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Repensar la ciudad

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La ira de los ilegales.
Fecha Publicación: 02/11/2020 - 20:10
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Salgo a recorrer la ciudad domingo por la mañana. Aprovecho que no hay vehículos motorizados. Viajo en bicicleta por las calles de algunos distritos mesocráticos. Disfruto el aire sobre mi rostro, y ver la movilidad social sin prejuicios ni discriminación, sin confrontación. ¿Por qué no extender esta convivencia a todo rincón de la ciudad capital? ¿Por qué no extenderla a todo el territorio nacional?

Comprendo que no es fácil que los grupos privilegiados admitan que los espacios públicos son para todos. Pero ello no significa que su primitiva forma de concebir el universo tenga que convertirse en una regla para los demás.

Al recorrer avenidas integradoras recuerdo la razón de ser de un equipamiento urbano público: ser un espacio de encuentro, de convivencia e intercambio multicultural. Recuerdo entonces por qué rechazo los muros de Asia, porque al mejor estilo medioeval separan dos mundos imaginarios que debieran estar unidos por el territorio en común. Nada más alejado de una convivencia social que estas invasiones de terrenos de cuellos blancos, que privatizan las playas y lo camuflan de condominio habitacional.

Debemos repensar las ciudades. Aprovechar este momento de quiebre económico y social al que nos llevó la pandemia del Covid-19, para reconvertir conductas y comportamientos que no serán los mismos de antes. Lo peor que podemos hacer es aferrarnos al pasado. El reto es transformar el presente para tener un futuro.
No está en el ADN del homo sapiens que llevamos dentro caminar hacia atrás. El signo de nuestro paso es transformar la tierra, para bien o para mal, pero transformarla. Es nuestro móvil. Renunciar a él y quedarnos quietos no será parte de nuestro legado.

Pero necesitamos movilizarnos. Recuperar las calles con cuidado. Repensar la conectividad. Imaginar edificaciones, espacios en común, equipamiento urbano (priorizando empleo, seguridad, salud y educación). Y sobre todo confiar en los demás. Algo que no conseguiremos con muros y rejas que dividan a unos de otros. Se consigue abriendo espacios de encuentro.

La convivencia no significa, por cierto, que debamos obligar a peruanos de distinto nivel socioeconómico a vivir bajo un mismo techo. Eso es más primitivo que separarnos, porque responde a una lógica autoritaria y antisocial.

Cuando recorres la ciudad como hice este domingo, recuerdas la importancia que hoy tienen los espacios en común para integrarnos sin que nos sintamos obligados. Porque estamos destinados a esa convivencia. Porque ese es nuestro destino como seres humanos. Salvo que la apuesta de quienes nos gobiernan sea involucionar como sociedad.