OEA es inviable
Latinoamérica ha demostrado ser un subcontinente incapaz de comportarse a la altura que le corresponde. Los avances que aparentemente consiguen sus países en beneficio de su población, duran poco; y el revés que aquello genera tarda décadas en revertirse. ¡Si es que alguna vez ello ocurre! Como es el caso de Cuba, que ya lleva más de seis décadas hundida en el atraso, la miseria y sobre todo en la absoluta carencia de libertades y de derechos para su pueblo.
Desde México hasta Tierra del Fuego –en Chile– sigue languideciendo aquella otrora tierra prometida llamada el Nuevo Mundo, que descubrió Cristóbal Colón hace 531 años. No sólo se exhibe desvanecida y desalentada, sino sobre todo desunida y frustrada; cargada de fobias políticas y resentimientos sociales que cada día se ahondan y agravan. Indudablemente, la cuestión cultural, sumada a las instituciones religiosas, forman parte del lastre que, además de sumirla en el atraso –y hasta el fracaso–, la condenan a seguir siendo aquella mosca en la leche que destaca por negativa ante el expectante panorama del resto de aquel vibrante "Continente del futuro" llamado América.
Basta contrastar el nivel de progreso, de bienestar, de riqueza y poder que exhibe Norteamérica (tomando en cuenta solamente a Estados Unidos y a Canadá; no así a México, ubicado en ese subcontinente; aunque cultural e ideológicamente semejante a Centro y Sudamérica), para definir que las bases estructurales (fundamentalmente las sociales, ideológicas y religiosas) son las que nunca fueron bien concebidas en este conjunto de naciones americanas, comprendidas entre México y Chile; en contraste con lo que ocurre con los exitosos Canadá y los Estados Unidos.
Estas diferencias conceptuales (pero fundamentales para el éxito de los países y, sobre todo, para el bienestar de sus ciudadanos), han venido agudizándose desde aquel quiebre político de América –ocurrido hace 64 años– cuando la revolución comunista tomó el control de Cuba. Desde entonces se desató una marcada diferencia entre el bloque Norte (Canadá y los Estados Unidos) y el bloque Sur (las demás naciones americanas) Esta incuestionable bipolaridad continental vuela en pedazos cualquier intento por equiparar a todos los países que la integran.
Ello impide que funcione cualquier suerte de estatuto único, orientado a lo que fuere. Desde pretender una unidad de criterios, de principios democráticos y de cuestiones de derechos civiles y sociales, hasta procurar alguna suerte de tregua política entre los países de América entera. Pero el asunto no se limita a que la agudización de las diferencias cívicas, ideológicas, políticas y/o económicas se constriñan a la voluntad de cada uno de los países americanos.
Lo que hoy ya está fehacientemente comprobado es que, detrás de aquellos cambios, está la mano negra del comunismo transnacional, operado localmente por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, cuya estrategia es establecer un bloque político latinoamericano, comunista, como contrapeso al exitoso bloque capitalista formado por Estados Unidos y Canadá. Ciertamente, aquella pugna ha convertido en inviables a la OEA y a sus sucedáneas CIDH (Comisión y Corte Interamericana de Derechos Humanos).
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