Explosiones, miedo y silencio: terrorismo urbano crece sin respuesta del Estado
Una reciente explosión en una ciudad del norte evidencia el uso sistemático del miedo como herramienta de control criminal.
Una fuerte explosión suscitada no hace muchas noches en una populosa ciudad del norte de nuestro país, en la que se vuelve a utilizar explosivos para ocasionar graves daños a la propiedad pública o privada, atribuida en principio —según fuentes informales— a un grupo criminal que busca algún tipo de control o hegemonía sobre otros similares, es un acontecimiento que no debe ser soslayado.
Hablamos de violencia urbana o de baja intensidad como característica primordial, más allá de los debates y controversias que pueden surgir sobre el particular y que entrampan cualquier discusión, para archivarla y dejarla en el olvido.
Una forma sui generis de generar miedo y temor sistemático en la sociedad, para tener y ejercer distintas fórmulas de dominio, presión y sujeción sobre la población.
Aterrorizar a la población
Recurrir al miedo y al temor natural como un factor consustancial al ser humano siempre ha sido un método psicológico muy efectivo y eficiente para doblegar a la población. El miedo, como tal, es una emoción básica y universal que experimenta el ser humano ante la percepción de un peligro, ya sea real, impuesto o imaginario. Es una respuesta emocional cierta, que nos prepara para la protección y autodefensa, ya sea enfrentando la amenaza o evitando el peligro que subyace en ella.
El miedo puede ser una emoción útil, ya que nos ayuda a sobrevivir y a evitar situaciones peligrosas. Sin embargo, en el presente caso, también es una emoción debilitante y perniciosa si no se maneja adecuadamente y con criterios.
En nuestro país, existe una amplia experiencia y aprendizaje sobre el miedo colectivo y cómo, a través de él, se logró la desestabilización y el caos generalizado que produjo el terrorismo sistemático que tuvimos que confrontar como método político, con todo lo que ello significó para millones de peruanos.
Desgraciadamente, poco o nada aprendimos como nación sobre el significado y el caos social que puede generar el miedo como método de terror para desestabilizar a todo un país. En aquel entonces, no existía un derrotero claro y se confrontaba un fenómeno desconocido de terror y violencia sin parangón.
Ataque urbano
Al margen de si se trata o no de una confrontación entre bandas o grupos rivales, lo cierto y concreto es que una explosión urbana de estas características, y de forma reiterativa, debe ser más que una señal clarísima de un peligro que subyace en el conglomerado social y que, en cualquier momento, puede ser empleado como fórmula soterrada de dominación.
Hablamos de un ataque certero e indiscriminado en un espacio urbano altamente poblado y sin mayores avisos, justamente para generar mayor incertidumbre y, a la vez, caos, desbarajuste, desorganización e improvisación.
Una alerta roja que anuncia que la violencia urbana de baja intensidad empieza a calar como un método para fortalecer dominios en el mundo de la criminalidad y la delincuencia. Una forma psicológica de efectos expansivos y letales que pone en evidencia no solo que es factible ponerla en práctica, sino algo peor: que las autoridades no tienen —o no disponen de— medios legales ni operativos para detectar actividades de terrorismo urbano o de baja intensidad.
Nueva dimensión de violencia
Sin soslayar que el sicariato o asesinato por encargo cada vez va en aumento, y que las extorsiones y el cobro de cupos se han convertido en algo habitual y cotidiano, las autoridades deben estar conscientes de que hemos empezado a ingresar a una nueva dimensión del crimen y la violencia.
La masificación del terror está ahora al alcance de cualquier grupo medianamente organizado con fines delictivos, dispuesto a recurrir al terrorismo urbano en términos metodológicos y, a la vez, de forma indiscriminada, para lograr poder, influencia y dominio sobre determinados estratos sociales, que por lo general son los más desprotegidos.
Hablamos no solo de los impresionantes niveles de inseguridad ciudadana ante la delincuencia callejera, sino también de cómo se están dando las condiciones para que el terrorismo urbano logre afianzar sus dominios en el colectivo social.
Congreso se hace de la vista gorda
El hecho de que el actual Congreso de la República, a través del mismo Pleno y de las comisiones correspondientes, haya decidido postergar el debate sobre el proyecto de ley que aborda el terrorismo urbano, debe ser visto como una decisión totalmente desacertada e incluso irresponsable.
Los congresistas, más interesados en afianzar sus propios intereses personales o partidarios —siempre pensando en las próximas elecciones—, se hicieron de la vista gorda frente a las propuestas legislativas para calificar en nuestra legislación penal el terrorismo urbano o de baja intensidad.
Solo debates y bizantinas conversaciones, que constantemente eran objeto de nuevas propuestas y modificaciones en contra de los proyectos legislativos presentados. Una actitud que busca esconder intereses políticos, como si el uso de la palabra “terror” en el ámbito legislativo implicara hacer reminiscencia o exaltar una lastimosa época pasada que significó un error histórico.
Advertencia
Hablo de tomar conciencia sobre este nuevo fenómeno de violencia urbana que recién empieza a afianzarse, y exhortó a las entidades correspondientes a que propongan un debate que termine en un marco legal adecuado a los requerimientos y nuevas circunstancias que se están presentando.
Una labor integral y sistemática que requiere, antes que nada, un enfoque interactivo y coordinado, a efectos de evitar el desorden, los mutuos ataques y la descoordinación que por lo general imperan —o pululan— en el sistema político ante un problema que puede afectar la integridad social en su totalidad.
Técnica legislativa deficiente
No se trata de colocarle un nombre a una propuesta legislativa en particular —llámese terrorismo urbano, de baja intensidad, criminalidad masiva, selectiva o sistemática—. La denominación, aunque importante, es menos relevante que su propio contenido descriptivo, en tanto el tipo penal en cuestión es fundamental, no tanto por su dimensión política o ideológica, sino por su operatividad judicial y los intereses de la sociedad.
Las responsabilidades penales las definen los jueces a pedido de los fiscales. Pero para ello, se requiere una descripción típica y precisa del delito de terrorismo que permita encuadrar los comportamientos dentro de un tipo penal específico.
Autonomía del delito
La experiencia nos ha enseñado que recurrir a otros delitos como actos precedentes para calificar nuevas figuras penales implica, muchas veces, una omisión insalvable.
Los elementos descriptivos del tipo penal del delito de terrorismo deben estar claramente definidos, de forma autónoma y precisa, dentro del tipo penal que los califica.
El terrorismo urbano es terrorismo puro, y no una variante del homicidio, de la extorsión, de la interrupción de las vías de tránsito o de cualquier otro delito grave. Si se recurre a fórmulas legislativas ambiguas, indeterminadas y entremezcladas, la autonomía del terrorismo como tal pierde capacidad de interpretación y se convierte en impunidad.
Terrorismo metropolitano
El sicariato, las extorsiones y los cobros de cupos se han normalizado, pero ahora se suma una nueva dimensión delictiva: el terrorismo metropolitano.
El Congreso se hace de la vista gorda ante proyectos que buscan tipificar el terrorismo urbano, y el Estado no reacciona a tiempo.
La falta de una legislación clara permite impunidad y deja sin herramientas efectivas a jueces y fiscales para enfrentar estos actos.
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