Tiempos de reflexión y decisiones
Debemos ser claros. La historia contemporánea no registra una peor coyuntura que la que hoy exhibe nuestro país. Una nación al garete, un Estado fallido, una clase política abominable, una población inculta, una elite frívola. Mejor no seguir, para no caer en la depresión que, de por sí, es el estado de ánimo que provoca contemplar la situación a la que ha llegado el Perú, en apenas media década de sucesivos desaciertos. Drama que ha sido coronado por un rudimentario, incapaz y destructivo gobierno, presidido por un sujeto elemental, primario y, a su vez, malvado, como Pedro Castillo Terrones. Y por si todo esto fuese poco, resulta que la oposición democrática peruana atraviesa por una profunda crisis de unidad, un peligroso periodo de desorientación y encima de aquello, por una trivialidad intelectual pocas veces vista. Esta manifestación también se traduce, en todo su esplendor, en aquel crisol de razas, ideas y doctrinas conocido como Congreso de la República, también llamado Primer Poder del Estado, que más o menos transpira la misma medianía que su contraparte el Ejecutivo. En otras palabras, el horizonte peruano es sumamente rudimentario como para descubrir, en medio de tanta crisis, la más pálida idea sobre cómo empezar a sacar al país del pozo séptico al que ha caído. La falta de ingenio, profundidad, perspicacia, sabiduría y perspectiva no nos deja avizorar el norte que, desesperadamente, requiere reencontrar nuestro país. Empezando por la búsqueda del líder que sea capaz de trazar una hoja de ruta básica, que permita atraer a las mejores mentes del país para re idear la República, hallándole el camino a la restauración al Estado peruano a través de una gobierno presidido por un verdadero amante de la patria, acompañado por ciudadanos asimismo inteligentes y decididos a darlo todo por su nación. No se trata tampoco de apelar a mesianismos, siempre peligrosos. Peor aún, en un país políticamente fraccionado, intelectualmente resquebrajado y anímicamente frustrado. Sería suficiente encontrar un mínimo común denominador, capaz de articular un esquema que permita atraer mentes calificadas y, sobre todo, dispuestas a trabajar por el Perú al que todos aspiramos a verle resurgir.
Evidentemente, resultaría utópico siquiera alucinar alguna solución perseverando en la permanencia en el Estado de un poder Ejecutivo presidido por quien, presuntamente, lidera una organización criminal abocada, específicamente, a canibalizar el Estado, tal como la fiscal de la Nación ha denunciado a Pedro Castillo ante el Congreso. Treinta millones de peruanos no pueden, ni deben ni quieren seguir siendo gobernados por un sujeto de esta calaña, aparte carente del más elemental concepto de lo que es ejercer el gobierno de una nación. Y por si fuera poco, ideológicamente identificado con ideas de la izquierda chavista, ciertamente trasnochadas, anti libertarias y económica, como socialmente, nefastas. En paralelo, no podemos desconocer que el Congreso tampoco tiene suficiente altura de mira para garantizar la ecuanimidad que demanda una salida política tan difícil como la que, cuanto antes, necesita encontrar este país.
Son momentos de reflexión para encontrarle un desenlace coherente al caos nacional.
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