Murió la Bestia
La muerte del terrorista Abimael Guzmán, cabecilla de la banda Sendero Luminoso, es de lo poco que los peruanos tenemos para celebrar por estos días. La Bestia murió ayer, un día antes de conmemorarse los 29 años de su histórica captura durante el gobierno del presidente Alberto Fujimori. Guzmán y los seguidores de su cruel pensamiento “marxista-leninista-maoísta-pensamiento Gonzalo” le declararon la guerra a nuestra patria el 19 de abril de 1980. Ese día Abimael dio un afiebrado discurso en la escuela militar del partido comunista y dijo: “¡El futuro está en el cañón de los fusiles! ¡Iniciemos la lucha armada!”. Y así lo hicieron.
El sábado 17 de mayo Sendero Luminoso descargó el terror sobre Chuschi, Ayacucho, cuando una columna terrorista robó y quemó las ánforas de votación que debían usarse al día siguiente en las elecciones que devolvieron la democracia al Perú, tras más de una década de dictadura militar. Así comenzó el derramamiento de sangre en los Andes centrales y luego en el resto del país.
Ese maldito enlutó al Perú; sus huestes asesinaron a inocentes campesinos, violaron a mujeres, niñas y niños; incendiaron la escasa infraestructura de los poblados andinos, masacraron a machetazos a embarazadas y a los bebés en sus vientres; raptaron niños para convertirlos en asesinos, esclavizaron a los Ashaninkas y embarazaron a sus mujeres para doblegar a tan guerrero pueblo amazónico; y en nombre de la “limpieza social” masacraron brutalmente a miembros de la comunidad gay. De la mente de Guzmán salió la peor historia de horror sufrida en nuestro país, con un saldo de más de setenta mil víctimas.
En el enfermizo discurso declarando la guerra al suelo que lo vio nacer, dijo: “lo que existe se niega a morir y la reacción existe y por tanto se niega a morir; es un cadáver insepulto… no quiere que la metamos al cajón, no quiere que la enterremos”. Siguiendo esta lógica, queda claro que el perverso pensamiento “Gonzalo” se negará a morir y que de nosotros depende lograr sepultarlo.
Su crueldad sólo es comparable con la de Jean-Baptiste Carrier, parte del “Comité de Salvación Pública” encabezado por Robespierre, con el que se pretendía crear una Francia ideal, eliminando todo lo contrarrevolucionario. Carrier integró la facción más radical del Partido Jacobino. Su sueño era una Francia sin Dios. En 1793 asumió la representación del “Comité de Salvación Pública” de Nantes donde se dedicó a guillotinar prisioneros para descongestionar las cárceles, también a ordenar fusilamientos diariamente. Ambos métodos eran lentos por lo que desarrolló ahogamientos masivos.
Se jactaba de lo que llamó un “matrimonio republicano”: 160 sacerdotes y monjas, atados y desnudos, llevados en barcazas para hundirlas en el río Loira.
No duden que de haber accedido al poder Abimael hubiera tenido un comportamiento similar. Veremos a qué extremos llegan sus admiradores hoy al mando del Perú.