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Pedro Pablo Nakada Ludeña considerado como ‘El apóstol de la muerte’ por aterrorizar a todo el país: Es el primer asesino serial del Perú

Aseguraba que mataba en el nombre de Dios, quien le hablaba y lo instaba a la violencia.

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Pedro Pablo Nakada Ludeña considerado como ‘El apóstol de la muerte’ por aterrorizar a todo el país: Es el primer asesino serial del Perú.
Fecha Publicación: 03/02/2025 - 03:16
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Por estos tiempos el mundo vive momentos de una gran barbarie a nivel global, la criminalidad ha llegado a extremos exagerados sin tener en cuenta el sentimiento, ni el dolor humano y Perú es uno de los países que vivió el terror gracias a Pedro Pablo Nakada Ludeña.

Grandes bandas delictivas han hecho de su actuar cosa de todos los días, con robos, crímenes extorsiones y actos que rayan con la razón, para crear el caos y el terror en los humildes hogares de gente trabajadora y honesta.

Estos hechos de la vida real se pueden ver a diario en todo el mundo convirtiéndose, en la noticia diaria en la cual justos pagan por pecadores, inocentes perseguidos, secuestrados, asaltadosy lo que es peor muertos por una vorágine delictiva que no tiene reparo con sus actos sangrientos.

Pedro Pablo Nakada Ludeña asesinó a 25 personas entre enero de 2005 a diciembre de 2006, convirtiéndose en el asesino serial más sangriento de la historia del Perú.

El apóstol de la muerte

Nakada nació el 28 de febrero de 1973 en el distrito de El Agustino, Lima, Perú. El padre biológico de Nakada era alcohólico y su madre tenía un trastorno mental no especificado. Su infancia fue muy cruda, pues estuvo marcada por la violencia por parte de sus padres. Él fue sometido a abusos por parte de ellos y sus hermanos. Estos últimos le obligaban a vestirse de mujer y así salir a la calle o violarlo, realizándole actos sexuales o coitos. Por aquellos incidentes, Nakada confiesa su odió a las personas homosexuales.  También Nakada afirma haber torturado animales cuando era niño.

No terminó el tercer año de educación secundaria en su colegio, sin embargo, tuvo mucha habilidad con la mecánica. En 1990 ingresó al Ejército del Perú, sin embargo, él aspiraba a conseguir autoridad y poder para “eliminar a los enemigos de Dios”. Sin embargo, lo botaron porque padecía esquizofrenia paranoide y tendría posiblemente el trastorno de psicopatía.

En 2003, Nakada pagó a un ciudadano japonés 800 soles para que lo adoptara como adulto, con la esperanza de que esto pudiera ayudarlo a emigrar a Japón como descendiente de japoneses, y así cambió su apellido paterno de Mesías a Nakada, apellido japonés. Esta táctica es comúnmente utilizada por los criminales peruanos como una forma de huir de la justicia local. Aunque Nakada nunca se mudó a Japón, su hermano menor Vayron Jonathan Nakada Ludeña sí lo hizo y fue arrestado allí en 2015, después de que cometiese una ola de asesinatos en tres días, en el que apuñaló fatalmente a seis personas en la prefectura de Saitama, Japón,  en septiembre de 2015, siendo condenado a la pena de muerte, haciendo que tenga muchos intentos de suicidio por ello. La familia de Nakada afirma que ambos hermanos eran esquizofrénicos.

El padre biológico de Nakada era alcohólico y su madre padecía de una enfermedad mental. Como muchos asesinos en serie, la infancia de Pedro Pablo estuvo marcada por el abuso y las humillaciones. “Mi familia es mala. Mis padres siempre peleaban. Mi papá le pegaba mucho a mi mamá. Yo me escapaba de la casa. Pero volvía por no tener dónde comer”, le contó a la Policía.

