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Queremos tanto a Pedro

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Fecha Publicación: 10/01/2024 - 21:20
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Pedro fue el cantante que todos los peruanos quisimos tener como amigo. Su carácter sencillo y sin dobleces, su valentía, generosidad y entrega, sus inolvidables ojos grandes de niño bueno, le ganaban las simpatías y el aprecio de propios y extraños. Pedro era un genio, qué duda cabe, su facilidad para componer canciones que marcaron nuestra infancia, adolescencia y juventud así lo atestigua. Empecé a escuchar su música cuando tenía apenas siete años y él era el líder de esa bocanada de aire fresco llamada Arena Hash que nos aligeró los veranos y la vida. Escuchar “Me resfrié en Brasil” era para mí como desentrañar un misterio porque se hablaba de una sensualidad que aún no entendía, pero eso no me impedía cantarla a todo pulmón durante las vacaciones.

En el verano de 1994, con doce años, fui con mi padre a la playa Redondo de Miraflores, donde Gisela Valcárcel realizaba su programa en vivo. Ese día iba a presentarse Pedro. Mi padre y yo nunca habíamos bajado a la playa e ignorábamos que tuviéramos que sortear los acantilados; mientras bajábamos por los empinados caminitos hacia la playa, nos íbamos riendo de puro nervios porque a un lado teníamos el abismo. Pero tantos apuros y caídas valieron la pena porque vimos a Pedro cantar a solo unos pasos de nosotros; con su música anulaba el sol sofocante y solo se sentía la brisa suave de la playa. Esa mañana, para evitar broncearme más de la cuenta, me había encasquetado una visera turquesa, con la que parecía una especie de aprendiz de mecánico. En esa época, las mujeres nunca llevaban ese tipo de gorras y creo ese fue el motivo por el que Pedro me miraba, entre sorprendido y extrañado, o en todo caso con la enorme curiosidad que lo caracterizaba.

En los meses siguientes, me inscribí en un curso de canto del Museo de Arte, y el bus morado y maltrecho en el que iba hacia el Centro de Lima se convertía de pronto en una suerte de nave fresca y blanca cuando en la radio sonaban los acordes de “Me elevé”.

No exagero al decir que muchos peruanos no podemos asimilar aún la noticia de su partida. Nos parece imposible, pero es que Pedrito no ha muerto. Las personas que dejan tras de sí gestos y obras buenas no mueren nunca. Pedrito está vivo y desde el cielo nos sigue mirando con sus increíbles ojos de niño bueno.

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