“Víctor Raúl Haya de la Torre nos dio la misión de cuidar el partido y no debemos fallarle”, señala José Luis Delgado Núñez del Arco [ENTREVISTA]
Las memorias no contadas de uno de los últimos apristas de mediados del siglo XX, quien reafirma que a Palacio no se llega con oro ni con fusiles, como advirtió el Maestro, sino con la conciencia y el corazón del pueblo.
Usted bien podría estar descansando lejos del mundanal ruido de la política, pero insiste en ayudar a levantar un partido —como el APRA— al que muchos analistas dan por muerto.
Lo vienen decretando desde hace cien años y lo seguirán haciendo. Y la militancia del Partido Aprista Peruano continuará, fiel al pensamiento del Maestro Víctor Raúl Haya de la Torre, cumpliendo su legado para con los olvidados del Perú y de Indoamérica. A los agoreros fallidos les recuerdo: Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud.
Ese antiaprismo profesional es el que propició y participó en el fusilamiento de miles de nuestros mártires, desde la Revolución de Trujillo (1932), la Revolución de 1948 o, en tiempos más recientes —con apoyo del militarismo oligárquico—, masacró a apristas, policías y al pueblo en la revolución estudiantil del 5 de febrero de 1975, gesta que aún no ha sido estudiada cabalmente, como tampoco los centenares de autoridades apristas asesinadas por Sendero Luminoso en la guerra antiterrorista que empezó en 1980 en Ayacucho. Para estas víctimas no hubo comisiones de la verdad ni “museos de la memoria” como los que sí se dedicaron a Sendero Luminoso, ni nada por el estilo.
Pero, en lo personal, ¿qué lo lleva a usted a insistir en el resurgimiento del aprismo?
Esto debe ser consecuencia de que acompañé a Haya de la Torre desde pequeño, desde 1957, junto a la figura señera de mi señor padre, Enrique Delgado Valenzuela, quien fue secretario de Economía del partido durante todo el gobierno militar (1968-1980) y antes dirigente en los años de la persecución, la cárcel y el destierro. Somos pocos los que sobrevivimos a esa época difícil, y todos renovamos nuestra fe.
En lo personal, subrayo que jamás dejé el partido; pero ahora, a mi edad, me he dado el trabajo de ayudar a revitalizarlo, encabezando la gran movilización que llenó la Plaza de Acho el 5 de mayo de 2024 en homenaje al centenario de la fundación del Apra. Esa movilización fue producto de incontables reuniones con las bases regionales y locales del aprismo, con las familias apristas, en coordinación con la Dirección Nacional del Partido.
¿Qué recuerda del último Buró de Conjunciones?
Por esa cercanía de mi familia al Jefe —así lo llamábamos a Víctor Raúl—, y también a Ramiro Prialé, entre otros, varios compañeros fuimos escogidos para conformar el último Buró de Conjunciones del partido en 1969, buró que era la reserva juvenil para ocupar cargos futuros, previo ejercicio del cumplimiento de tareas y misiones a nivel nacional. Fuimos parte de ese grupo Alberto Valdivia Portugal, Alan García, Carlos Roca, César Vega Vega, José Luis Sánchez Cerro y otros compañeros.
Por esas mismas cercanías, en más de una oportunidad, tal vez sintiendo la proximidad de su deceso, en el período de la Asamblea Constituyente, Víctor Raúl nos pidió —y también a mí, personalmente— cuidar el partido y vigilar su unidad…
¿No era por el tema de la unidad, a raíz de los divisionismos internos que afloraron después de la muerte de Haya en agosto de 1979?
Esa debe ser una de las razones. Todo gran pensador crea corrientes de opinión; por ejemplo, los partidarios del aprismo fundacional, que se basan en El antiimperialismo y el APRA, con énfasis en la izquierda, y los de Treinta años de aprismo, que se inclinan más hacia la derecha. Ya hemos aclarado que este último libro, en el fondo, era la actualización del aprismo fundacional en las nuevas condiciones de mediados del siglo pasado y de la posguerra. Ambos libros, junto con otros diez que forman parte de sus obras completas, son parte del pensamiento integral del Maestro.
También me temo que las preocupaciones de Víctor Raúl iban más por el lado orgánico o del aparato partidario, que se debía cuidar y que, en efecto, se descuidó por responsabilidades que no vienen al caso detallar.
¿Cuáles han sido los límites de ese antiaprismo profesional respecto de Haya?
No han tenido límites en buena parte del siglo XX. Largo sería contar la historia de cómo ese antiaprismo profesional de izquierda marxista y de derecha civilista y militarista perseguía, vetaba y le quitaba los triunfos conseguidos en las ánforas a Haya de la Torre desde 1931 con Sánchez Cerro. Siguió con la nueva clandestinidad desde 1934, propiciada por Óscar R. Benavides, quien se quedó en el poder hasta 1939. En 1945 se vetó a Haya en el Frente Democrático Nacional, y de esa forma llegó al poder el efímero Bustamante y Rivero. Luego, a raíz de la Revolución de 1948, nuevamente vinieron El Frontón, las catacumbas y ergástulas con el dictador Odría.
Después, con Prado, se abrió un paréntesis de legalidad para proseguir con la persecución en 1962, a pesar de que Haya de la Torre ganó las elecciones ese año. Sin embargo, el antiaprismo nuevamente recurrió al golpe de Estado con Pérez Godoy, solo para impedir que Haya asumiera la primera magistratura del Estado. Y así fue como se encumbró a Fernando Belaúnde en 1963, aunque el APRA y sus listas parlamentarias obtuvieron más votos que el año precedente.
