Los inconformes
Como suele pasar con toda expresión masiva que encarna un enojo o repudio, lo ocurrido en Chile ha dado pie a innumerables interpretaciones dentro de una gama muy ancha y a veces francamente ridícula. Conmueven sobre todo las que acercan su bola de cristal hacia el derrumbe del sistema de libertades –políticas y económicas– por las cuales más de dos tercios de la humanidad rema con tropiezos y no pocas torpezas.
Torpezas que, sin duda alguna, los buitres del colectivismo fracasado (cuyo único trabajo con salario de ONG es tirar piedras al esfuerzo por crear empleos masivos) explotan eficientemente pero no son los causantes. La “brisa bolivariana” administra las consecuencias del descontento pero no lo gesta.
El último medio siglo hemos visto muchas iniciativas rupturistas justificadas por estados de inconformidad, especialmente de los jóvenes. El iconográfico París 1968 (en realidad, su origen fue Nanterre) irrumpió como muestra cabal del giro que el mundo daría hacia la revolución. Fue una revuelta política y cultural. Pero luego de los acuerdos de la calle Grenelle, el presidente Charles de Gaulle disolvió la asamblea legislativa, convocó a elecciones y salió fortalecido.
Igual pasó con los Indignados de España que –ocho años después– solo ha alterado el establishment político ibérico permitiendo el ingreso de nuevas agrupaciones a la disputa de las curules en las cortes y el Parlamento Europeo. Pero junto a Podemos de Pablo Iglesias (el socialista que se compró una lujosa casa de campo en la sierra de Madrid) aparecieron los derechistas Ciudadanos y Vox.
En una de las más célebres escenas de “Rebeldes sin causa”, Buzz Underson (Coren Alley) reta a Jim Stark (James Dean) a una carrera suicida hacia un acantilado donde los conductores deberán arrojarse de los automóviles antes que estos se precipiten al vacío. “¿Por qué hacemos esto?”, pregunta Jim y Buzz responde: “bueno, algo hay que hacer ¿no?”.
Connota al inconformismo juvenil que tiene uno como miles de motivos para expresarlo y gusta protagonizar las gestas del cambio, aunque no sepa específicamente cuál es la alternativa viable y superior a lo que deplora. Algo hay que hacer, ¿no?
“Todos hemos cambiado”, dice el presidente Sebastián Piñera a través del Twitter, en un intento de no confrontar y más bien sumarse al espíritu de la marcha del millón de personas contra su gobierno. Recuerda el verso de su compatriota Pablo Neruda: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Y de eso se trata. De no ser los mismos. De comprender y oír las insatisfacciones de la especie humana que jamás tendrá un paraíso en la tierra pero que sí le resulta posible bregar por hacer menos inequitativa su existencia.