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Un Congreso en descomposición

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Fecha Publicación: 13/06/2023 - 23:00
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Durante estos últimos veinte años, desde este espacio hemos respaldado, con energía y pasión, la vigencia del Parlamento nacional como símbolo de nuestra democracia, y bastión del Estado de Derecho que rige y ampara al ciudadano. ¡Como ocurre en toda democracia que se precie de serlo! Constitucionalmente, el Congreso cumple una función vertebral para la sociedad, en su condición de cenáculo que reúne a la representación nacional, electa por la ciudadanía para interpretar los intereses de cada uno de los 33 millones de peruanos.

El Perú ha tenido congresos brillantes, compuestos por legisladores sobresalientes. ¡El Parlamento es fiel reflejo de los congresistas que elige el pueblo! El problema, amable lector, es que por razones de malas políticas –y/o de buenas políticas, pero mal aplicadas, que aún subsisten dentro de los currículos tanto escolar, como universitario- los peruanos han sobrellevado una metamorfosis invertida de efectos tóxicos, que ha mermado sus capacidades hasta afectar su salud mental.

Al punto de trastocar no sólo su aptitud para comprender y razonar, sino sus capacidades para aprender, entender, discernir y/o actuar. ¡Algo que desgraciadamente ha volado en pedazos sus sentidos, respecto a practicar la lógica para cumplir eficientemente sus funciones! ¡Además, para desarrollarse como ser humano, dentro de un claro concepto de lo que es la moralidad! Esto ha afectado a las últimas tres o cuatro generaciones, desmejorando sobre todo las aptitudes de aquellos peruanos educados en escuelas y universidades del Estado.

Tanto de la capital como particularmente en provincias. De ahí que una gran mayoría de los congresistas electos desde inicio del milenio, incorporados progresivamente al Legislativo, exhiban cada uno cualidades éticas, personales e intelectuales más ramplonas, mediocres e, indudablemente, inmorales que el anterior.

En una época, el Congreso de la República era conocido como el primer poder de Estado. Hoy, lamentablemente, es un vulgar antro de intereses personales, donde unos sujetos, llamados congresistas, trapichean descarada, ilegalmente, intercambiando favores para quebrantar la norma y sacar ventajas, ordeñando la ubre del poder Legislativo que usted financia, amable lector. Y a raíz de ello, obtener ventajas indebidas de cualquiera de las entidades públicas, dedicadas a hacer de todo menos a cumplir su obligación constitucional de operar sólo al servicio del ciudadano.

Ahora, entre otros vicios, estos parásitos mal llamados congresistas han normalizado la mala praxis del transfuguismo, convirtiéndola, como lo precisa el conspicuo ex congresista Víctor Andrés García Belaunde, “en un mal de estos tiempos que está destrozando la débil democracia que tenemos, y la posibilidad de contar con un Legislativo que actúe con solvencia”. En buena medida el transfuguismo ha sido capitalizado por la izquierda.

Lo usa como moneda de cambio para recibir prebendas, sentándose cual saltamontes en una y otra bancada para, según el momento político -y el tamaño de la bolsa de intereses-, aprobar y/o desaprobar leyes, o perdonar a congresistas ladrones que le roban el sueldo al personal contratado por el Congreso para atenderlos.

Este Legislativo sigue corrompiéndose, autodestruyéndose. ¡Y nadie dice nada! ¡Un mal Congreso es, sin duda, la mejor manera para destruir una democracia!

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