La venganza

“Mi misión es limpiar al Perú de la escoria”, le confesó a la policía de Huaral cuando fue arrestado, el 28 de diciembre del año 2006. Lo apodaron “El Apóstol de la Muerte” y su nombre era Pedro Pablo Nakada Ludeña. Dificil olvidar que nuestro país también fue aterrorizado por este sanguinario criminal hace 19 años.

Uno de sus peores traumas ocurrió cuando tenía tan solo cuatro años. “Odio a los maricones. Cuando yo era niño, mis hermanos me violaron porque creían que yo había matado a una perra que teníamos y que además estaba preñada. Juro que yo jamás le hice nada al animal”, sostuvo.

A partir de ahí, comenzó a torturar y matar animales, hasta que en algún momento de su vida decidió adentrarse aún más en el infierno sin retorno. Aunque Pedro no se veía como un monstruo sino como un salvador.

La versión forense oficial

Según medicatura forense, todas estas cosas hacían que el pequeño Pedro, pese a ser un chico sumiso, tímido y callado, desahogase con los animales la agresividad que iba acumulando por los abusos que experimentaba y percibía: así, no solamente torturaba o mataba gatos u otras criaturas que encontrase. Y de las cuales pudiera abusar, sino que además se untaba la sangre de estos seres indefensos (esto último no está confirmado). Como bien se sabe, matar y torturar animales es una de las tres conductas que caracterizan la infancia de los asesinos seriales, y es psicológicamente la más preocupante, ya que la repetición de actos crueles va mermando la capacidad empática del sujeto. Respecto a esos abusos que sufría ya la terrible familia que le tocó, Pedro expresó lo siguiente: “Es mala, mi familia es mala. Mis padres siempre peleaban. Se insultaban mucho. Desde que yo era chico. Éramos nueve hermanos. Yo soy el tercero. Me molestaban los laberintos. Mi papá le pegaba mucho a mi mamá. Yo me escapé de la casa. Pero volví, escondido, para que mi papá no me pegara con un cable. Volvía por no tener dónde comer. Con mis hermanos nos criamos separados. Con un tío, con una tía…, mi hermana me violó, ella era mayor… Mi hermano me obligó a tener sexo oral, yo tenía seis años ¿Hay gente que no me cree? Yo no olvido lo que viví…”. Pero el peor de todos los traumas de Pedro sucedió cuando tenía cuatro años y sus hermanos lo acusaron de matar a una perra embarazada que era mascota familiar, violándolo a modo de castigo. Bien puede verse que aquella experiencia constituyó el detonante de la homofobia que más adelante habría de caracterizar parte de la conducta criminal de Pedro; y, según las palabras del asesino, también esa experiencia fue determinante en sus primeros actos de crueldad, dirigidos a los animales: “‘Tú lo mataste, tú lo mataste’. Yo les decía que no, y ellos no me creían; y como me dijeron eso, entonces yo comencé a matar animales. Mi mayor defecto es ser colérico, la cólera me hacía matar”. Ahora bien, esa cólera, que era la que le hacía matar animales a Pedro, llegó a plasmarse en episodios extremos de tortura animal, que Pedro empleaba para desahogarse de cosas como la actitud de su madre; cuenta así: “Mi madre era bipolar, cambiaba de carácter, no podía confiar en ella… Cuando era chibolo, mi mamá me tocaba como salvaje y yo de cólera quemé al gato en la sartén hirviendo”.

