidaridad. Eso que muchos se resisten a practicar. Eso que enseñan nuestros padres, allá en nuestros pueblos, allá cuando fuimos golpeados por los desastres de la naturaleza y por los desastres creados por el hombre. Porque ellos saben que el hambre es una bestia insaciable cuyas garras son pinceles que anidan en los cementerios. El poeta Miguel Hernández lo describió magistralmente “El hambre paseaba sus vacas exprimidas, sus mujeres resecas, sus devoradas ubres, sus ávidas quijadas, sus miserables vidas frente a los comedores y los cuerpos salubres”. Por eso nuestras familias se han puesto a trabajar para preservar la condición humana de los seres queridos y mitigar fracturas dolorosas y para no dejarnos morir de hambre. De nuestras familias siempre recibiremos “un pedazo de pan donde poder sentarnos” para tener la suficiente fuerza para levantarnos. Tenemos ese privilegio.