Un país de neófitos
Años atrás, un cambio de ministro de Economía implicaba una crisis política de ciertas proporciones. La Opinión Pública no solo estaba atenta a las realidades económicas sino a su implicancia con la vida diaria de la sociedad. Tan pronto la gente percibía que las cosas iban mal, la protesta empezaba y continuaba in crescendo, hasta convertirse en una demanda política al gobierno. Otras veces el reclamo lo hacía el Parlamento que operaba coherentemente, primero interpelaba al encargado de la cartera y luego planteaba la censura, que obligaba al mandatario a relevar a su ministro. La ciudadanía estaba muchísimo más involucrada en la marcha (sobre todo económica) del país, porque comprendía que de aquello dependía la estabilidad familiar. Hoy no vemos esto. Existe una incomprensible abulia social, y la razón no es otra que la abulia del pueblo víctima de su desconocimiento profundo de la realidad, como consecuencia de la infra educación que reciben los peruanos por culpa de una cada vez más menesterosa clase política. En rigor, una cuasi manada que funge tanto de parlamentarios (muchos de ellos sin saber leer ni escribir bien; como de ministros de diferentes ramas, en particular la de Educación, permitiendo que la cada vez más venida a menos clase política imponga sus pautas no solo referidas a condiciones de trabajo sino, fundamentalmente, relacionadas a la calidad de los profesores, las bases de sus especialidades, etc. Sin embargo, dominada por el complejo de Adán que tiene la izquierda, aplicó -y aplica- ese buenismo transfiriéndose aquellas delicadísimas funciones al poderoso sindicato de los propios maestros, fundado por acendrados comunistas. Lo demás es historia.
Una realidad histórica, relativamente reciente que, pese a su corta vida es testigo de la degradación de nuestra sociedad, destruida a extremos espantosos por su mismísima incultura. Todavía, el peruano no tiene idea de cómo se gesta una inflación, ni en qué consiste la estabilidad económica. ¡Le da exactamente lo mismo! Solo sabe que no le alcanza el dinero que gana y que la culpa de todo la tiene el patrón. Lo que al final del día implica que este país aguante semejante lastre que no le permitirá progresar jamás. Porque a la gente le da exactamente igual que la gobierne un sabio o un tonto, como jefe de Estado, ministro o congresista. Juan Pueblo continuará demandando vivir mejor, convencido de que el dinero crece en los árboles y que con buenos campesinos mejorará su vida.
Conclusión. Mientras sigamos aplicando el sistema educativo marxista instituido por un régimen socialista como el de Velasco Alvarado, todo seguirá igual. ¡O, probablemente, muchísimo peor!
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