Una familia desadaptada

Haciendo un paréntesis, el factor genético jugó un papel importante en el encaminamiento de Pedro hacia el crimen. Así, entre sus familiares con trastornos psiquiátricos genéticamente heredables, podemos mencionar estos ejemplos: su hermana mayor por parte de madre, que tenía esquizofrenia y fue internada en el Hospital Valdizán; su hermana directa, Ana Cecilia, que era depresiva y acabó suicidándose; una medio hermana materna de su madre, que fue internada en el Hospital Valdizán. En muchos diarios peruanos se dice que Pedro era “licenciado” o “comando” de la FAP (Fuerza Aérea Peruana), pero lo cierto es que el asesino mintió a la prensa. La realidad es tal y como la exponen. En un diario local, a saber: Pedro nunca sirvió en la FAP, sino que, en 1990 cuando tenía 17 años, ingresó como voluntario al Ejército Peruano: allí, según refirió su amigo y vecino, Víctor Genaro Nakamura Solís, él aspiraba a conseguir algo de autoridad y poder. Para “exterminar a los enemigos de Dios”. No obstante, los asuntos de Pedro no salieron bien, y solo permanecieron acuartelados dos meses. Fue expulsado por pedido de psiquiatras militares, que lo examinaron minuciosamente tras escuchar comentarios que afirmaban que Pedro escuchaba la voz de Dios, y que además creía que los pecadores merecían la muerte. En efecto, los análisis mostraron que Nakada tenía una tendencia psicópata y que constituía un peligro social, por lo que formarlo en el manejo de armas equivalía a volverlo aún más peligroso. Según contó Pedro Pablo (primo hermano de Nakada) sobre el asesino: “Cuando lo echaron del cuartel, quiso matarse. Tardó casi un año en recuperarse”. Quizás en gran parte por el malestar que le sobrevino al ser expulsado, Pedro Pablo Nakada Ludeña cometió su primer asesinato (según confesó, pues no hemos podido confirmar que en realidad sea así) a los 17 años: fue en Mala, donde mató a un agricultor después de que éste lo sorprendiera robándole sandías…

Su primera víctima

El 1 de enero de 2005, alrededor de las 6 de la tarde, en la playa Chorrito de Chancay, Nakada reclamó su primera víctima. Armado con una pistola de 9 mm, se interpuso en el camino de Carlos Edilberto Merino Aguilar (26) y le disparó en el tórax y en el abdomen. Luego argumentaría que pensó que lo quería asaltar, aunque fue finalmente Pedro el que robó dinero a Carlos.

“Yo no soy un criminal, soy un limpiador, he librado a la sociedad de homosexuales y vagabundos”, repetía en los interrogatorios. “El Apóstol de la Muerte” confesó 25 asesinatos, aunque oficialmente solo se le condenó por 17. A todas sus víctimas les disparó con pistolas de 9 mm de diferentes marcas. Usaba un silenciador de jebe que él mismo fabricaba con suelas de zapatillas tras seguir un tutorial en internet.

Pidió que lo fusilaran

El 28 de diciembre de 2006, tras un gran trabajo de inteligencia, fue finalmente arrestado en el taller mecánico donde trabajaba, en Huaral, cuando planificaba colocar una granada en una discoteca para limpiar el país de los “perdidos y corrompidos”.

Al ser detenido, pidió la pena de muerte. “Pido un pelotón de fusilamiento, algo práctico, como hice con la gente. Les disparé en la cabeza. Si salgo libre continuaré con mi misión de limpieza”, dijo. Fue condenado a 35 años en la prisión de Lurigancho e intentó suicidarse más de una vez. Sin embargo, un informe psiquiátrico ordenó su detención en la sala de enfermos mentales, debido a que le diagnosticaron esquizofrenia paranoide, lo que lo hizo inimputable. Hoy continúa ahí encerrado y esperamos que de ahí no salga, ya que ha manifestado que de estar libre seguirá con su misión de depuración.

Perfil psicológico de los Nakada Ludeña

El doctor Martín Nizama, médico psiquiatra de la clínica Nizama, analizó la mente de los hermanos Pedro Pablo Nakada Ludeña, hoy convertidos en autores de múltiples asesinatos que han causado horror y zozobra tanto en Perú como en Japón.

Según el psiquiatra, los asesinos en su mayoría se consideran “salvadores de la humanidad” y eliminan a quienes consideran “malos elementos para el mundo”.

