Los peruanos, secuestrados por la CIDH
Los caviares siguen convirtiendo en inviable al Perú. Es su táctica para gobernarnos a través de un ente transnacional, digitado por el comunismo cubano y venezolano, infiltrado en el corazón de lo que alguna vez fue el refugio al que acudían los países que se veían amenazados, precisamente, por el comunismo en aquellos momentos proscrito por la OEA. Eran los tiempos en que los Estados Unidos y Occidente, en general, luchaban contra el totalitarismo marxista que acabó instalándose en Cuba. Hoy, cada día nuestro Estado deja de ser tal, disminuido en sus deberes y funciones, por una fuerza fáctica foránea que no solamente enerva, sino anula, sus mandatos. Hablamos de dos apéndices de la OEA llamados Comisión y Corte Interamericana de Derechos Humanos. La prepotencia de ambos centros de poder, digitados por la izquierda latinoamericana, es feroz; asfixiante. Ahora somos una colonia de ambos hologramas del fascismo contemporáneo, dominados por la zurda regional a través de sus centros operativos latinoamericanos, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Colombia, Chile, Brasil y Bolivia, por citar a aquellos países que vienen siendo gobernados por regímenes comunistas. En verdad, desde que el Perú se liberara de la amenaza totalitaria –que arrancó con la guerra desatada por sendero luminoso y el mrta; y la posterior incursión de un escuadrón de oenegés “derechohumanistas”, impulsoras de ese catecismo marxista más conocido como “comisión de la verdad”– perdimos la batalla contra el marxismo internacional, representado por la CIDH. Fue después de haberle ganado la guerra al brazo armado del totalitarismo derrotando militar y políticamente tanto a sendero como al mrta, gracias a nuestras fuerzas políticas –particularmente Apra, PPC y Acción Popular– y, sin la menor duda, a las Fuerzas Armadas y Policía Nacional.
Desde finales del siglo pasado, hablando rigurosamente, el Perú dejó de ser una República Independiente, pasando a ser una republiqueta dependiente de la CIDH. Hoy a través del Lawfare –originalmente impuesto en materia de Derechos Humanos ahora, ampliado ad infinitum– hoy manda como cuarta –y última instancia– la CIDH. Inclusive habiendo doblegando al poder Constitucional, reconocido y respetado por nuestros gobiernos electos por la ciudadanía. Lo hace vía esa justicia transnacional que sobrepasa al Poder Judicial peruano, porque sus sentencias –incluso las de nuestra Corte Suprema– acaban anuladas, modificadas, enervadas y desechadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en materias que no sólo tienen que ver con Derechos Humanos, sino que incursionan en todos los campos de la vida real de los peruanos.
En estas circunstancias, amable lector, el Perú no quiere, ni puede y mucho menos debe seguir sometiendo la voluntad de su ciudadanía a semejante poder exógeno. Hagamos el propósito de elegir –en los comicios de 2026– al candidato que entienda la gravísima circunstancia por la que está atravesando la patria y determine, dentro de su Programa de Gobierno, la decisión de retirar al Perú del dominio de la Corte y Comisión de Derechos Humanos. Si Estados Unidos siendo miembro de la OEA no forma parte de la CIDH, ¿por qué no hace lo propio Perú?
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