Resistiré...
La pandemia ha traído desolación y muerte pero también el recuerdo de una vieja canción con un verso que tiene una raíz semítica. En efecto, el Talmud, el libro oral y sagrado del judaísmo, dice: “Sé flexible como un junco, no tieso como un ciprés”.
En la crecida de los ríos -el río es la clásica y primordial metáfora del tiempo según Heráclito– los juncos se bambolean y se doblan pero no se quiebran. Al cabo de la momentánea superación del caudal, el junco vuelve a su posición original. Esa metáfora ha sido explicada por el psicoanálisis para nombrar la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa: la resiliencia.
La canción hurga en el inconsciente. Porque es allí en donde a veces uno “siente miedo del silencio”. Es en ese espacio ubicuo en el que “cuesta mantenerse en pie”. Es allí y no en otra parte en donde “se rebelan los recuerdos y nos ponen contra la pared”. Entonces, allí resistiré.
Por eso, “aunque los vientos de la vida soplen fuerte/Soy como el junco que se dobla/ pero siempre sigue en pie”. “Ya no es mágico el mundo” dice Borges cuando lo deja una mujer. Y esta canción reitera esa cualidad del mundo de la felicidad al afirmar: “Cuando el mundo pierda toda magia/ Cuando mi enemigo sea yo/ Cuando me apuñale la nostalgia/ y no reconozca ni mi voz”. Resistiré.
El principal enemigo de uno es uno mismo, con todos sus claroscuros y sus sombras. Y si ser apuñalado por la espalda es la mayor de las traiciones, quién sino la nostalgia para hacerlo aunque sea a plena luz del día. Y si en el vendaval de voces y silencios de la torre de Babel de nuestra dolorida conciencia, no podemos reconocer ni siquiera nuestra voz, estamos casi perdidos. Resistiré.
“Cuando nos amenace la locura”, es decir cuando sintamos en carne propia el sinsentido de la vida y hagamos de ella una resistencia doliente pero activa como el gran filósofo Gabriel Deleuze; “Cuando en nuestra moneda salga cruz” y no haya ningún Cristo que diga dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y premonitoriamente: “Cuando el diablo pase la factura” y no haya nadie que pueda, por el santo amor, exorcizar nuestros demonios… Resistiré.
Finalmente el estertor humano por excelencia: “Y si alguna vez me faltas tú”. Todo tiene sentido aunque no lo parezca. El amor que se revela, como señala Octavio Paz, entre un cuerpo que se penetra y una conciencia impenetrable. Todo, el miedo, el silencio, los recuerdos, la magia, el viento, los juncos, la nostalgia, la locura, la moneda del César, los demonios. Todo tiene sentido, porque amar -como ha escrito Humberto Maturana- “es disfrutar de la experiencia sabiendo que cada día es una aventura incierta y el mañana, una incógnita perenne; es vivir cada instante como si fuese el último que puedes compartir con el otro, de tal manera que cada reencuentro sea tan intenso y tan profundo como si fuese la primera vez que la tomas de la mano, haciendo que lo cotidiano sea siempre una creación distinta y milagrosa.”