Un libro por ir a votar: algún día
Cada vez son menos las personas que obsequian un libro y muchos menos quienes los leen. Situación lamentable y apena que sea así.
Leer un libro es una de las actividades con mayores satisfacciones. “En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia” escribió Miguel de Cervantes, dando la puntada precisa a nuestra razón de ser.
Me disculpo por escribir mis delirios referidos al libro: sueño con un país donde el Estado promueva y realice campañas de lectura sostenidas. Por ejemplo entregaría un libro a cada elector. Para iniciar, compensaría con un ejemplar a quienes desempeñan el encargo cívico de ser miembros de mesa. ¿Imagina usted lo que se lograría? Distribuiríamos cerca de 520 000 libros, acercaríamos el libro a las familias, a aproximadamente 2 millones de personas. Si de ellos solo el 50% logra leerlo, habríamos generado un tremendo efecto, que de lejos compensaría la mínima inversión económica.
Adicionalmente, la industria gráfica se pondría en movimiento y nosotros estaríamos un poquito más cerca de nuestros escritores. Imagine tener en casa a: Vallejo, Martín Adán, Ricardo Palma, Arguedas, Ciro Alegría, Valdelomar, Ribeyro, Vargas Llosa y otros célebres. ¡Se da cuenta! Poquito a poco iríamos acercándonos al edén que Borges soñó: “Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”.
Despierto de mi delirio y aterrizo en la triste realidad. No existe política cultural alguna que esté articulada. La lectura pareciera estar prohibida: estamos privando de una maravillosa experiencia de encuentro con la otredad que permite construir en silencio la propia identidad; privamos también del placer de ejercitar sanamente un ocio especial, del cual sólo existe un resultado que es la construcción de su propio mundo. Pero sobretodo, estamos condenados a no pensar y a la eterna sumisión y dependencia, porque “Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados” como nos escribiera nuestra niña valiente Ana Frank.
Este domingo me dirigiré a mi centro de votación en cómplice compañía de un libro, acariciaré su textura y disfrutaré su aroma.
Regocijado con su encanto volveré feliz a casa, porque “Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo” como señalara Cortázar.