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La tapada limeña: seducción, encanto y misterio

Las tapadas limeñas fueron un ícono en la Lima antigua, una presencia original que no existió en ninguna otra ciudad de la América hispana.

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La tapada limeña: seducción, encanto y misterio.
Fecha Publicación: 19/05/2025 - 04:00
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Las tapadas limeñas fueron un ícono en la Lima antigua, una presencia original que no existió en ninguna otra ciudad de la América hispana. El juego de insinuación, el símbolo de clandestinidad, acaso de una incipiente libertad femenina, llamaron la atención de los visitantes que pasaron por la ciudad capital durante los trescientos años en que se usó el traje. En el siglo XIX fueron pintadas por el francés Leonce Angrand, el alemán Johann Moritz Rugendas y el mulato limeño Pancho Fierro, así como llevadas a escena por Manuel Ascencio Segura en su obra satírica “La saya y el manto”.

Tapada limeña era la denominación que se usaba en la época del Virreinato del Perú y de los primeros años de la República para designar a las mujeres limeñas que tapaban sus cabezas y caras con cómodos mantones de seda, dejando al descubierto tan sólo uno de sus ojos.  Su uso comenzó a partir del siglo XVI y se extendió hasta bien entrado el siglo XIX, es decir, su uso se extendió durante tres siglos y no sólo se circunscribió a la Ciudad de los Reyes, sino también a otras ciudades importantes de la región. En Lima, la costumbre permaneció hasta bien entrada la República, cuando fue relegada por las modas francesas.

Aparición de la tapada limeña

El uso de la saya y el manto, par de prendas distintivas de la tapada limeña, apareció en Lima hacia 1560. Sobre su origen se ha dicho que es moro, por las innegables semejanzas que guardan con los trajes que cubren el cuerpo de las musulmanas, aunque posteriormente se estableció la teoría de su origen castellano.  En España persiste una tradición semejante en las cobijadas de Vejer de la Frontera.

Los primeros testimonios oficiales que tratan sobre la vestimenta fueron poco piadosos con las que la usaban.

“Ha venido a tal extremo el uso de andar tapadas a las mujeres, que de ello han resultado grandes ofensas a Dios i notable daño a la república, a causa de que aquella forma no reconoce el padre a la hija, ni el marido a la mujer, ni el hermano a la hermana...”

Muchas fueron las ordenanzas posteriores a esta acta de las Cortes de 1586, pero ninguna pudo disuadir a las limeñas.

La saya era una falda de seda grande y larga, de colores azul, castaño, verde o negro.  Para asegurarla, se usaba un cinturón que la ceñía al talle de la mujer. No era extraño que algunas menos agraciadas usaran caderas postizas que exageraban sus dotes naturales. Por debajo de esta falda se podía ver el pequeño pie (calzado con un zapato de raso bordado) que también hizo famosas a las antiguas limeñas. El manto también era de seda, se ataba a la cintura y subía por la espalda hasta cubrir la cabeza y el rostro, dejando al descubierto tan sólo un ojo y acaso los brazos.

Rechazo por parte de la iglesia

El arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, pronunció en 1583 un enérgico rechazo a la limeña pronunció en 1583 un enérgico rechazo a la limeña que acostumbraba de usar la saya y el manto como prendas habituales con que vestían las mujeres en la capital. Esto ocurrió durante el Tercer Concilio Limense que él mismo presidió y que dio origen a una censura que las Cortes de 1586 confirmaron durante el reinado de Felipe II.  Se convino que las infractoras serían multadas con 3.000 maravedíes.  El temor ante esta costumbre, ya muy extendida entre las limeñas y que tantos malentendidos y confusiones había generado, hizo sospechar a las autoridades que se estaban dando los primeros casos de travestismo en el Virreinato.

Contrario a la opinión de algunos especialistas, la tapada limeña no fue una moda pues la resistencia al cambio y el apego a la tradición denotan una estabilidad una comodidad que permitió el chismorreo, las intrigas y otras costumbres limeñas. Sin embargo, tras trescientos años de vigencia, la tapada fue desapareciendo y hacia 1860, la moda afrancesada había desplazado a la saya y el manto. Con el tiempo, las variedades de los trajes fueron de la mano con el clima político, que las tapadas aprovechaban para favorecer a sus caudillos. A Felipe Santiago Salaverry con la saya salaverrina, a Agustín Gamarra con la saya gamarrina, a Luis José de Orbegoso y Moncada con la saya orbegosina.

Por qué se tapaban las limeñas

En la Lima colonial, las mujeres utilizaban estas prendas como un medio para alcanzar cierta libertad. Intelectuales y escritores coinciden en que las féminas se caracterizaban por ser coquetas.

