Salud mental, una deuda pendiente en Perú
Una triste realidad en la que vivimos y que sufren miles de conciudadanos.
Soy psicóloga con varios años de experiencia en el acompañamiento clínico, organizacional y comunitario; a lo largo de mi fascinante carrera profesional, he trabajado en procesos de intervención individual y grupal, diseñando programas de prevención y fortalecimiento emocional en distintos contextos.
Esta experiencia me ha permitido ver de cerca una serie de realidades diversas, desde jóvenes con problemas de ansiedad hasta familias enteras que intentan salir adelante en medio de situaciones sumamente adversas.
Hoy escribo no solo como profesional de la salud, sino como madre de familia y ciudadana preocupada por una triste realidad en la que vivimos y que sufren miles de conciudadanos.
La salud mental en nuestro país se ha convertido en un tema de vital importancia y de primerísima necesidad; sin embargo, aún para las autoridades no merece la atención y, mucho menos, prioridad.
Según la versión oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cuatro personas tendrá algún trastorno mental a lo largo de su vida. En nuestro país, estas cifras resultan aún más alarmantes si consideramos los efectos acumulados de la violencia, la desigualdad y la precariedad laboral; millares de peruanos viven cargando silenciosamente —o por desconocimiento— con la depresión, la ansiedad o con traumas no resueltos, mientras que el acceso a los servicios psicológicos sigue siendo sumamente limitado y, en la mayoría de los casos, costoso.
La brecha entre quienes necesitan ayuda y quienes logran acceder a ella es cada vez más grande, y los centros de atención especializados por parte del Estado no se dan abasto. Aquí surge una pregunta clave: ¿qué está haciendo el Estado para responder a esta crisis silenciosa? ¿Existe una política pública en cuanto a la salud mental?
Los psicólogos estamos a disposición de la ciudadanía en general, listos para contribuir desde los centros de salud mental, colegios y comunidades. Las municipalidades, en particular, podrían jugar un rol fundamental si generaran programas permanentes de atención psicológica, integrando a profesionales capacitados y garantizando un servicio accesible y digno para todos los vecinos de cada distrito. Basta con tener voluntad y buscar el bien común de la sociedad en general.
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La salud mental no puede seguir siendo vista como un lujo ni postergada en la agenda política; es prioridad en nuestro país, es una necesidad pública impostergable. Se trata, esencialmente, de un derecho fundamental y de una inversión en el futuro del país. Si queremos un Perú más fuerte, con principios y valores, con decencia y respeto, necesitamos ciudadanos emocionalmente sanos, capaces de tomar decisiones con claridad, construir relaciones saludables y enfrentar los desafíos de la vida con resiliencia.
Invertir en la salud mental también es invertir en la productividad, en la reducción de la violencia y en la cohesión social que todos necesitamos de una u otra manera. Es apostar por una sociedad sana emocionalmente, en donde las personas se sientan escuchadas, valoradas y apoyadas.
Hoy más que nunca, la consigna es muy clara: “Cuidar la mente es cuidar al Perú”. No podemos seguir ignorando lo que define la calidad de vida de millones de peruanos. Es momento de que las autoridades asuman su responsabilidad de impulsar políticas públicas efectivas y sostenidas, que garanticen un acceso real y equitativo a la atención psicológica. Solo así podremos aspirar a un país más justo, humano y fuerte.

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