Es importante recordar que el golpe militar de 1968 no fue contra Fernando Belaúnde, sino contra la creciente posibilidad de que Haya de la Torre y el APRA ganaran abrumadoramente las elecciones de 1969. Pero, una vez más, se impuso el veto con el golpe de Velasco Alvarado, dictadura que creó el Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social) con el evidente y único propósito de “desinflar” a los partidos, en especial al APRA.
¿Cuál fue la respuesta del APRA a Velasco?
El pueblo aprista y sus juventudes estudiantiles hirieron de muerte al dictador en la insurgencia antes mencionada del 5 de febrero de 1975, con centenares de muertos, principalmente de la Guardia Civil, y su salida de Palacio ese mismo año por obra del golpe de Morales Bermúdez.
Hasta que, al fin, el pueblo peruano redimió al más grande pensador del Perú y Latinoamérica al elegirlo con la más alta votación a la Asamblea Constituyente en 1978, foro que sesionó en 1979 hasta redactar la Constitución de ese año, Carta Magna que puso fin a una época que los estudiosos llaman la República Oligárquica.
Esto ocurrió en las postrimerías del régimen de Morales Bermúdez, quien tuvo el mérito —gracias a las luchas heroicas del APRA— de cerrar el ciclo de esa República Oligárquica y dar paso a la República Democrática que desde entonces vivimos, con marchas y contramarchas, pero sin más vetos, carcelerías, torturas ni destierro.
Se puede decir, incluso, que en ese entonces se firmó el pacto tácito de no agresión entre el APRA y el Ejército, lo que llevó a Haya a expresar —y soy testigo de ello— que el camino para la toma del poder, al fin, estaba abierto.
Y con ese triunfo de las masas apristas se constató que el aprismo es una fuerza que responde a un viejo dolor del Perú. Esa memoria, esa historia, esa cruzada democrática —y no solo el aparato partidario— es lo que Haya de la Torre nos pidió cuidar. Por esas y otras razones, no debemos fallarle.
¿Ese dolor tiene que ver con que Haya no llegó al poder como debía ser?
Claro, para el pueblo aprista no bastó que Haya de la Torre haya sido el iniciador de una nueva etapa democrática en la vida peruana. Subrayo que este profeta nunca le falló a su pueblo, a los obreros, a los campesinos ni a las clases medias. El antiaprismo soplón, por supuesto, hizo su trabajo por décadas. No obstante, al ver el paso heroico de Haya de la Torre por estas tierras y su dominio indiscutible de la escena política del siglo XX, pensamos que su trayectoria debió haber sido coronada con la asunción de la Presidencia de la República.
Pero ninguna ucronía cambiará la historia como lo querría Javier Valle Riestra en su sentido prólogo de Treinta años de aprismo, editado por el Congreso de la República en 2010. De eso somos conscientes. Hemos superado las tremendas ingratitudes del pasado, y no se diga que, como consuelo, hacemos nuestra la intervención premonitoria de Víctor Raúl, de su doloroso vía crucis, en su discurso del 8 de diciembre de 1931:
“Quienes han creído que la única misión del aprismo era llegar a Palacio, están equivocados. A Palacio llega cualquiera, porque el camino de Palacio se compra con oro o se conquista con fusiles. Pero la misión del aprismo era llegar a la conciencia del pueblo antes que llegar a Palacio. Y a la conciencia del pueblo no se llega con oro ni con fusiles”.
Con el corazón del pueblo
No obstante que el gran expropiado y agraviado del siglo XX fue el APRA, también es una realidad material y jurídica que, con la Constitución de 1979, quedó claro que nunca más seríamos una república bananera. El Profeta del Pan con Libertad y la Marsellesa aprista habían vencido a la casta política y militar de ese pasado de oprobio sin necesidad de llegar a Palacio de Gobierno, solo con el corazón del pueblo. Víctor Raúl trazó el derrotero para construir un nuevo Estado, una nueva sociedad, una nueva política y una nueva cultura.
Recordemos: ese hombre que hizo presidentes, diputados, senadores y alcaldes cobró en la Asamblea Constituyente un sol (S/ 1) mensual como sueldo. Lección formidable.
Pero la realidad nos dio nuevas sorpresas. Si bien los llamados barones del algodón y el azúcar y el gamonalismo serrano fueron sacados del juego, una nueva burguesía y una bancocracia mucho más afiatada surgieron de aquellos escombros.
A estas alturas de la historia, nadie se opone a nuevas inversiones, sobre todo extranjeras, como lo planteaba el aprismo. El problema es que estos nuevos intereses coparon el Estado, los medios de comunicación (con nuevos profesionales antiapristas) y los poderes fácticos, ya sea con la restauración belaundista, la autocracia fujimorista y gamberros tipo Toledo, Humala y, últimamente, Martín Vizcarra, Pedro Castillo y, obviamente, Dina Boluarte, cuya administración no merece análisis alguno.
El pueblo, poco a poco, fue marginado, y esa lógica solo fue aminorada, por ejemplo, por la segunda administración aprista. Pero no bastó. Ahora tenemos el reto de llegar a Palacio para reivindicar al Maestro.
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