Recuperar la sensibilidad y vocación de justicia
Hannah Atendt, esa valerosa mujer que fue víctima de la sañuda represión nazi, pudo huir del odio al pueblo judío y luego de Francia tomada por el ejército alemán, afirmaba: “La muerte de la empatía humana, es uno de los primeros síntomas y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie”. Esta sentencia de una persona tan comprometida con una noble causa, nos advierte que, con el transcurso del tiempo, en lugar de evolucionar como género humano, por la avidez de poder político o económico, el afán de dominación, las guerras no dejaron de estar presentes, causando el asesinato de millones de seres humanos inocentes y desde las esferas de poder estatal, bajo cualquier motivo se sigue generando directa o indirectamente escenarios de confrontación y violencia reciclando exponencialmente los argumentos y los mecanismos para mantener vigente esa inhumana violencia.
Así como durante la Segunda Guerra Mundial Hitler pretendió imponer la errónea consigna de la “raza superior”, causando al exterminio de más de 6 millones de judíos, el “Aphartheid” como mecanismo de segregación racial en Sudáfrica estuvo vigente hasta los años 90 del siglo XX, período en el cual también tuvimos que lamentar el genocidio en Ruanda con un millón de decapitados en el contexto de la confrontación étnica violenta entre los Jutus y Tutsis, lo mismo que las dictaduras militares en Latinoamérica con miles de asesinados, desaparecidos, torturados, bajo la consigna de combatir el comunismo. Tampoco se puede ignorar los ataques militares a escuelas y vehículos que trasportaban niños asesinandolos, bajo el eufemismo de “daños colaterales”, frase frecuentemene utilizada por el ejército norteamericano.
Hoy todavía persiste en los países árabes la tortura, mutilaciones y asesinato de miles de mujeres, bajo el paraguas permisivo de su religión.
Es necesario repudiar la confrontación bélica provocada por Rusia contra Ucrania con resultados funestos irreversibles y tampoco podemos ignorar lo que viene aconteciendo actualmente en la Franja de Gaza, con el genocidio de miles de niños y personas inocentes, escenario de violencia que evidencia la responsabilidad compartida de Hammás y el gobierno israelí. Inquieta también el pacto político con la temible y misógina teocracia iraní.
Frente a esta realidad, surge la inevitable pregunta: ¿Qué clase de conexiones neuronales se darán en los cerebros de los líderes políticos que promueven las guerras, que no se inmutan ante el dolor, la angustia, temores y sufrimientos de otras personas? Solo muestran desprecio frente a los otros diferentes que no piensan como ellos. Los impulsores de la violencia interna o externa como estrategia política, no cesan en su perversa misión de imponerse a los otros provocando destrucción y muerte.Es
Hannah Arendt, quien nos pinta el aterrador futuro de barbarie, si muere la empatía humana. Por ello la importancia de recuperar la política para la ética y los que tengan vocación de justicia. Es una irresponsabilidad dejarla en manos de la versión más perversa y corrupta del género humano.
Un sistema democrático plural es la única garantía de convivencia entre diferentes, para llegar a acuerdos y pactos que armonicen las contradicciones individuales y colectivas y resguarde la convivencia pacífica. Parafraseando a Miguel Hernández preso político español fallecido a sus 32 años en una cárcel franquista. Ahí escribió que “...hay un rayo de luz en la lucha que siempre deja la sombra vencida”.
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