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El descuartizador de Lima y el crimen del 'Loco' Poggi

Un asesinato en la prisión fue el detonante de la historia jamás escrita en los anales de la jurisprudencia y la sociedad peruana. Dos protagonistas, un sicólogo y un criminal en serie.

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El descuartizador de Lima y el crimen del 'Loco' Poggi.
Fecha Publicación: 06/08/2023 - 21:50
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En un clima de terror similar a las novelas de Sherlock Holmes, la austera ciudad de Lima vivió los momentos más crudos de homicidios y crímenes de la época a manos de un criminal en serie.

A principios de 1986, una ola de paranoia inundaba la ciudad de Lima. En los basurales aparecían piernas y troncos de mujeres, así como cabezas desfiguradas. Los diarios titulaban sus encabezados así, “El Descuartizador de Lima”. Se le responsabilizaba de al menos siete asesinatos.

Ángel Díaz Balbín era conocido como el “descuartizador de Lima”. Fue acusado de cometer una serie de asesinatos en Lima entre diciembre de 1985 y enero de 1986, aunque nunca se comprobó si fue él quien perpetró esos crímenes, pese que había llevado una vida de delitos.

Antes de saltar a su particular fama, este sujeto también era conocido por la prensa de la época como “El vampiro de Breña”. Sus primeros homicidios los cometió en 1976: asesinó a su propia tía, Genoveva Díaz, y a sus primos menores de edad. También había sido encerrado en la cárcel después de ser acusado de haber estado involucrado en la muerte de una mujer, de nacionalidad italiana, llamada Nina Barzotti.

Por estos homicidios fue condenado varios años a prisión y fue recluido en el penal de Lurigancho. No obstante, cumplió una condena de nueve años de prisión y salió en libertad vigilada por su buena conducta.

Los primeros indicios

En varios distritos de la ciudad capital, como Chorrillos, Miraflores, San Borja aparecieron bolsas negras de basura que contenían partes de cuerpos de varias mujeres que habían sido desmembradas. La primera víctima fue una prostituta que trabajaba en la avenida Arequipa.

Los testigos dijeron a los oficiales que la última vez que vieron a la mujer con vida fue cuando estaba acompañada de un sujeto que coincidía con la descripción de Díaz Balbín.

Unos días más tarde, un testigo vio cómo un hombre dejó unas bolsas de basura con un cuerpo en su interior en una solitaria calle de Surco. Era alto, con músculos y de tez morena. Para la policía, no había duda que era la misma persona, el asesino de sus familiares, el “descuartizador de Lima”: Ángel Díaz Balbín. Pero no tenían las pruebas contundentes para acusarlo.

Las autoridades consideraron también que el asesino era carnicero o tenía conocimientos de medicina, pues los cortes de los mutilados eran muy finos, hechos por las manos de un experto. Más de 20 cadáveres de mujeres aparecieron en Lima. Había que resolver el caso, la ciudadanía reclamó más seguridad por parte de los miembros de la policía.

Ante la histeria colectiva desatada en Lima, las autoridades dieron a conocer las principales características físicas del sospechoso. La estrategia funcionó. La alerta llegó a las manos de Alfonso Díaz Vela, un coronel de la ahora desaparecida Policía de Investigaciones del Perú (PIP), quien se desempeñaba como sicólogo del Instituto Nacional Penitenciario (INPE).

Este efectivo informó a sus superiores que uno de sus reclusos al que le habían otorgado la libertad vigilada coincidía con la descripción que habían ofrecido los testigos con el principal sospechoso de la veintena de asesinatos que azotaban Lima. La Policía había dado en el punto. Ya sabían quién era el asesino.

El jueves 6 de febrero de 1986, Ángel Díaz Balbín, chinchano de 26 años, fue capturado por los agentes policiales. La prensa lo bautizó como “el descuartizador de Lima”. El acusado reveló que se sentía “paranoico” por el interrogatorio, el cual se realizaba por horas.

Hubo cinco sicólogos criminalistas que conversaron con Díaz Balbín. Todos llegaron a una misma conclusión: era un psicópata en potencia con falta de sentimientos hacia otros seres humanos.

Análisis de personalidad

En los dibujos que le ordenaron hacer hubo un detalle: sus personas no tenían brazos y piernas; y no usaba el color rojo para nada. De igual manera, se descubrió que su empleo, cuando no se dedicaba al crimen, era ser carpintero, explicando los supuestos cortes bien hechos. Todo indicaba que él era el asesino, por lo que solo necesitaba una simple confesión para aplicarle todo el peso de la ley.

Sin embargo, en cada interrogatorio Díaz Balbín mostraba una faceta totalmente opuesta a la que los investigadores se habían creado; obedecía cada indicación como si fuera una orden. Era educado, pero ninguno consiguió hacer que confesara alguno de sus crímenes. Así era imposible acusarlo de los crímenes.

Ante la impotencia de los especialistas, los miembros de la PIP decidieron acudir a otra persona. Es justo ahí donde a alguien se le ocurrió llamar al doctor Mario Poggi. Un especialista que había llevado estudios de psicología criminal en la Policía Nacional del Perú (PNP) y había trabajado como catedrático en la Escuela de Oficiales de la PIP. Con esas credenciales, los oficiales estaban seguros en ratificar la patología del acusado.

