Soto debe renunciar
Nada más difícil que la dura realidad. El Congreso –lo sabemos bien– se especializa en vivir en un mundo paralelo, de reglas medievales, de inamovibles mayorías, de ausente especialización y ni qué decir, nula meritocracia. Prima allí la tiranía de los votos como expresión de acuerdos bajo la mesa, al servicio de intereses subalternos, disfrazada –eso sí– como parte del ejercicio “democrático” del voto.
En dicho mundo, lo que la ciudadanía piense, sus preocupaciones, prioridades o sentimientos de estupefacción ante los dichos, hechos y excesos de los congresistas simplemente “no importan”, son parte de un complot periodístico”, “son los dichos de los enemigos del Congreso”.
Entendible entonces la desesperación disfrazada de desdén expuesta por el propio Sr. Alejandro Soto al ejercer su defensa: según él, las denuncias que aparecen en el sistema de justicia no existen o no tienen sustento, todo no pasa de ser una gigantesca mentira amplificada por los medios y él es –nada más y nada menos– que un santo incomprendido.
Entendible también el silencio de sus promotores – los “estrategas” del fujimorismo y del acuñismo–que en su afán por asegurar las riendas del poder verdadero –hoy firmemente instalado en el primer poder del Estado ante la inoperancia de un Ejecutivo sin rumbo– no dudaron en poner como presidente a alguien “funcional” a sus intereses, sin ningún nivel de maniobra o ejercicio de voluntad individual, amén de traer a la mesa directiva del congreso al grupo partidario más representativo de los valores antidemocráticos: la facción cerronista de Perú Libre.
Entendible silencio, sí, pero inaceptable en vista de su altísimo grado de responsabilidad. Un “due diligence” de las calidades del Sr. Soto lo hubieran descalificado de plano, sobre todo si hubiese habido –por parte de Fuerza Popular y APP– un mínimo de deseo por reconectar con un electorado y una sociedad que reclama a gritos un poco más de idoneidad en el manejo de la cosa pública.
Hoy el Congreso de la República está a la deriva, con un liderazgo cuestionable y debidamente cuestionado, aupado tan solo por los grupos del otrora así llamado “bloque democrático” y la izquierda cavernícola, pero que ahora se ha convertido simplemente en el “bloque autoritario” que actúa como soporte del cada vez más ilegitimo gobierno de la Sra. Boluarte y del Sr. Alberto Otarola, blindándolo, facilitándole sin crítica el accionar gubernamental, haciendo de Shakira (no ve, no oye, no actúa) frente a las barrabasadas del régimen.
Así las cosas, la democracia peruana se sigue desangrando de a pocos, esperando el garrotazo final que termine por convertirla en una autocracia con o sin vestiduras democráticas. Evitarlo requiere en estos momentos una sola cosa: la renuncia inmediata del Sr. Alejandro Soto a la presidencia del Congreso de la República.
Por Carlos Anderson
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