La “tapada” limeña, un símbolo de arribismo: erotismo y deseo de ascenso social se ocultaban bajo el manto y la saya bajo mantos que ocultaban su identidad, las mujeres gozaban de una relativa libertad durante la Lima colonial, un contexto donde las autoridades religiosas habían argumentado la inferioridad de las féminas. Estas figuras enigmáticas suscitaban el interés de los transeúntes, quienes, fascinados por el misterio que las rodeaba, las observaban con detenimiento; no faltaban quienes, cautivados, se aventuraban a entablar cortejo, corriendo el riesgo de que la dama en cuestión resultara ser alguien de su propio círculo social o familiar.

Las mujeres de aquel entonces se valían de mantos y sayas para tener una libertad que no les conferiría la vida en caso de usar otras prendas. Asistían al teatro, clubes, e incluso mítines políticos, con la certeza de que no serían señaladas con el dedo acusador o juzgadas.

Esta costumbre, que se gestó en el siglo XVI en Lima, no fue exclusiva de las mujeres de una clase social en particular, de modo que la libertad se extendía a muchas personas.

Aquellas que cubrían su identidad con un manto y portaban sayas de distintos colores, eran conocidas como las ‘tapadas’ limeñas, un apelativo que estuvo en el vocabulario de los habitantes de la “Ciudad de los Reyes” por cerca de 300 años. En este tiempo, intelectuales y escritores de distintas corrientes literarias abordaron sobre esta forma de vestirse y su impacto en la sociedad.

Hablan los literatos

Ricardo Palma, en su leyenda “Predestinación”, integrada en las “Tradiciones peruanas”, las menciona: “Aquella tarde tenía lugar la fiesta de la Porciúncula, y desde las doce de la mañana estaban ocupados los bancos por esas huríes veladas, que la imitación de costumbres europeas ha desterrado (hablamos de las tapadas). ¡Dolorosa observación! La saya y manto ha desaparecido llevándose consigo la sal epigramática, la espiritual travesura de la limeña”.

Tal es el caso de Ricardo Palma, que a través de “La tradición de la saya y el manto” dio a conocer que solo en Lima se podía ver a las mujeres vestidas con este atuendo.

El hecho de que solo en Lima haya aparecido la costumbre de cubrirse el rostro con un manto y usar sayas ceñidas al cuerpo, no significa que en otras partes del mundo no hayan existido prendas similares. Tampoco exonera del debate sobre si otra cultura ejerció influencia en las mujeres que vivieron en el siglo XVI. En ese sentido, es preciso señalar que en España existía una tradición parecida a la practicada por las féminas que vivían en la capital.

En el país europeo, algunas personas se cubrían el rostro con un manto de color negro. Ellas vivían en los pueblos de Cádiz, lugares en que estas recibían el apelativo de cobijadas de Vejer de la Frontera.

Sabiendo ello, surgen otras preguntas, como si esta forma de vestirse es propia de la cultura española. Es sabido que no existe una verdad absoluta, pero todo indicaría que los moriscos habrían ejercido influencia en los españoles, en lo que respecta al uso de esta prenda y la forma de la misma. Por lo tanto, no es descabellado pensar que los conquistadores trajeron esta cultura al Perú.

Independientemente del origen de esta forma de vestir, es importante dar a conocer el comportamiento de las ‘tapadas’ limeñas. Raúl Porras Barrenechea, en “Perspectiva y panorama de Lima”, les otorga una serie de calificativos a las mujeres que vivieron en el siglo XVIII que, por extensión, comprenden a las “tapadas”. Recordemos que en ese tiempo todavía se ponía en práctica esta costumbre.

La expresión de coquetería de las mujeres en público difícilmente hubiese florecido sin el uso del manto y la saya, indumentarias que les conferían un toque de misterio. De no haber llevado estos atuendos y manifestarse coquetas en lugares públicos, es probable que los habitantes las hubiesen juzgado por su comportamiento. El intelectual peruano Barrenechea dijo que algunas “tapadas” limeñas sonreían de manera pícara cuando usaban estas prendas.

Luis Alayza y Paz Soldán, en el libro “Mi país (4. ª serie: ciudades, valles y playas de la costa del Perú)”, dio a entender que las que usaban manta y sayas eran infieles. “Las ciudades tienen sexo. (...) nadie confundirá la marcial arrogancia de Buenos Aires (...) con la devoción y donaire de Lima, que en las mañanas reza y comulga, y en las noches, disfrazada bajo la saya y el manto, escapa por la puerta secreta, para urdir intrigas de política y travesuras amorosas”, manifestó.

Otro rasgo que se destaca y que no ha sido muy difundido, es su capacidad de ser independientes en un contexto donde los hombres estaban en un pedestal. A través de “Peregrinaciones de una paria”, Flora Tristán retrató cómo eran las mujeres en 1833.