No le bastaron más de un par de sesiones a Poggi para llegar a la conclusión, es dócil e impasible.

Quien fue Mario Poggi

Mario Augusto Poggi Estremadoyro, nació en Lima el 3 de marzo de 1943, fue un artista, sicólogo, escultor y humorista peruano, que se hizo conocido por haber asesinado a un supuesto asesino serial, crimen por el que cumplió una pena de casi cinco años en la cárcel.

En 1958, con quince años de edad, trabajó como fonomímico con los payasos Carlos Castro Pat, Cayo Pinto y Rulli Rendo. Luego estudió psicología en la Universidad Ricardo Palma (Lima), donde recibió un primer título básico de Bachiller de Psicología. Viajó a Europa, donde recorrió España, Francia e Italia.

Estudió Criminología en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica. En los años ochenta consiguió trabajo como sicólogo en la Policía de Investigaciones del Perú PIP. En esa época aprendió el arte de la ventriloquia.

Noticias periodísticas publicadas por el diario El Tiempo de Piura, dieron a conocer que Mario Poggi trabajó en esta ciudad a mediados de los años setenta, en una repartición de SINAMOS (oficina regional de Movilización Social II). Se casó con la periodista peruana Carmen Manrique Argüelles, de la cual más tarde se divorció. Del matrimonio se conocen dos hijos, de los cuales la hija mayor es periodista deportiva.

Crimen y castigo

Ya en poder de la policía después de su arresto, el 6 de febrero se inició el interrogatorio para buscar una confesión, en un momento del interrogatorio, Díaz Balbín alegó sentirse “paranoico”. Entonces la policía mandó llamar a Poggi para que verificara la patología.

Al día siguiente (viernes 7 de febrero), Poggi (vestido como siempre de manera estrafalaria) ingresó al antiguo local de la revista Caretas (en el jirón Camaná, del centro de Lima) y pidió hablar con Jorge “Negro” Salazar, redactor de policiales. “Vengo de estar con el descuartizador de Lima. Soy Mario Poggi, soy sicólogo de la PIP, si quieren los llevo para que vean cómo hipnotizo al asesino y lo hago confesar sus espantosos crímenes”.

Salazar llamó al fotógrafo de la revista (Víctor Ch. Vargas) y en un taxi fueron los tres al viejo local de Homicidios, en la avenida España. Los policías trataban a Poggi de “doctor”. Ante su pedido, los policías llevaron esposado a la oficina a Díaz Balbín (casi esquelético y con la barba crecida). Poggi empezó un extraño ritual, tocándole la cabeza al prisionero, que no emitía sonido alguno. “¡Eres el descuartizador! gritaba Poggi ahuecando la voz, aquí en el cráneo puedo palpar tu inteligencia asesina”.

El sábado 8 de febrero se publicó rutinariamente el artículo de Salazar con las fotos de Poggi “analizando” a Ángel Díaz Balbín.

El día siguiente (domingo 9 de febrero de 1986), en el noticiero de televisión apareció Poggi llorando en la oficina de Homicidios y gritando: “¡Salvé a la humanidad! ¡Acabé con el monstruo!”. Efectivamente, Poggi había pedido al oficial de turno que le trajera al prisionero con los brazos esposados a la espalda. Pidió entrevistar a solas al sospechoso. Según la versión de Poggi, cuando estuvo solo con el sospechoso, se quitó las ropas y también desnudó al detenido. Intentó excitarlo, porque quería que le mostrara cómo violaba a sus víctimas antes de matarlas y descuartizarlas. El detenido no respondía a sus provocaciones. Después de una hora de entrevista, Poggi acostó a Díaz Balbín boca abajo (inmovilizado como estaba, de pies y manos). Sacó la correa de cuero de sus pantalones con el detenido echado boca abajo y lo estranguló. Luego se vistió y salió de la habitación en la que se había encerrado con Díaz Balbín. Comunicó a sus compañeros policías que lo había estrangulado porque Díaz Balbín, con su locura, pronto hubiera salido nuevamente a matar a las calles.

A pesar de la muerte de Ángel Díaz Balbín, los descuartizamientos no cesaron. El juicio a Poggi fue una suerte de chiste y el acusado se comportó como un showman. Cuando fue interrogado durante el juicio por asesinato contra Balbín, Poggi aseguró que él no lo había matado sino que había sido inculpado, y alegó que él, con 45 años de edad ya era “muy viejo para matar a ese chico”. Fue condenado a 12 años de prisión, pero solo estuvo 4 años y 8 meses en el penal de San Jorge (de Lima).

En 1985, y debido a su buena conducta, comenzó a gozar de la condición de semilibertad o “libertad vigilada”. Esto le permitía tener salidas transitorias para estudiar o trabajar hasta que se cumpliera su condena.

En 1991, Poggi salió de la cárcel. Decidió vivir alejado de la psicología. Se hizo llamar Loco, y se tiñó el cabello de color verde. Se convirtió en una celebridad. Fue invitado a cuanto programa de TV estuviera falto de índice de audiencia y ávido de una presentación totalmente ambigua y bizarra.

Por Andrés Dávila 

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