Premier mensajero
Me impresiona la idea común que connota el nombramiento de Salvador del Solar como nuevo presidente del Consejo de Ministros. Lejos de lo que algunos observadores señalan, no predomina el afán de ningunearlo por su oficio de actor, el cual –es sabido– complementa con un título de abogado y dos maestrías, a la par que una corta pero visible experiencia en el aparato público con el fajín de ministro de Cultura.
Las líneas coincidentes hallan espacio en la imagen del buen comunicador y así lo dicen varios personajes, dentro y fuera del Gobierno. Para el congresista y ahora nuevamente ministro de Vivienda Carlos Bruce, “hay que mejorar la estrategia de comunicación (del Ejecutivo) y en eso el primer ministro Del Solar tiene experiencia” (EC 13/11/19). Para la congresista y también vicepresidenta Mercedes Aráoz, Del Solar “tiene una habilidad discursiva muy buena, ayuda a poner ideas firmes…” (EC 14/03/2019). El escritor Santiago Roncagliolo dice por su parte que el presidente Martín Vizcarra necesitaba “un comunicador eficaz que salve su caída en las encuestas”, mientras que el colega Pedro Tenorio sostiene que “Del Solar es un buen comunicador político, pero sin resultados de poco servirá el floro” (EC 15/03/19).
Ciertamente, ya nadie duda –en las esferas estatales y privadas– que la comunicación es eje vital de las tareas corporativas. La gloriosa bandera del perfil bajo y el “trabajo silencioso pero eficaz” descansa en el cementerio del idealismo. Sin embargo, su importancia va unida a factores precedentes que deben exhibir su propia fortaleza, pues sin ellos la capacidad comunicativa pierde todo sentido. Y esa fortaleza debe aterrizar en los bolsillos, el estómago y las expectativas del receptor de los mensajes gubernamentales; es decir, el conjunto del pueblo peruano.
Me temo que si la premisa de Vizcarra para designar al nuevo premier ha sido: “estamos haciendo las cosas bien pero nos falta comunicarlas mejor”, y se pretende poner todos los huevos en la canasta del arte discursivo de Del Solar (Aráoz dixit), los riesgos serán más grandes que las certezas. La demanda al primer mandatario no es aprovecharse del liderazgo de otro sino que él mismo eleve su condición de un líder que no vive de las encuestas, el aplauso fácil de las tribunas, la demagogia (esta semana fue patética la reiteración de su desacuerdo con el monto de reparación fijado a favor de Odebrecht), el beneplácito a quienes toman carreteras o destruyen el oleoducto. Y un largo etcétera.
El premier mensajero debe renunciar al encasillamiento de su figura en las habilidades comunicativas (que muy poco le sirvieron para salvar a Pedro P. Kuczynski de la hoguera política) y más bien ayudar a Vizcarra a definir el rumbo y las metas del Gobierno.