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Un análisis sobre las declaraciones de Gerardo Eto Cruz

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Fecha Publicación: 01/05/2024 - 22:20
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En un país caracterizado por sus recurrentes turbulencias políticas y su sistema de justicia en crisis, las declaraciones de Gerardo Eto Cruz, constitucionalista y exmiembro del Tribunal Constitucional, resuenan con una urgencia particular. Cruz señala a la politización de la justicia como una de las principales amenazas que enfrenta el Perú, en un contexto en el que la ideología y el poder se entrecruzan con frecuencia, comprometiendo la imparcialidad y eficacia de nuestras instituciones democráticas.
La percepción de una justicia politizada, según Cruz, se evidencia en la actual controversia entre el Congreso y la Junta Nacional de Justicia, que ha colocado al Tribunal Constitucional en el centro de todas las miradas. Esta situación, lejos de ser un síntoma aislado, es indicativa de una crisis más amplia, alimentada por conflictos interorganizacionales y una falta de liderazgo competente que afecta la estabilidad de la nación.
Cruz también critica la influencia de los denominados “caviares” o “fariseos de la democracia contemporánea”, a quienes acusa de empujar al país hacia ideologías que no favorecen la construcción de un estado próspero y justo. El término “caviar”, usado jocosamente, se refiere a aquellos que, mientras promueven ideas progresistas, son percibidos como desconectados de las realidades y necesidades del pueblo peruano y viven como aristócratas.
El especialista no solo se detiene en diagnósticos, sino que también ofrece una solución, aunque escéptica, sobre la viabilidad de la bicameralidad como una posible mejora estructural para el sistema político peruano. Propone que esta podría permitir un mejor control de las iniciativas legislativas, proporcionando un sistema de frenos y contrapesos más robusto dentro del parlamento.

No obstante, Cruz advierte que ningún cambio estructural podrá ser efectivo sin un cambio en la calidad de los gobernantes y los funcionarios públicos. Lamenta la falta de una cultura política sólida y critica a los partidos políticos por no promover una formación adecuada en principios y valores democráticos. Esta deficiencia se ve exacerbada por un ambiente de populismo y demagogia, que encuentra en figuras como Antauro Humala un ejemplo preocupante de cómo los discursos extremistas pueden encontrar eco en sectores de la población.
Además, Cruz subraya la importancia de la salud mental de los líderes políticos, proponiendo evaluaciones psiquiátricas como requisito para candidatos a puestos de alta responsabilidad. Esto, argumenta, es crucial en una era definida por el narcisismo y el hedonismo, donde la política se banaliza y los liderazgos se centran más en la imagen que en la sustancia.
El diagnóstico de Cruz es sombrío pero lúcido, y su llamado a la acción es claro: se necesita una reforma profunda, tanto en las estructuras como en las prácticas políticas y judiciales. Para Cruz, el futuro de la democracia en Perú dependerá de la capacidad de sus ciudadanos y líderes para implementar y sostener estas reformas necesarias, evitando caer en la tentación de soluciones simplistas y populistas que han dominado el escenario político en tiempos recientes.

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