Niños y tecnología: luces y sombras para la salud mental
El impacto de las pantallas en la infancia exige límites claros.
Hoy resulta casi imposible imaginar la niñez sin pantallas: tablets, celulares, computadoras y consolas acompañan a los menores desde edades cada vez más tempranas, y aunque la tecnología abre puertas al conocimiento y a la creatividad, también plantea riesgos que la ciencia psicológica y neurológica nos invita a considerar con atención.
El cerebro de un niño está en pleno desarrollo; sus conexiones neuronales son moldeables y responden a los estímulos diarios. Cada vez que el infante recibe una recompensa en un videojuego, un “like” en redes sociales o pasa al siguiente nivel, su cerebro libera dopamina, el neurotransmisor de la motivación y el placer.
El problema no es la dopamina en sí —que también se activa al recibir un abrazo o jugar al aire libre—, sino la sobredosis constante que generan los dispositivos diseñados para captar la atención de manera inmediata. Con el tiempo, esto puede hacer que los pequeños busquen gratificaciones cada vez más rápidas, reduciendo su tolerancia a actividades cotidianas que requieren paciencia, como leer un libro o resolver una tarea escolar.
Un uso excesivo de pantallas puede imitar o intensificar síntomas similares al trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es decir, dificultad para concentrarse, impulsividad y menor autocontrol. No significa que la tecnología “cause” el trastorno, pero sí que puede agravar la desregulación atencional en cerebros vulnerables.
Más allá de lo neurológico, el impacto psicológico es evidente: el tiempo excesivo frente a pantallas puede traer consigo alteraciones del sueño, ya que la luz azul interfiere con la producción de melatonina; ansiedad e irritabilidad, producto de la dependencia al dispositivo; aislamiento social, al reemplazar el juego compartido por interacción digital; y déficit en habilidades de autocontrol, debido a la costumbre de recibir recompensas inmediatas. Estas consecuencias no aparecen de un día para otro, pero se consolidan si no existen límites claros y acompañamiento de un adulto.
Clases virtuales
Durante la pandemia del COVID-19, la educación virtual se convirtió en una tabla de salvación, y aunque hoy las aulas han reabierto, las plataformas digitales siguen siendo una herramienta útil. Sus ventajas son innegables, al permitir acceso a contenidos, flexibilidad de horarios y recursos interactivos que facilitan el aprendizaje.
Pero también existen desventajas: una mayor distracción, sedentarismo, menor contacto social y, en algunos casos, fatiga emocional frente a la pantalla. El balance depende del contexto: con buena planificación pedagógica y apoyo familiar, la virtualidad puede potenciar el aprendizaje; sin estos factores, los riesgos aumentan.
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Conviene prestar atención cuando el niño se irrita al quitarle el dispositivo, pierde interés en juegos o actividades fuera de la pantalla, tiene dificultades crecientes de sueño o concentración y se aísla de su familia y amigos. Estas señales son un factor de riesgo para la salud mental.
La clave no está en prohibir, sino en enseñar a usar con equilibrio y, para eso, el ejemplo adulto es insustituible. Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan.
Reflexión final
La tecnología no es un enemigo de la niñez, pero tampoco puede ocupar el lugar del juego, la creatividad y los vínculos reales. Como sociedad tenemos el reto de acompañar a nuestros hijos en el mundo digital con límites claros, acompañamiento consciente y coherencia en el ejemplo. Solo así lograremos que la tecnología sea un recurso que sume, y no un factor que reste a su desarrollo emocional y mental.
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