Los 13 de la isla de Las Serpientes
Escribo esta columna, en pleno asedio de Kiev, la capital de Ucrania. No soy un cronista de la guerra; solo, como tantos, soy un testigo de este tiempo, de sus atrocidades y heroísmos. Mi columna es un epígrafe para una noticia que surge del acontecer diario y de la cual pretendo, ojalá, resaltar su íntima relación con la vida y con la muerte.
Dicho esto, señalo que me impactó sobremanera un despacho desde el frente de la invasión cuyo titular rezaba: Los 13 de la isla de Las Serpientes. Al momento recordé la vieja lección de historia de la escuela en la que Pizarro, el conquistador del Perú, trazó una raya en el suelo de la isla del Gallo obligando a decidir a sus hombres entre seguir o no en la expedición descubridora. Por aquí se va al Perú a ser ricos…
La isla de Las Serpientes es una formación rocosa de tan sólo 0.17 kilómetros cuadrados de superficie pero de singular importancia estratégica para Ucrania. Está situada en el mar Negro y a 45 kilómetros de su costa. En ella habitan, según encuestas especializadas, 2,300 serpientes.
Los 13 de la isla son los guardias costeros ucranianos que velaban por su seguridad e integridad. Un barco de guerra ruso, en el primer día de la guerra, los conmina por altavoces a rendirse. Su respuesta es contundente y dramática: ¡buque ruso, que os fulminen! Minutos después una tanda de artillería lanzada desde el barco acaba con ellos.
Murieron en un páramo casi inhabitable pero que, sin embargo, es la patria para ellos. Pudieron rendirse y nadie se los hubiera reprochado. ¿Qué pueden 13 fusiles contra el armamento y la tripulación de un buque de guerra? Pero aquellos soldados ucranianos sintieron que había llegado su hora y la convirtieron en una lección de coraje y patriotismo.
Cómo nos comportemos ante la muerte define nuestra más honda personalidad. En la Milonga del Soldado, Borges escribe: “Oyó vivas y oyó mueras/ Oyó el clamor de la gente./ Él solo quería saber/ si era o si no era valiente./ Lo supo en aquel momento/ en que le entraba la herida./ Se dijo: no tuve miedo/ cuando lo dejó la vida./ Su muerte fue una secreta/ victoria. Nadie se asombre/ de que me dé envidia y pena/ el destino de aquel hombre.”
Los 13 no yacen para siempre en “un túmulo estepario de mi Ucrania linda” como quería para sí el gran poetaTarás Shevchenko, sino en un arenal frente al mar de Azov y entre el ir y venir de las serpientes de los mil colores.
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