¡Corrupción sin freno!, Perú está atrapado: táctica del borrón y cuenta nueva [ANÁLISIS]
En el círculo vicioso de la impunidad: la estrategia para que el tiempo borre los mayores escándalos de corrupción.
“Borrón y cuenta nueva” es una expresión idiomática particularmente elocuente que, en el presente caso, tiene mucho arraigo en nuestra cultura nacional. Esta sintetiza y, a su vez, refleja con suficiente claridad lo que está aconteciendo en nuestro país, no desde ahora, sino desde hace muchos años, a raíz del develamiento de la colaboración eficaz que nuestras autoridades judiciales negociaron y pactaron con una de las empresas, posiblemente la más corrupta de los últimos tiempos: Odebrecht.
Desde una perspectiva ética, se trata de un grave y espinoso trastorno de la moral pública que, en una medida relevante, no hace otra cosa que reflejar una profunda y arraigada corrosión de la ética social, política y de la forma en que se gobierna en nuestro país. Es una consecuente perversión no solo de los valores que requiere toda sociedad, sino también del pensamiento colectivo de la nación en su totalidad.
Hablamos de la actitud indecorosa y cómplice que asumen nuestras autoridades y, por supuesto, de todos aquellos que, con su concurso doloso, omisivo e incluso calculado, hicieron posible que un accionar poco conocido de la corrupción política y económica no solo sucediera en los términos y condiciones que ahora conocemos, sino que, bajo los mismos parámetros, continúe perpetuándose en nuestra sociedad como si no hubiera pasado nada. Por el contrario, se ha convertido en algo normal en nuestro país.
Trastorno de la espiritualidad
La corrupción es, en su trasfondo, un grave trastorno de la espiritualidad de una población, que consiste tanto en la corrosión ética como en la moral colectiva, en lo personal, lo grupal y, por ende, en lo social. Hablamos de una perversión del pensamiento, de la conducta de las personas e incluso de la sensualidad como expresión colectiva. Su propósito es la primacía del beneficio personal y/o grupal, en desmedro del interés social y de las grandes mayorías, que se ven precisadas a convivir con este fenómeno ético de grandes proporciones.
La corrupción aparece cebada por el egoísmo, la codicia, la mezquindad, la insensatez y el cinismo de parte de quienes gobiernan y asumen las riendas de la nación, con o sin conciencia del grave daño que se está ocasionando al prójimo, a la colectividad de los peruanos, y de las graves secuelas que se causan como resultado del paso del tiempo.
El olvido como maniobra
Hago mención de que se trata de una habilidad política de contenido legal, político y mediático, que persigue que el paso del tiempo suscite en el acervo educativo y la mente colectiva de los peruanos un resultado particular: que los ciudadanos se olviden de uno de los casos más graves que aconteció en nuestra nación en materia de corrupción.
Refiero que se trata de una hábil maniobra distractiva, incluso de contenido psicosocial, para que el común denominador de los ciudadanos pase al olvido un conjunto de acontecimientos relacionados con la propia corrupción. Hablamos de mecanismos informativos diseñados para que el colectivo común deje de pensar sobre la forma y manera como un grupo de facinerosos no solo dilapidaron los recursos nacionales, sino que hicieron factible que los latrocinios suscitados en agravio de millones de personas quedaran solo en el tintero de la legalidad, el seudorespeto a los derechos humanos, la salvaguarda de la presunción de inocencia y toda una gama de epítetos y aseveraciones que caracterizan a la llamada lucha contra la corrupción.
Patologías de la corrupción
Aunque la corrupción es un fenómeno que se encuentra anidado en la mente del individuo corrupto, la forma como se expande, interactúa y ejemplifica es un grave problema que no debe ser dejado de lado por las agudas consecuencias que acarrea una actitud indiferente y poco decorosa.
Hablamos de parámetros conductivos de naturaleza inversa que se arraigan y penetran en las mentes colectivas de los ciudadanos comunes, a través de reflejos, copias, la misma emulación y hasta la propia imitación por parte de quienes observan a nuestras autoridades.
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Se da una relación mórbida y sedosa entre gobernantes y gobernados, estrechamente ligada entre los que corrompen, los corruptos y los corrompidos, a tales niveles que deja de ser anormal robar al Estado o aprovecharse de la función pública para su propio beneficio, convirtiéndose en conductas aceptadas, admitidas y normalizadas. Esto considera las habilidades que se despliegan tanto para corromper como para quedar impunes.
En otras palabras, lo anormal deja de ser reprochado para convertirse en cotidiano, sin lo cual es imposible vivir y desarrollarse.
Impunidad y corrupción
Es imposible que la corrupción pueda ser contrarrestada, o por lo menos neutralizada, si no tiene como paralelo la impunidad, en tanto que esta última resulta ser el propio motor para que la corrupción continúe.
Hablamos de la impunidad como la mejor salvaguarda de la misma corrupción, en tanto que esta, en última instancia, la consolida como parte del mismo círculo vicioso que se retroalimenta recíprocamente.
No hablo de la impunidad común y frecuente, que en algunos casos queda reflejada en las sentencias judiciales absolutorias o los juicios que duran varios años hasta que se resuelven, sino de la impunidad entronizada en la propia legalidad, a través de leyes o normas promulgadas por los mismos poderes del Estado, tanto para proteger a la corrupción como también a los corruptos, que son los que la convalidan en última instancia.
Hablamos de un seudoestado de derecho, pero en este caso a la inversa, no para consolidar o resguardar principios rectores fundamentales, sino de leyes que esconden la impunidad con nombre propio, como parte de una sistemática que combina la legalidad con la impunidad.
A los resultados me remito
El corolario de todos estos acontecimientos es lo único que puede, en última instancia, definir los resultados de las acciones que se implementan al respecto. Se nombrarán comisiones investigadoras para que definan los acontecimientos, hablarán expertos en la materia, se plantearán denuncias contra los posibles responsables o se continuará develando información mantenida en secreto.
Mientras no medie una sentencia condenatoria que responsabilice a quienes hicieron posible la impunidad en los términos como ahora la conocemos, más allá de las buenas intenciones, lo concreto hasta la fecha es que todo pareciera continuar desarrollándose conforme a lo inicialmente planeado: hacer todo lo legalmente permisible para que el paso del tiempo sea el mejor aliado de la corrupción.
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