En línea con lo mencionado por Tristán, Sebastián Salazar Bondy, en su libro “Lima la horrible”, pone en evidencia la independencia de las mujeres. “Cabe más bien suponer que aquella disposición y otras posteriores dirigidas a suprimir el típico traje fueran derogadas bajo el influjo sordo e insidioso de las damas sobre la voluntad de sus maridos con poder”, aseveró.

Cabe mencionar que el atuendo que estuvo vigente durante casi 3 siglos desapareció en las primeras décadas del siglo XIX. Tras su desaparición, aparecieron personas que querían ver, nuevamente, a las mujeres vestidas con sayas y mantos.

Ya en 1858 se produjo un primer intento de echar atrás la supresión de esa ordenanza. Un grupo de damas (y a modo de defensa, como no es difícil inducirlo, del sistema colonial redivivo) sacó de los arcones durante las festividades de agosto, dedicadas a Santa Rosa de Lima, las sayas y los mantos desaparecidos no hace mucho”, escribió el periodista en el ensayo titulado “De la tapada a “Miss Perú”.

En otro apartado del mismo ensayo, el autor de “Lima la horrible” dijo que las “tapadas” limeñas tenían fines que n o concordaban con la moral y las buenas costumbres.

“Entre la tapada tradicional y la postulante a “Miss Perú” no es tanta la diferencia que hay como lo lamentan los críticos de las costumbres contemporáneas”, agregó el también destacado dramaturgo peruano.

Turismo y recuperación de la tapada limeña

En el siglo XVI, las “tapadas” limeñas sorprendieron al mundo con la libertad que les daba ir cubiertas por completo, lo que les hacía anónimas en una época de restricciones, convirtiéndose así en todo un símbolo de la capital peruana.

“La tapada es posiblemente el símbolo más icónico del centro histórico de Lima, fueron unos personajes fantásticos que habitaron nuestras calles desde la misma fundación de la ciudad en 1535 hasta finales del XIX”, informó Martín Bogdanovich, gestor de Prolima, organismo de promoción turística de la capital que impulsa una recuperación de este personaje histórico.

“Parte de nuestro plan de recuperación del centro histórico es rescatar estos símbolos, no queremos solamente arreglar espacios públicos o iglesias, si no también traer de vuelta estas tradiciones que nos dan una identidad y nos ponen en el mapa”, agregó Bogdanovich.

El feminismo en la colonia

Esta costumbre estaba arraigada y era transversal a la condición social de las mujeres, “se tapaban las marquesas y condesas, pero también sus esclavas, las mujeres ancianas, adultas y niñas”, relató Bogdanovich.

“En ninguna parte del mundo las mujeres cuentan con tanta libertad, ni siquiera en París”, así describió en 1830 esta realidad Flora Tristán, escritora franco-peruana y una de las precursoras del feminismo peruano, ya que el anonimato les permitía ir a clubes, mítines políticos o al teatro sin ser reconocidas y por tanto sin ser juzgadas.

Estas prendas que cubrían a las mujeres eran además cómodas, no necesitaban muchos arreglos, y fueron evolucionando con las modas: mantos de manila, faldas de inspiración isabelina o victoriana formaron parte del atuendo.

El anonimato que permitía ir cubierta, dejó infinitas historias de seducción y anécdotas con tono jocoso, ya que padres, hijos o hermanos coqueteaban con mujeres tapadas sin reconocer a sus madres, hijas o esposas, relatan los historiadores.

De hecho, hasta el antiguo diario Mercurio peruano describió en sus páginas a finales del siglo XVIII una ciudad imaginaria andrógina en la que hombres iban vestidos de tapadas para no ser reconocidos e ir a fiestas homosexuales y de travestismo.

“Algo de cierto habría, era una descripción indirecta de la ciudad de Lima en una época en la que las tapadas se podían encontrar en contextos de prostitución”, explicó Parruco, profesor de Historia de la Universidad La Católica.

Sin embargo, este exceso de libertades no gustaba a la Iglesia, que intentó prohibir sin éxito esta costumbre durante sus más de tres siglos de historia, llegando incluso a la excomunión, indicó Bogdanovich.

“Las mujeres estaban tan cómodas y conformes con esta práctica que se indignaron y pidieron continuamente a sus maridos que protestaran contra estos intentos de prohibición”, comentó el historiador Parruco.

Negatividad y positivismo

En síntesis, las “tapadas” limeñas encarnan un fenómeno social con cualidades tanto positivas como negativas. Sobre el primer punto, se podría afirmar que la principal era la autonomía relativa que este atuendo confería a las mujeres en una sociedad eminentemente patriarcal y conservadora.

En cuanto a los aspectos negativos, se pudo conocer que la anonimidad que proporcionaba el atuendo de las “tapada” limeñas les permitía sortear las normas sociales y morales establecidas de la época. Este potencial para el engaño y la transgresión generó inquietud entre las autoridades y sectores conservadores, quienes veían en la “tapada” un desafío al orden establecido.

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