Rosario Arroyo, los secretos de la 'Musa de los 70'
Charo Arroyo, periodista y correctora, revela secretos muy bien guardados, su mirada irradia nostalgia, el café pide licencia para enfriarse y el corazón entibia acelerado.
Rosario Arroyo, conocida intelectual, comunicadora social, correctora de estilo, periodista y poeta. Es miembro del Colegio de Periodistas del Perú, de Ascot, la Asociación de Correctores del Perú, así como del Gremio de Escritores y de “Macondo”, Colectivo de Arte y Literatura.
Ha publicado El dueño de mis insomnios, Mujer al fin, y dos poemarios en preparación. Más de 30 antologías recogen sus poemas. Ha escrito un sinnúmero de artículos y crónicas periodísticas.
A usted siempre la han vinculado con poetas y escritores, ¿es así?
Yo trabajaba el año 69 en una empresa del grupo Prado como relacionista pública, y un día de esos la secretaria del gerente, mi amiga hasta hoy, me anima para ir a un café de artistas del que le habían hablado, el “Viena”, y fuimos, ahí conocimos a un grupo de pintores que nos pasaron la voz para conversar, uno de ellos era Alberto Dávila que resultó ser el amigo de mi papá. Posteriormente se encontraron en la Escuela de Bellas Artes, donde mi papá estudió. Alberto estaba con Ricardo Sánchez, Milner Cajahuaringa, Sabino Springett y otros pintores. Ahí empezó mi vinculación con lo más granado de la cultura peruana en Lima, con escritores, periodistas y poetas, y asistía con más frecuencia a otros cafés, el Versalles, el Tívoli, el Palermo, el América, y eso incluía nuevas amistades, nuevos conocimientos, nuevas inquietudes artísticas.
Jorge Pimentel le dedicó un poema, ¿cierto?
Cierto. En 1973 Jorge estaba en Madrid, y aquí en Lima, Isaac Rupay, un joven poeta perteneciente a Hora Zero, y que falleció muy pronto, preparaba una revista, cuyo primer, y creo que único número, salió en agosto de ese año. Yo trabajaba en Azángaro, siempre en el grupo Prado y mi oficina, con la aquiescencia de mi jefe, era un lugar de reunión de poetas y escritores, algunos hippies y muchas amistades. Un buen día llegó Isaac a mi oficina, y con gran ceremonia puso en mis manos una revista, “EROS”, y esperó que yo la revisara hasta que encontré el poema que Jorge Pimentel me enviaba de Madrid a través de la revista, su nombre es “Rimbaud en Polvos Azules”, con una clara dedicatoria, A CHARO ARROYO, y pudo ver mi asombro y emoción de que un poeta que yo tanto admiraba me dedicara un poema.
¿Esa fue la razón para que la llamen “La musa de Hora Zero o de los 70”?
Se inició a propósito del poema de Jorge, y se ha venido repitiendo año tras año, siempre alguien me lo menciona. Ya sea musa de Hora Zero o de los 70. Enrique Verástegui era quizá el más importante poeta presente, y cuando sube al estrado dice en medio de un silencio total que espera sus palabras: “Antes de leer mis poemas quiero saludar a Charo Arroyo, la musa de los 70”. Fue algo increíble en Enrique, jamás lo hubiera esperado de él. Me quedé estática. Hasta lágrimas asomaron a mis ojos porque para mí fue una muestra de cariño de mi amigo. Fue la última vez que lo vi.
Y Juan Gonzalo Rose le robó un beso. ¿Hay más?
Un día a la hora del almuerzo estábamos un grupo en el “Viena”, en una gran mesa, y llegó Juan Gonzalo, estuvo un rato hablando sobre sus valses, y luego empezó a despedirse con un beso de las mujeres de la mesa, cuando llegó a mi sitio y yo alcé la cabeza para que me besara le mejilla, él, para sorpresa mía, me dio un beso en la boca, no un piquito, un beso, yo me quedé estática, jamás había habido un antecedente de ningún tipo con él, y luego, con toda sencillez y todavía inclinado sobre mí, yo congelada, me dijo sugestivamente “me provocó”.
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Después lo encontré, nos saludamos normal y me dijo algo inolvidable, que no puedo dejar de contar, aunque puedan pensar que es vanidad, no lo es, es algo que me ha ayudado en momentos difíciles de mi vida cuando me he sentido menoscabada en mi autoestima. Me dijo, “Tú tienes la belleza eterna en la mirada, la cara se arruga, la boca se arruga, pero la mirada no se arruga nunca”. Gracias, querido Juan Gonzalo, como una frase puede ser algún día una tabla de salvación cuando el desamor nos quiere ahogar.
Me dijo que era autodidacta, ¿cómo explicar haber trabajado en casi todas las universidades, ministerios e instituciones importantes?
He dedicado gran parte de mi vida a capacitarme, he tomado clases, cursos, seminarios, he leído muchísimo y estudiado más. Y soy muy buena en lo que hago. Pueden dar fe las instituciones donde he trabajado y mis cientos de alumnas y alumnos que me escriben constantemente. Sobre eso, he trabajado 21 años como docente contratada en la Escuela Nacional de Control, en Lima y provincias, con las más altas calificaciones, y he colaborado organizando cursos, como correctora, en tareas importantes, y ni una palabra de agradecimiento al dejar de contratarme al iniciarse la pandemia. Y lo que es peor, he pedido un certificado por esos 21 años y solo me dan de los últimos cinco años. Es inaudito.
¿Y cómo así se convirtió en correctora de estilo? ¿Cuál es la clave?
De una forma casual casi, yo siempre tuve buena ortografía y redacción, desde el colegio era la mejor en eso, en escribir “estilos”, como le llamaban en Belén, a escribir redacciones. Un día que trabajaba en Iberoamericana de Editores mi jefe me pidió que lo ayude con una corrección, fue en 1985, y desde ahí no he parado de corregir. Y también soy editora con un fondo pequeño, pero muy importante. Quien se dedica a la profesión de correctora o corrector debe tener mucha cultura, mucha información, mucho conocimiento.
Finalmente, regálenos un mensaje para los jóvenes.
Les diré solo algunas palabras; cultiven la ética y la verdad, no vendan su pluma, sean honestos, capacítense, estudien mucho, lean, lean y lean. La juventud es nuestra esperanza para terminar con la corrupción en nuestro país.
Por Sixto Sarmiento
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