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Funciones y atribuciones: el Congreso de la República como la casa de la democracia

El Parlamento tiene un status jurídico excepcional y privilegiado en comparación con cualquier otra institución pública.

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Funciones y atribuciones: el Congreso de la República como la casa de la democracia.
Fecha Publicación: 06/08/2023 - 20:40
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El común denominador de los ciudadanos están conscientes de que el Congreso de la República, en los términos como se le define, es el poder del Estado más representativo en materia política y que simboliza la democracia como aquel sistema de gobierno que conduce la política parlamentaria de nuestro país.

Hablamos de las funciones y atribuciones que corresponden a un poder del estado particularmente importante y trascendente, que representa a la nación peruana en todos y cada unos de sus aspectos, entre cuyas funciones se destacan: el desarrollo las leyes para el mejor el desempeño de todas y cada una de las instituciones del país; el fiscalizar cualquier actividad que considere pertinente en términos de control; capacidad para investigar actitudes o decisiones que pueden atentar contra el estado de derecho; y en última instancia, su función no es otra que velar al máximo porque se cumpla a cabalidad y de manera correcta todo lo que señala la Constitución Política.

Primer poder

Se trata de una institución pública de primer nivel que no es otra cosa que un poder del estado con una serie amplia de atribuciones, facultades y prerrogativas iguales o superiores a la de otros poderes que también integran la nación.

El Congreso tiene un estatus jurídico excepcional y privilegiado en comparación con cualquier otra institución pública, y está amparado con prerrogativas originales que tienen estrecha relación con el correcto comportamiento de quienes integran el Hemiciclo.

Labor democrática

Nos referimos al Congreso de la República como una institución clave y estratégica que no solo es operativa en los términos congresales, sino que cumple una labor trascendental para el normal desenvolvimiento de la democracia como todos la entendemos. No puede ser disuelto solo bajo condiciones y parámetros excepcionales que aparecen señalados en la Constitución Política.

En otras palabras, el Parlamento, desde una perspectiva democrática y de acuerdo a lo que establecen las leyes, es una institución que sirve de máximo resguardo frente a cualquier proyecto o desavenencia política por parte de cualquier actitud amañada, afanosa o desmesurada que atenta contra lo que señala en su conjunto la Constitución Política. Todos los estados democráticos sustentan su margen de acción en su Parlamento nacional, en tanto que en la práctica es un contrapeso frente a las negativas o apetencias que pueden provenir de los otros poderes, o de cualquier funcionario público. Si se quiere, el Parlamento es una institución estelar que le otorga el mayor realce a la democracia, sobre todo cuando en el horizonte pueden surgir nubarrones, apetencias o entretelones que hacen peligrar la democracia misma.

Triste realidad

Sin embargo, lo que viene aconteciendo en los últimos años en nuestro país con el desarrollo de las actividades parlamentarias, más allá de su poca o nula aprobación de parte de la opinión pública, plantea serias dudas y necesarias reflexiones sobre la forma y manera poco decorosa como se desarrolla la labor y las actividades parlamentarias.

Hablamos de una esquiva y maldiciente sensación pública negativa relacionada de forma directa con el inadecuado y poco o nada convincente ejercicio de las labores legislativas en el mismo interior de la democracia parlamentaria. Una sensación de frustración, infortunio o desasosiego persigue a la ciudadanía, como consecuencia de los magros y pobres resultados obtenidos por parte de un estamento parlamentario cuyo desempeño es vital para el desarrollo normal de la democracia.

Hablamos de un Parlamento que pareciera que vive a espaldas de la realidad, en el que impera los acuerdos bajo la mesa, la impunidad, los intereses personales, la negociación inversa, la poca o nula transparencia, y toda una gama de situaciones a su propio interior que no se condice con el sentido mismo de la democracia congresal, entendida como igualdad, transparencia, representatividad, equilibrio y sobre todo proporcionalidad en sus decisiones.

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Me refiero a que existen diferentes fórmulas encubiertas y ocultas para quebrar una democracia desde una perspectiva parlamentaria, tanto a través de factores externos que por lo general provienen de personas que apetecen el poder, como también aquellas que se engendran en su mismo interior. No hablamos de golpes de Estado, de clausurar el Parlamento para efectos de subvertir el orden democrático; o de la violencia, la presencia de las armas o la fuerza respaldada por algunos autócratas que buscan por diferentes fórmulas perpetuarse o acceder al poder. Hablamos del mismo mal que aqueja a las instituciones democráticas como el Parlamento, que desmerece el mismo sentido del comportamiento democrático. Las democracias pueden fracasar ya no en manos de generales, dictadores o en políticos obnubilados, sino de la ruina en el ejercicio de sus labores y funciones.

Hablamos de una sinuosa y torcida senda parlamentaria representativa, que en la práctica cotidiana puede ser más engañosa y hasta perniciosa de lo que normalmente nos imaginamos. Una maliciosa labor funcional parlamentaria que esconde en su trasfondo una serie de comportamientos que hacen factible que la democracia se vaya desmoronando desde su propio interior. Una especie de propia sinergia que opera hacia adentro y no hacia fuera, aunque en última término acaba siendo interactiva y recíproca, en tanto que se aprovecha de todos los posibles errores y desavenencias para sacar el mayor rédito posible.

Efeto bumerang

Una especie de juego al revés, o si se quiere de un bumerang al interior de su mismo funcionamiento que se dispara hacia sí mismo, como parte de un juego maquiavélico, muy astuto, malicioso, asolapado y hasta sagaz, que capitaliza al máximo los errores de los adversarios que también son parte del mismo juego. Hablamos de la primacía que si bien es cierto encierra todo voto mayoritario, pero que en la realidad no necesariamente se condice con los principios y el consenso necesario que debe regir en toda democracia parlamentaria. Me refiero a la presencia de una senda legislativa bastante sinuosa, esquiva y carente de la necesaria transparencia en términos de negociación, colocación, figuración y equilibrio.

Lo trágico de todo este trajín y zarandeo, plagado de aparentes formalidades, intereses y de todo tipo de protocolos que hablan y ensalzan la democracia, son las contradicciones y desavenencias que puede esconder una senda parlamentaria engañosa y nada clara que es parte de una estrategia política que tiene objetivos definidos, que juega con la democracia de una manera muy distinta en comparación con aquellas personas que creen en la democracia como el mejor sistema de convivencia.

Una ubicuidad de factores en la que resulta menos que imposible para cualquier ciudadano elector que cree en la democracia en términos de convivencia, saber a ciencia cierta, quienes son los verdaderos demócratas que pueden estar jugando a favor de la misma democracia, o por el contrario, quienes son los que se encuentran en su contra.

Por Luis Lamas Puccio 

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