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Rusia empezó la guerra

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Fecha Publicación: 20/02/2025 - 22:20
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A pesar de que el presidente estadounidense ha repetido mecánicamente la propaganda del Kremlin en su intento por dejar de apoyar a Ucrania, los hechos, los datos y las estadísticas muestran lo contrario.
El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala contra Ucrania, iniciando la guerra ruso-ucraniana, que ya se acerca a su tercer año. Esto, a pesar de que los analistas pro-Putin afirmaban que Kiev caería en apenas tres días. Las amenazas nucleares de Putin resultaron ser solo ruido, incluso cuando tropas ucranianas lograron penetrar y capturar territorio en la frontera rusa.
A inicios de febrero de este año, una encuesta situó la aprobación de Zelensky en un 57 %, muy por encima del 4 % que difunde la propaganda rusa. Además, la Constitución ucraniana no permite elecciones en tiempos de guerra, lo que hace inviable la convocatoria de elecciones hasta que el propio sistema determine lo contrario, alejando así a Zelensky de la etiqueta de dictador. Y la guerra no está cerca de terminar.
Europa sigue siendo un actor clave, no solo por su historia y cultura, sino por su capacidad productiva e intelectual. La corriente woke, que ha incomodado –con razón– a buena parte del mundo, no es una creación europea, sino estadounidense. Basta con recordar la época hippie y la Alemania Federal para comprender cómo se radicaliza el discurso en ciertos momentos históricos.
El fenómeno woke es solo una fase más de la radicalización del sistema democrático representativo moderno. Al ser una radicalización, se expresa a través de la censura, la imposición de valores morales y una violencia encubierta en la condena social. Esta corriente de pensamiento radicalizado, como herramienta de expansión político-cultural de Estados Unidos en las últimas dos décadas, penetró en todos los países bajo su influencia, incluida gran parte de América Latina.
El problema es que el fanatismo desmedido hacia cualquier narrativa siempre genera una respuesta radical en sentido opuesto.
Hoy, el mundo es mucho más conservador que hace una década, cuando el fenómeno woke alcanzó su punto más alto. Esto responde, en parte, al ciclo natural de la interacción social. Sin embargo, la radicalización basada en el fanatismo –sea del signo que sea– trae consecuencias nefastas. Lo vimos en el siglo XX con el respaldo de EE. UU. a las dictaduras latinoamericanas como respuesta radical a la radicalización de la izquierda durante la Guerra Fría.
Ahora, las ideas políticas de buena parte del mundo están girando hacia un modelo más alineado con la principal influencia cultural del primer cuarto del siglo XXI: el nuevo conservadurismo estadounidense.
Nos dirigimos hacia un mundo más duro y propenso a respuestas bélicas, donde la negociación política probablemente se basará en lógicas comerciales e intentará imponerse mediante supuestas fuerzas superiores –económicas, ideológicas o militares– tanto en la política interna como en la geopolítica global.
El distanciamiento de EE. UU. con Ucrania puede responder a diversas razones, entre ellas las promesas empresariales que, según se especula, Trump habría hecho a compañías petroleras. También podría ser una respuesta ante la imposibilidad del imperio de mantener su influencia global frente al crecimiento de una China que pone en tela de juicio la eficacia del sistema democrático representativo.
Tampoco se puede dejar de pensar que podría ser una reacción agresiva ante la negativa de Zelensky de hipotecar a Ucrania con Washington a través del control de sus tierras raras.
A pesar de ello, por ahora Europa parece dispuesta a afrontar la guerra en el mediano plazo. Mucho dependerá de Alemania, un actor clave en la política europea, junto con Francia.
Se especula, además, sobre la posibilidad de que EE. UU. retire tropas de los países limítrofes con Rusia dentro de la OTAN, lo que implicaría un distanciamiento significativo de la alianza atlántica, una ruptura de Occidente.
El problema de este escenario es que, si el rompimiento se concreta –aunque sea temporalmente–, el paraguas nuclear estadounidense dejaría de cubrir a Europa y a los demás países occidentalizados de los diversos continentes. Sin el “sheriff” mundial, el equilibrio global se fracturaría. Y cuando no hay autoridad, la ley del más fuerte se impone: todos se arman.
Un mundo armado es un mundo bélico. La historia lo ha demostrado demasiadas veces.

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