1 de junio: la huella indeleble que cambió la historia
Cuando se cumple una fecha indeleble como la de ayer sábado, afloran recuerdos, sucesivas emociones y todo aquello vivido hace 68 años: el 1° de junio de 1956. Día extraordinario en que Perú cerró un ciclo autoritario y abrió uno nuevo que cambió la forma de hacer y profesar la política.
Esta transformación se inició con un mitin en el centro de Lima, frente a la casa política de la candidatura, cruce de la calle Tarapacá con Colmena Derecha. Seguidamente fue la marcha de protesta juvenil y del pueblo limeño que exigía a la dictadura del general Odría la inscripción de Fernando Belaunde como candidato a la presidencia de la República.
Durante la concentración ciudadana el postulante expresó apasionadamente: “Cuando acepté la candidatura dije que la vida misma es escasa retribución al homenaje de la confianza pública. Que no aceptaba con ella el primer sitio en un banquete sino el primer puesto en un combate. Prometí solemnemente no arriar la bandera que la juventud puso en mis manos. He venido a cumplir. A ponerme a la cabeza de los que estén dispuestos a seguirme”, espetó enérgico.
Extendió su alegato con frase inspiradora que motivó a la acción: “Aquí están no solo las manos que firmaron las actas de adhesión a mi candidatura y que el Jurado Nacional de Elecciones se permite desestimar, sino también los puños y los corazones que van a defender dichas firmas”.
Pocos de los que estuvimos allí aún estamos de pie. La marcha fue multitudinaria. En el trajinar observé por primera vez en el balcón de “La Prensa” (Jirón de la Unión), a una agraciada periodista que arrojaba papel picado al líder de la marcha: era Violeta Correa, quien decidió unirse a la protesta.
Minutos después, la brutal represión de las tropas de asalto sorprendió a la muchedumbre. Fue infernal soportar el ruido de las balas de fogueo, la arremetida de la caballería, las bombas lacrimógenas, los gases que impedían respirar o los potentes chorros de agua lanzados desde el “Rochabus”.
El impacto descontroló y muchos caímos al suelo, incluido el candidato. En medio del desconcierto, el temor de morir asfixiados o ser abaleados surge Belaunde colgado de un enrejado y voceó con firmeza: “¡De aquí no nos movemos!”.
Exhortó permanecer en pie de lucha. Luego dirigiéndose al coronel Marroquín para encarar la confrontación, lanzó el memorable ultimátum: “¡Haga llegar al general Odría que esperaré media hora y si hasta entonces no he recibido el anuncio de mi inscripción forzaremos el paso a Palacio!”.
La distensión llegó a medianoche. La candidatura había sido inscrita. El júbilo fue descomunal. Así, “El ultimátum de la Merced”, quedó para la posteridad como una hermosa lección de libertad y justicia. Una huella indeleble con la que nació Acción Popular; y, al mismo tiempo, una manera diferente de entender la política, de profesarla y practicarla. Una catequesis que trasciende fronteras de tiempos y ejemplaridad. ¡Adelante!
* Javier Díaz Orihuela
Ex senador y cofundador de AP
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