Este fue el caso de Pedro Pablo Nakada quien confesó haber acribillado sin piedad a 25 personas entre los años 2005 y 2006. Asimismo, su hermano Vayron Jonathan quien padecería del mismo trastorno mental, acabó con la vida de seis personas en Japón.

Para Nizama, ambos hermanos sufren de una vulnerabilidad genética pues tendrían una carga y entorno familiar negativo en donde posiblemente desarrollaron una personalidad distorsionada llena de resentimientos.

El especialista señala que los asesinos no tienen un desarrollo neurosicológico sano  y eso hace que el entorno social sea influenciable por pandillas, malas juntas que inducen y manipulan sus instintos criminales.

El Dr. Nizama concluye: Además, sus hermanas mayores lo humillaban de manera cruel, vistiéndolo como mujer y obligándolo a salir a la calle, provocando las burlas de los vecinos. En el colegio, la situación no mejoraba; sus compañeros lo golpeaban y acosaban constantemente. Creció sin conocer el afecto, lo que alimentó un profundo resentimiento.

La acumulación de abusos y humillaciones llevó a Nakada a expresar su frustración de manera violenta. Empezó maltratando y matando animales, primero gatos y perros, luego otras especies. En una confesión posterior, relató cómo la violencia doméstica y el abuso sexual sufrido a manos de sus hermanos mayores alimentaron su odio y sus deseos de venganza.

Estas conclusiones, sumadas a rumores de que escuchaba voces divinas que le ordenaban matar a pecadores, llevaron a su rápida desvinculación. Este episodio marcó un punto de inflexión, empujándolo hacia una espiral de violencia.

Peterkare27@gmail.com

Misión divina

Nakada Ludeña mataba a sus víctimas con pistolas de 9 mm, equipadas con sus propios silenciadores de goma hechos a mano, modificados a partir de zapatillas. Su motivo declarado era que Dios le había ordenado limpiar la Tierra, eliminando a los drogadictos, las prostitutas, los homosexuales y los criminales.

Nakada Ludeña fue arrestado el 28 de diciembre de 2006, después de un tiroteo con la policía dentro de su lugar de trabajo. Un oficial resultó herido en el tiroteo. Aunque confesó haber matado a 25 personas, solo fue declarado culpable de 17 asesinatos y fue sentenciado a una pena máxima de prisión de 35 años.

En el nombre de Dios

Los registros oficiales señalan que Nakada Ludeña inició su racha de asesinatos el 1 de enero de 2005. En la playa Chorrito de Chancay, mató a Carlos Edilberto Merino Aguilar, disparándole en el tórax y abdomen. Alegó defensa propia, pero se quedó con el dinero de la víctima.

A lo largo de casi dos años, Nakada asesinó a, al menos, 25 personas, según sus propias declaraciones. Justificaba sus crímenes como una misión divina para limpiar la sociedad de pecadores, incluyendo homosexuales y vagabundos.

Recluido en el psiquiátrico

El “Apóstol de la Muerte”, como fue apodado por la prensa de la época, fue capturado el 28 de diciembre de 2006, justo antes de que pudiera ejecutar un plan para detonar una granada en una discoteca de Huaral.

En el juicio, los psicólogos determinaron que no sufría de esquizofrenia, sino de un trastorno disocial, caracterizado por violar los derechos de los demás y las normas sociales. Fue condenado a 35 años de prisión, una sentencia que consideró insuficiente, pidiendo en su lugar la pena de muerte.

En 2009, tras un intento de suicidio, nuevas evaluaciones concluyeron que Nakada padecía esquizofrenia paranoide, lo que lo declaraba inimputable, incapaz de comprender la gravedad de sus actos.

Fue trasladado al Pabellón de Psiquiatría del Penal de Lurigancho, donde permanece hasta hoy. A pesar de su reclusión, Pedro Pablo Nakada Ludeña ha dejado claro su deseo de continuar su “misión” si alguna vez recupera la libertad, una perspectiva que la sociedad peruana espera que esto nunca suceda.

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