Retablo de esperanza
Libros por aquí, libros por allá, cuidadosamente apilados como variopintas tanta wawas; poemas por aquí, cuentos por allá y novelas más allá como el testimonio de nuevos gritos libertarios de la patria tallados sobre piedra de Huamanga; niños por aquí, jóvenes por allá, señores más allá entrando por las cuatro esquinas de la plaza buscando un poco de calor y mucho alimento para el alma.
El frío es motivo para escapar de distraídas tardes mientras las estrellas desfilan presurosas en auxilio, hermoseando la histórica plaza de la bella y señorial Huamanga, para cubrir con su atuendo de gala la sed y hambre de los espíritus: Pedro Pablo Angulo, Héctor Ñaupari, Harold Alva, taytas Eduardo González Viaña y Omar Aramayo, estamos en Ayacucho. No es usual ver en la plaza Retablos llenos de libros, llenos de sabiduría y mucho menos ver a niños, jóvenes y familias enteras, conversar con autores, buscarlos, entrevistarlos, pedir consejos y movilizarse incansables buscando un codiciado libro.
A pesar que andamos preocupados por la deuda que tenemos con nuestros hijos: preocupa la calidad de la educación, la salud y la seguridad; a pesar que nos duele la indiferencia del papa gobierno con la cultura: preocupa la desidia de quienes chillan por megáfono los preparativos del Bicentenario; a pesar de todo, confieso con mucha alegría, que celebro el éxito de la III Feria Internacional del Libro de Ayacucho y saludo a Willy del Pozo, responsable de su organización.
El pueblo ayacuchano, además de ser hospitalario con los visitantes busca rehacer su historia, da claras muestras de “terminar este necio juego” en buscar culpables en otros, como lo diría el poeta Omar Lara. Es hora de construir nuestro país. Es hora de enterrar las huellas dolorosas que han dejado los promotores de la muerte y cultivar las mentes de los nuevos ciudadanos.
Una mañana, no lejana, cada rincón de nuestra patria será la nueva Pampa de Quinua: allí libraremos la batalla final para derrotar la demencial enfermedad de la indiferencia, allí hemos de vencer la oscuridad a la que nos quieren condenar las mentes insanas. No sólo de pan viven los ayacuchanos: bajo su cielo y su sufrida tierra también se alimenta el espíritu. Entre retablos, pan chapla y piedra de Huamanga, brillan los libros.